lunes, 19 de abril de 2010

Interpretando la interpretación


Puestos a interpretar conocimientos me colocaré en algún centro neurálgico, que de eso se trata, de un centro de interpretación, y así estaré subido al puente de mando, al lugar desde donde el que dice que sabe lanza su penetrante mirada y guía la descuidada curiosidad del que ni se sabe siquiera ignorante. Como proyectista educativo sigo aquí puntualmente las teorías de aprendizaje más en boga, las del paternal magisterio, de las que resulta que si alguien, sin el adecuado amparo, ve un cuadro, un perro, un desfiladero o una alfombra, es casi seguro que ni aprecie ni entienda lo que debe.

Al abrir el camino a la interpretación no se busca despertar la sensibilidad, sino poner en valor actitudes un poco apagadas a través de ciertos reclamos sensibles. De lo que se trata en definitiva es de mejorar y de robustecer su visión, así como orientarla en la dirección pertinente. Gracias al apoyo de un dispositivo audiovisual de última generación, se acabará con esas aproximaciones temáticas frustrantes y fallidas, tan comunes cuando se usan las antiguas estratagemas educativas. En cambio con la nueva visión se lograrán elaboraciones preconceptuales más estables, fiables y de sencillo encaje en nuestro patrón social de referencia.

En este esquema de asimilación no se trata de lanzar al visitante a aprender, sabiendo lo incierto que puede ser un camino cuyo fin no es visible ni previsible, y tampoco de abandonarlo a su suerte, confiando en que por sí solo entienda quien no tiene desgraciadamente facultad para hacerlo. Es absurdo, además de un derroche presupuestario, pretender que aprendan aquellos que, con las estadísticas en la mano, sabemos que no pueden entender. Lo importante es hacérselo saber, y ahí estos equipamientos culturales destinados a la interpretación ayudan, porque con ella el visitante deja de sentirse culpable en su reconocida ignorancia.

Por ejemplo, si en un desfiladero quiere ver obra del demonio, avalarás su interpretación, le dirás que es valiente, y tan respetable como cualquier otra. Porque nadie debería cargar con la culpa de no entender que todas esas cosas son obra sabia de la naturaleza. No buscamos sabios, sino que queremos ciudadanos cabales y felices, que saben en cada momento interpretar las situaciones problemáticas según las pautas que se les prescriben. El conocimiento es demasiado valioso para ir dejándolo en medio de la calle, debemos atesorarlo y sobre todo administrarlo, pero siempre en su recta interpretación y bajo la tutela de los más sabios.


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