Hace unos días estaba leyendo acerca de los inminentes cambios que se avecinan en nuestro trato con el libro*. Evidentemente esa revolución no va a pillar a todos los lectores con los mismos hábitos, porque hay cofradías diversas. Son muchas las formas de leer y muchas más las de consultar un libro. Siempre se ha hablado de esa gente que consigue leer a un tiempo las dos páginas abiertas, deslumbrando por su capacidad para la lectura binocular. Muchos más son lo que invierten el orden de lectura empezando por el final, haciendo gala de su lectura inversa, o quienes hojean el libro al azar, en lectura aleatoria. Sin embargo, lo normal es que el lector siga una rutina rigurosamente secuencial a través del orden impuesto en la paginación, porque las modalidades de lectura que rompen con ese patrón lineal complican notablemente la comprensión del texto, o cuando menos requieren cierto entrenamiento.
A veces son los autores, particularmente los novelistas y guionistas de cine, los que alientan o sugieren directamente lecturas alternativas. Existen bastantes casos, pero podríamos poner el de Rayuela, donde Cortázar, además de ordenar los capítulos con su paginación, propone al comienzo una secuencia de lectura alternativa. Muchos otros han usado también de forma creativa la ruptura del patrón lineal, disociando el tiempo histórico del tiempo narrativo a base de entremezclar avances y retrocesos en los episodios. Existen mecanismos bien conocidos y muy presentes en el cine, que sirven para organizar, sobre una base lineal, componendas temporales en la estructura narrativa, siempre y cuando se hayan fijado con cierta claridad las unidades combinables, ya sean secuencias, capítulos o episodios.
En otros casos no es el hilo temporal, o su recomposición, el factor articulador del discurso narrativo. Pueden ser escenarios o personajes los criterios utilizados para enlazar las unidades de la obra, un poco al modo en que funcionan los videojuegos. En estas otras lecturas, que podríamos llamar enredadas, la independencia temática de las unidades narrativas y la diversidad de criterios de enlace multiplican la combinabilidad de los textos o imágenes contenidos en la obra. Hace ya años que la automatización de textos permite regular y facilitar esas combinaciones por medio de enlaces. La navegación a través de Internet nos ha ido familiarizando con un tipo de lectura a medida, y a partir de fuentes de texto (o hipertextos) cuya estructura no es lineal o es simplemente desconocida, si bien con la página siempre como unidad atómica de la estructura. En realidad, son los motores de búsqueda los generadores de una estructura narrativa al integrar en una lista secuencial nuestras demandas, pero nada impide que pasemos de una página listada a otra de una lista distinta y ampliemos con esa derivación la estructura.
La integración de los textos literarios clásicos, de los libros, en un artilugio electrónico nos va a llevar en breve a ese tipo de prácticas. La lectura convencional, la presumida por el autor, quedará como una más entre las múltiples opciones en oferta. Podrá uno leer la obra saltando a través de las apariciones de un personaje, de las palabras esdrújulas o de cualquier otro criterio. La coherencia que se pueda dar al resultado con las unidades enlazadas es una cuestión ajena desde luego al autor. Pero quizá pronto no sea tan ajena y vayan surgiendo nuevos autores, y obras, que intenten sugerir con la ayuda de este tipo de medios nuevas propuestas, como lecturas en planos paralelos, conjunciones de sorprendentes coherencias o novedosas estructuras sintácticas con imágenes y textos. Hace tiempo que el cine ha empezado a jugar con ello. Para el escritor, puede que la dependencia de programas exploradores, enlazadores y combinadores de texto (con sus técnicos) y la consiguiente pérdida del monopolio creativo sean el precio de ese futuro.
*Marcus du Sautoy, Liked the book? Try the app. The Guardian (3 July 2010).
http://www.guardian.co.uk/books/2010/jul/03/marcus-du-sautoy-apps-books
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