martes, 3 de agosto de 2010

La vaca morada


La vaca morada ha acabado resultando un curioso híbrido entre lo comercial y lo extraordinario, y pese a ser una vaca lechera no es una vaca cualquiera. Del chocolate suizo que vendía el maestro Suchard poco vamos a decir, salvo que la vaca del reclamo publicitario luce muy natural y tranquila ante el paisaje alpino. Pero su sorprendente color convierte a esa vaca tan familiar en un animal extraordinario. Es verdad que el toque final es más cómico que fantástico y que sería inútil buscarle comparaciones con la amenazante quimera o con el sutil unicornio. Al fin y al cabo es una vaca, morada o lila, eso sí. Sin embargo, se sepa o no, como purple cow la vaca es bastante conocida y tiene su sitio en el habla estadounidense, donde viene a ser tan rara como aquí el perro verde. El asunto viene de lejos, de una cuarteta publicada en el Lark Almanac de San Francisco en 1895 por Gelett Burgess, sin otro propósito aparente que resaltar el absurdo.


 
Nunca ví una vaca morada; nunca espero ver una; 
pero te puedo decir de todas formas que preferiría ver que ser una.

El poema tiene, como todo lo que se escribe, algún eco que nos retrata, un poco más al autor de la gracia evidentemente. Al convertir esa imposible vaca en una vaca rara surge el dilema de si nos preferimos como portadores o como espectadores de la rareza, eludiendo el beneficio seguro de proclamarnos descubridores. Sin pronunciarse en esto, el autor  resuelve concluyente el dilema y se acepta como espectador, dejando como portador de rarezas a quien las aguante de buen temple. Los tiempos y el espectáculo están invirtiendo el signo del dilema, y sobre todo el del temple, que empieza ser más escaso entre los pacientes espectadores de rarezas que entre sus muchos y cada vez más interesados exhibidores.

No hay comentarios: