sábado, 7 de agosto de 2010

Una estación del Tokaido


Por el tratado de Kanagawa, impuesto por el comodoro Matthew Perry en 1854, Japón se vio obligado a abrir sus puertos al mundo. De ese modo algunos de los grabados y estampas del final del período Edo empezaron a ser conocidos y a circular en los ambientes artísticos europeos. El estilo y las técnicas propias de sus creadores acabaron encontrando general difusión gracias al pabellón japonés de la Exposición Universal de París promovida por Napoleón III en 1867. No deja de ser curioso y significativo que algunas de las pinturas de Van Gogh, por ejemplo, nos remitan directamente a xilografías de uno de los más importantes grabadores japoneses, Ando Hiroshige. Es el caso de su famoso Aguacero en Atake de 1857, que encuentra su réplica en el Puente bajo la lluvia de 1887 del holandés. No fue este el único caso. Ya fuera como motivo de inspiración temática o por la adopción del estilo seriado, parece que las láminas japonesas tuvieron algún efecto en los inminentes y trascendentales cambios que se avecinaban en la pintura francesa y en la europea en general.

Una de las obras maestras de Hiroshige es la serie de grabados que compuso, alrededor de 1857, con estampas de cada una de las estaciones del Tokaido. Por Tokaido se conoce al viejo camino que unía Edo (origen del actual Tokyo) con Kyoto a través de cincuenta y tres estaciones de posta, en total unos 488 Km bordeando la costa del Pacífico. Cada una de estas estaciones era lugar de parada de las numerosas comitivas que iban y venían entre la sede imperial Kyoto y Edo, la sede del shogunato. Odawara-juku era la novena de esas estaciones. Se encontraba a orillas del río Sakawa, no lejos del castillo de Odawara, feudo del señor Hojo, al pie de los montes de Hakone y frente a la bahía de Sagami. A falta de puentes se hacía que los ríos sirvieran para controlar el paso de viajeros, guerreros y mercancías, y junto a él iría en este caso la estación, con sus fondas y  también con las cuadras donde relevar las caballerías.


Las cincuenta y tres estaciones del Tokaido
Río Odawara-Sakawa, Ando Hiroshige (ca. 1857)
The Phillips Collection, Washington

Todos estos elementos se reflejan de manera minuciosa y delicada en el grabado de Hiroshige. Componen aquí el paisaje tres motivos geográficos clásicos: el río, la llanura y la montaña. El río, que se ofrece en primer plano, viene a dar el tono costumbrista, con sus minúsculos personajes afanados en el vado, con el protocolo que el rango a cada uno exige, con detalles menudos en los atuendos y las andas. La tintada marca un ligero contraste entre el gris terroso y el azul acuático, con intensidad añadida al alcanzar los bordes. Con una paleta cromática muy limitada, queda para el color el papel de realzar los elementos presentes en el dibujo. En el llano encontramos el verde, con un juego de suaves ondulaciones cubierto de hierbas altas, quizá arrozales, y un árbol solitario dominando sobre un cobijo. Sólo al fondo distinguimos, entre rojos y negros, los tejados y poblaciones hacia los que se dirige el camino. Y junto a ellos las torres grises y dominantes del castillo, incrustado bajo un oscuro y boscoso monte. La montaña completa su imagen con poderoso trazo arquitectónico, semejando una armadura tras la que se protegiera alguna ruta vedada. En ella el relieve se eleva amenazante y, a medida que va ganando altura, quiere hacerse más cálido y próximo. Ha ido dejando a sus pies, sin embargo,  cerros huérfanos y escalones humillados, que se adelantan hasta la bahía dándole un toque sombrío. En la distancia la montaña se va encumbrando tímida, para exponerse a un azul rotundo de fondo, con el que se dibuja una última línea de cumbres. Allí el relieve parece cerrarse sobre sí mismo, como un celoso custodio, guardando entre sus pliegues y colores el difícil paso hacia Hakone.

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