jueves, 15 de abril de 2010

Andanzas y colectas de Wiener


No sabemos a ciencia cierta si el modelo utilizado por Edvard Munch para su famoso lienzo El grito fue esta momia peruana depositada en el Musée de l’homme de Paris. Tampoco es probable que se inspirara en las cabezas decapitadas a cadáveres de indígenas machiguengas, que Charles Wiener echó en su día al saco como interesantes muestras de «especímenes antropológicos únicos en Europa de razas del alto Ucayali». Sabemos que momia y cabezas fueron a parar allí junto con otras 86 cajas de curiosidades etnográficas y antropológicas como bagaje y renta del viaje de unos dos años emprendido por Wiener por encargo del Ministerio de Instrucción Pública de la República francesa entre 1875 y 1877, en un gesto de arrogante filantropía y de prestigio científico en el que competía con las restantes potencias coloniales. 

Para cuando Wiener llegó, parte del trabajo de rastreo, levantamiento y recogida de ejemplares y objetos curiosos de las culturas del Perú y Bolivia estaba adelantado. Marinos,  diplomáticos y coleccionistas actuaban por su cuenta. Entre ellos Frédéric Quesnel y Theodor Ber, residentes en Lima, que aportarían a la colecta ocho cajas con múltiples objetos que habían conseguido reunir, más por preciosos que por curiosos, con la inestimable colaboración de informadores y descuideros locales, entendiéndose no obstante de sus testimonios que a todo el mundo se le pagó su justiprecio. Wiener pudo redondear poco a poco esta apasionante empresa, calificada de misión científica por los europeos de entonces.

En los obligados intervalos entre las exploraciones arqueológicas, su genio incansable  se dio a las hazañas geográficas. Animado por el afán de fijar su altura, afirma haber hollado la cima del sagrado Illimani, monte que se suponía el más alto de Bolivia y de América. Entre sus acompañantes estaban el peruano José Ocampo, el ingeniero austriaco  Georg von Grumbkow y tres humildes nativos anónimos, que en un momento dado se niegan a seguir porque en esos lugares «existen dioses que guardan su santuario de hielo». No le faltaba pues información sobre la montaña, pero  no tuvo inconveniente en bautizarla, armado de bandera, como Pico de Paris. Si hasta ahí llegó, queda por señalar que tan sólo alcanzó para su desgracia una mera antecima. El gesto define el temperamento de este nativo austriaco y judío, convertido con el tiempo y las circunstancias en francés y católico para que nada impidiera su mayor gloria terrenal. 

A sus incursiones  aventureras incorporó el daguerrotipo como instrumento de caza de imágenes. Algunas son memorables y se incluyen, transformadas en ilustraciones, en su relato expedicionario Pérou et Bolivie. Récit de voyage. Ninguna de ellas se firma, pero hoy sabemos que las fotografías se vendían como trofeos gráficos a los aventureros de temporada por gentes residentes en el país. No parece que, pese a sus declaraciones, fueran en muchos casos obra suya, lo que unido a los numerosos errores comprobados acerca de la procedencia de muchas de las piezas coleccionadas, arroja una sombra de sospecha sobre su protagonismo y sobre la fiabilidad del resto del relato. 

En definitiva estuvo allí, y a su retorno presentó, con la pompa propia del publicista y  la encendida emoción del nuevo republicano, los hallazgos propios y los que tomó como propios, en una sesión mantenida en diciembre de 1877 en la Société de Géographie de Paris. Publicó la memoria de su viaje en 1880 en el volumen citado y a continuación emprendió por Sudamérica una brillante carrera diplomática a cuenta de la República. La monumental obra contiene numerosísimas observaciones y datos de valor controvertido e impreciso, y el legado incluye objetos que salieron como curiosidades y que hoy son ya ejemplares científicos y obras de arte residentes en Francia. Con ellas se montó para la Exposición Universal de 1878 un exhibición de antigüedades y de tipos americanos, de la que surgió posteriormente el Musée d'Ethnographie du Trocadéro. A este museo, que años más tarde se asentaría en el Palais de Chaillot,  es al que acudió como un visitante más el pintor Munch. Y es allí donde quedó sobrecogido por aquel agónico gesto, por aquel grito postrero del indígena.

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