En el cine y en el teatro la presencia física o en imagen de los personajes permite un juego narrativo que, sin ser imposible, es de ejecución más compleja en la novela. Se trata del manejo del personaje falso u oculto. Este personaje va siendo implícitamente definido por los demás que le dan contorno a base de citas y alusiones, o por medio de objetos explícitos y presentes que apuntan a él. El hecho de que los personajes explícitos se muestren materialmente a sí mismos donde el implícito sólo puede ser representado, bien sea simbólicamente o mediante un perfil más o menos narrativo, crea entre explícitos e implícito una diferencia de planos sumamente sugestiva. Del segundo vamos adivinando los rasgos que los primeros nos permiten, quedando además todos ellos bajo el sesgo y en la versión ofrecida por los que tienen voz propia .
En torno a este tema, el ejercicio que Polanski desarrolla en su última película, The Ghost Writer (2010), resulta soberbio por lo modélico. Además de reflejarse en el título, el personaje implícito ocupa un lugar central en la trama. Del hábil suministro al espectador de datos que van forjando ese personaje, hace Polanski una de las claves narrativas de la película. Si se sigue con detalle, se comprueba que, junto con otros recursos, ayuda decisivamente a ir pautando los tiempos del guión. Por otro lado, al existir aquí un personaje real de características similares, es decir otro escritor, se crea una cómoda identificación inicial por paralelismo de funciones. Lo que no es impedimento para que también se genere a través de ambos una suerte de claroscuro entre lo evidente y lo sugerido. Un efecto que permite en cada momento acentuar o atenuar los contrastes más decisivos para el desarrollo del argumento. Más allá de efectos puntuales, la oposición entre lo queda a plena luz y lo que se adivina en la sombra siempre es un modo eficaz de sugerir posibilidades, a sabiendas de que esos falsos personajes nunca se presentarán para ofrecer respuestas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario