Pues sí, bastantes de los que seguimos a Alan Sillitoe continuamos en carrera, y la mayoría nos sabemos solos. Creo que vi primero la película de Richardson, así que para cuando leí La soledad del corredor de fondo la imagen del incansable corredor ya había encontrado su sitio en mi mente. En realidad creo que ese orden nunca importó mucho, la imagen era demasiado poderosa como para ser relegada por la novela. El lenguaje añadió cierta tensión a ideas como la de honradez, que es donde se dirime la verdadera batalla entre el reformatorio y el muchacho. En Colin seguramente vimos un reflejo de nuestra resistencia -quizá menos heroica y desde luego bastante más sorda- a una escuela que quería movernos como necios figurines en un escenario de cartón piedra. No se me alcanzan otras similitudes entre el ambiente de aquellos colegios de curas de los sesenta y los reformatorios británicos. Pero podemos hablar cuando menos de nuestra sintonía con aquel rebelde solitario, porque eso parece cosa probada, y vista la deriva que nos imprimió incluso manifiesta.
Traigo aquí, porque no las recordaba, las palabras con las que Colin evocaba el momento en que deja atrás a los espectadores reunidos en la salida, a su paso por el primer recodo en la carrera:
«Y entonces conocí la soledad que siente el corredor de fondo corriendo campo a través y me di cuenta que por lo que a mí se refiere está sensación era lo único honrado y verdadero que hay en el mundo, y comprendí que nunca cambiaría, sin importar para nada lo que sienta en algunos momentos raros, y sin importar tampoco lo que me digan los demás».
Desde entonces muchos hemos visto crecer y madurar, en la semilla que allí se sembró, un insoslayable espíritu de resistencia, quiero creer que resistencia moral. De aquella temprana renuncia a la victoria, y de la honradez con la que se afirmaba, hemos venido a parar a una prolongada soledad, en la que, pese a su aspereza, nos sentimos libres. Algunos nos reprochan compasivamente seguir anclados en la adolescencia, no haber hecho germinar los valores de capitanía, de servicio y de empresa que, según dicen, nos correspondían. Lo contamos una y otra vez, a eso nos mandaban, hasta que un buen día nos sacaron a campo abierto. Vimos entonces otras anchuras y pudimos trazar con claridad nuestra línea. A partir de ahí empezó nuestra travesía; después todo fue correr, correr deprisa para dejar atrás el miedo. A medida que oigo las despedidas, me va ganando la sensación de que nunca estuvimos tan solos. Hasta ayer, sin ir más lejos, Sillitoe corría con nosotros.
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