Los que insultan conocen el arte supremo de elevar una sola y vulgar palabra a rango de contundente argumento, aunque al infame precio de ingresar con su estrecha lógica en el limbo de los idiotas.
viernes, 30 de abril de 2010
El insulto
Los que insultan conocen el arte supremo de elevar una sola y vulgar palabra a rango de contundente argumento, aunque al infame precio de ingresar con su estrecha lógica en el limbo de los idiotas.
Creer y escribir
Como reflejo del imperativo moral, hay otro para escritores de toda laya que resume la dignidad del oficio y que dice: si en un momento crítico no escribes lo que crees, no quieras luego hacer creer que escribes.
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jueves, 29 de abril de 2010
La imposible consecución
Si nada se consigue del todo, todo se reduce a saber que entendemos por nada o, por decirlo de forma más concluyente, el todo se acaba reduciendo a la nada. Pero si nos encontramos al final con nada, tampoco habrá nada por conseguir, luego conseguir tampoco significará nada. La cosa no mejora si empezamos al revés desde el principio: Si no todo no se consigue del todo, algo debe haber que no se consigue del todo. Un poco extraño, porque cualquier cosa debería conseguirse del todo, si no nada puede conseguirse y el propio conseguir se convierte en un empeño imposible o, por volver a lo mismo de antes, conseguir no significará nada.
Para salvar al verbo 'conseguir' y conseguir que mantenga su sitio en el diccionario vamos intentar desenredar el asunto. El enredo parece apuntar a una interesada confusión entre los dos significados de 'conseguir del todo'. La primera, más coloquial, vendría a equivaler a conseguir por completo, mientras que la segunda, más estricta, supondría obtener a partir de la totalidad. El guirigay y la conclusión anterior sobre su falta de significación son consecuencia de un trenzado, no muy hábil, en que se alternan ambas versiones. Y sí, es verdad, algo de lo que decimos hay, pero eso no consigue explicar el asunto del todo. Quizá porque, como se decía al principio, nada se consigue del todo.
¿Y porqué no basta lo apuntado para conseguir explicar todo? Porque 'todo' es un adjetivo problemático. Cambiando un poco de enfoque, algunos creen que para aclarar las consecuciones es mejor fragmentar: lo que no se consigue del todo se consigue en parte. En la jerga actual de los informes aparecen profusa y alegremente conseguir, lograr, alcanzar, obtener, triunfar; frente a estos verbos se multiplican los objetivos, metas, empeños, fines, programas. Como es difícil saber si un fin se da por alcanzado 'del todo', se divide en 10 niveles sucesivos. Pero el problema se traslada a los niveles, pues la misma dificultad se impone al establecer si damos por alcanzado el nivel 6 del fin propuesto. Claro que podríamos rebajar la denominación de la acción y hablar de cuasialcanzar, pero a costa de reconocer que no sabemos en qué nivel nos encontramos. Volviendo a lo de alcanzar o conseguir, la situación tampoco mejora, porque, si bien conseguir es palabra que tiene significado, no parece que sepamos cuándo estamos en condiciones de enunciarla.
En un informe que ahora mismo se está redactando en uno de tantos despachos, se recoge como una de sus principales conclusiones lo siguiente: Casi ningún objetivo de nivel superior a 8 se consigue a plena satisfacción, podríamos quizá decir que casi se consigue. No sabemos si el informe tendrá lectores o sólo devotos de los objetivos. Si cuenta con lectores, les quedará como tarea pendiente: ¿Cómo saber lo que se ha conseguido? ¿Cómo saber si se ha conseguido? ¿Cómo saber si vale algo lo que decimos que sabemos?. Lo peor de estos interrogantes no es que quiebren nuestra confianza en 'conseguir', lo peor es que siembran la desconfianza en el 'saber'. No sé si llegado a este punto habré conseguido completa y verdaderamente explicarme. En realidad, ¿cómo saberlo?
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miércoles, 28 de abril de 2010
Subida a Urdanatz
En el collado de Igoli se alcanza la cresta que empalma Baratxueta con los montes de más al Norte, por donde se va a Baztan. El camino por estas alturas se hace a cubierto por un frondoso hayedo, en el que día a día se ve despuntar las hojas y al verde mudar de color en un lento y concienzudo despertar. Hay un primer tramo con señas de habitación de cazadores, atalayas un tanto aparatosas con su arquitectura metálica desde las que otean y esperan bandadas que nunca llegan. Si rebasas la cuesta, te olvidas de ellos, de sus frágiles augurios y tenderetes, para seguir tu paseo por el borde superior de la ladera. A ratos entre las hayas se abren panorámicas a levante con el sol alzándose indolente sobre Eugi y su embalse. Las aguas retenidas entre montañas e iluminadas en su suplicio dibujan un brumoso contorno frente a los prados. Una súbita ráfaga nos anuncia pinos, que se dejan pronto ver al Norte sobre un borde rocoso que se asoma al vacío. En cuanto cruzas este menudo pinar y salvas la divisoria, te dejas ir por la ladera a poniente, por la umbría. Las hayas son aquí más tupidas; por tiesas y bien armadas dicen haber ganado más de un combate a las persistentes nieblas. Hoy se mueven plácidas, poniendo rumor de fondo a los pájaros y su ruidosa algarabía. La senda serpentea al ritmo de las vaguadas y ensenadas hasta un nuevo collado. A su lado estuvo hasta hace unos años la borda Gartzunzerena, en el camino que sube de Egozkue. No hay modo de evitar esas ruinas aún calientes, que traen recuerdos entre sumisos e irritantes de arcadias tan libres como prisioneras. Allí al fondo había una balsa, había juncos, había ranas. Alguien habrá aprovechado sus aguas; sólo queda un cerco blanco y un fondo de hojarasca espesa y negruzca. Al pasar se empieza a salir del bosque, la cuesta se extiende por una amplia vaguada despejada llevando a nuestro lado una larga loma. El sendero parece que fuera buscando las rocas escaqueadas entre argomas y brezos, todo sometido al temprano sol, un poco apagado y grisáceo. Arriba, donde la loma culmina y la vaguada se agota, nos espera un altivo roquedo coronado con penacho de hayas. Vamos creciendo sobre nuestros pasos y, a medida que subimos, mirando al fondo emergen espacios: surgen pueblos, surgen prados, surgen bosques, surgen barrancos: todo estancado en el éter, listo para aflorar en mis sueños. Al costado, ahí al borde, como un respingo se empina la cima de Apordoki sobre sus recatadas faldas. A sus bordes se aferran con infantil empeño Aritzu y el resto de pueblos de Anue al completo. En lo alto, un discreto cordal lo enlaza benévolo a la órbita del sobrio Urdanatz, que con su cúmulo de rocas parece haber desalentado a las hayas. Sólo unas pocas se empeñan en ver el cielo terso, y junto a nosotros despliegan sobre el ondulado relieve sus curiosas miradas.
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martes, 27 de abril de 2010
Los que corríamos tras Sillitoe
Pues sí, bastantes de los que seguimos a Alan Sillitoe continuamos en carrera, y la mayoría nos sabemos solos. Creo que vi primero la película de Richardson, así que para cuando leí La soledad del corredor de fondo la imagen del incansable corredor ya había encontrado su sitio en mi mente. En realidad creo que ese orden nunca importó mucho, la imagen era demasiado poderosa como para ser relegada por la novela. El lenguaje añadió cierta tensión a ideas como la de honradez, que es donde se dirime la verdadera batalla entre el reformatorio y el muchacho. En Colin seguramente vimos un reflejo de nuestra resistencia -quizá menos heroica y desde luego bastante más sorda- a una escuela que quería movernos como necios figurines en un escenario de cartón piedra. No se me alcanzan otras similitudes entre el ambiente de aquellos colegios de curas de los sesenta y los reformatorios británicos. Pero podemos hablar cuando menos de nuestra sintonía con aquel rebelde solitario, porque eso parece cosa probada, y vista la deriva que nos imprimió incluso manifiesta.
Traigo aquí, porque no las recordaba, las palabras con las que Colin evocaba el momento en que deja atrás a los espectadores reunidos en la salida, a su paso por el primer recodo en la carrera:
«Y entonces conocí la soledad que siente el corredor de fondo corriendo campo a través y me di cuenta que por lo que a mí se refiere está sensación era lo único honrado y verdadero que hay en el mundo, y comprendí que nunca cambiaría, sin importar para nada lo que sienta en algunos momentos raros, y sin importar tampoco lo que me digan los demás».
Desde entonces muchos hemos visto crecer y madurar, en la semilla que allí se sembró, un insoslayable espíritu de resistencia, quiero creer que resistencia moral. De aquella temprana renuncia a la victoria, y de la honradez con la que se afirmaba, hemos venido a parar a una prolongada soledad, en la que, pese a su aspereza, nos sentimos libres. Algunos nos reprochan compasivamente seguir anclados en la adolescencia, no haber hecho germinar los valores de capitanía, de servicio y de empresa que, según dicen, nos correspondían. Lo contamos una y otra vez, a eso nos mandaban, hasta que un buen día nos sacaron a campo abierto. Vimos entonces otras anchuras y pudimos trazar con claridad nuestra línea. A partir de ahí empezó nuestra travesía; después todo fue correr, correr deprisa para dejar atrás el miedo. A medida que oigo las despedidas, me va ganando la sensación de que nunca estuvimos tan solos. Hasta ayer, sin ir más lejos, Sillitoe corría con nosotros.
lunes, 26 de abril de 2010
El tarro de Spinoza
Se podría esperar que del tarro sacara Spinoza algún saludable elixir o algún ungüento floral con los que mitigar la infame tos que le llevaría a la tumba. Pero no. Retira el microscopio a un lado y los papeles al otro, dejando sitio libre en la mesa, despejada y alumbrada por la cálida luz de las velas. En medio coloca el tarro, cerrado con un enorme tapón. De uno de los cajones extrae un pequeño bicho, una araña parece. Levanta entonces el tapón y mira hacia el interior donde se distingue una tupida telaraña. Con la precisión del que se maneja entre lentes, pinzas y esmeriles, coloca la araña en el tarro, confiando en que pronto se presente su propietaria para hacer frente a la intrusa. No tarda en surgir de lo oscuro una araña de singular tamaño e inmediatamente se libra el feroz combate.
Spinoza contempla el curso de los acontecimientos con atención, pero sin mayor estremecimiento, si acaso sorprendido por una ingenua risa. Retiene el aliento y acerca una lupa para así apreciar en detalle el empuje y efecto de los envites. Aquí todo el balance moral debe registrarse en el estilo contable de quien mira. Donde uno quiere ver la arena y sus gladiadores, otro encuentra ágiles movimientos de esgrima y hasta un tercero habrá que se quede extasiado por tan sutil coreografía. El curso solo puede ser fatal y no es un juego, porque es simplemente la vida y porque así está determinado. Cada ser vivo debe acogerse a su suerte, aunque sea hombre, y si lo es, sin extremar la emoción ni caer en el desaliento. Todo lo animado por ese conatus essendi, por ese intento de seguir siendo a impulsos de su cotidiano cometido, debe saber afrontar el 'mal encuentro' con el entusiasmo de quien en la vida cede su testigo, de quien se sabe animado gracias a un aliento que siempre será de todos, esté o no esté en disputa en ese encuentro.
Da noticia de este tarro en Vida de Spinoza (1705), su primer biógrafo, el ministro luterano Johannes Colerus, que residió años después en la misma casa y cámara que el filósofo. Allí es donde lo encontró, justo en la cámara donde lo había dejado abandonado Spinoza, por lo que al entrar en ella, según cuenta, hubo de librar encarnizado combate con un nutrido ejército de arañas guerreras.
domingo, 25 de abril de 2010
Tu defecto es mi virtud
Pluma de pavo real, Manuel Navia (Ecuador, 2007)
No viendo los demás virtudes en mí, he decidido compararme en sus carencias: al cojo gano en carrera, al listo en destreza, al pobre en iniciativa y al calvo en cubierta. Y así, repasando uno a uno los hombres y una a una las virtudes, claramente distingo que a todos aventajo en alguna. Basta entonces con poner cada una en su sitio para poder presumir ante todos como un elegante pavo, con su rico y bien ganado plumaje de virtudes primeras.
sábado, 24 de abril de 2010
Ajustando mecanismos
Order & Disorder (Diptych), Jane Rusin (2006)
Aunque el orden sujeta y atosiga, recurrir al desorden apenas nos libera. Si en el orden algo se nos impone desde fuera, en el desorden algo crece hasta dominarnos por dentro.
Cualquiera advierte que algo en el mensaje trasladado por estas expresiones resulta equívoco, lo que viene a demostrar las limitaciones de la brevedad, o de cierto estilo enfático, cuando se opera con conceptos complejos pero implícitamente definidos. Aquí, en concreto, se parte de un equilibrio estructural entre opuestos, orden y desorden, pero la carga de incertidumbre aplicada al segundo término, que debería actuar como aliviadero de la tensión oposicional, acaba reivindicando a un orden conocido y útil. Cualquier análisis crítico debería continuar despejando las abundantes inclusiones tácitas y apuntando a la insuficiencia de las definiciones asumidas.
He aquí una batería de cuestiones de muestra: ¿es aceptable confundir entre orden y cosas ordenadas?, ¿qué cosas son susceptibles de orden?, ¿en qué mejora el orden a las cosas susceptibles de recibirlo?, ¿mejora el orden al conjunto o a las cosas en sí mismas?, ¿es lo mismo orden que armonía?, ¿es la persona sujeto de orden o de armonía?.
La batería no es en absoluto exhaustiva, pero permite al menos poner en cuestión las expresiones iniciales, cerrando el paso a posibles conclusiones o a sobreentendidos tales como: El orden sería el fermento social y el desorden la liquidación personal.
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viernes, 23 de abril de 2010
Día del libro vivo
Aunque se me escapa, algo tendrá que ver el Día del Libro con el duro castigo que esta misma mañana se me ha infligido. Difícilmente puedo compartir semejante celebración con el libro, más que nada por la contundencia y el abuso de confianza con que los hechos se han producido. Estaba yo en la tarea, a una hora regular, cuando levantándome de la mesa me he estirado, seguramente más allá de mis posibilidades, hasta un último estante en el que dispuestos en una caja reposaban los once tomos de las obras completas de Descartes. O sea la edición de Adam-Tannery entera: en limpio unos ocho kilos. Justo los kilos que, al ir a coger el tomo primero, se me han venido a la cara como un martillo. Véase, pues, hasta qué punto puede ser arriesgado el simple oficio de lector, que ha bastado un solo segundo para verme sacudido por la furia del buen Descartes, del que siempre canté glorias y del que guardaré a partir de ahora un recuerdo mucho más vívido. Ligeramente desfigurado, pero no del todo contrahecho, he salido de inmediato para celebrar la fiesta, aunque bien lejos de las estanterías, temeroso de sus inquilinos, que esta mañana a primera hora, con la fiesta recién metida en el cuerpo, parecían estar vivos.
Lides turbias
Bastaría desplazar los focos o mejor desconectar las luces, desnudar a los figurantes para que obren en la sombra como fantasmas encelados y sobre todo lograr que la primera sangre salpique a los tendidos. Quizá entonces no soportáramos sin escándalo el sacrificio del joven arrogante y burlón frente a tanta furia acorralada. A cambio vemos a un chulo sin tapujos entrar armado en el redondel a zafarse a puñaladas de la atávica amenaza, en una sesión que sin tener nada de hipnótica se vende con un halo de sangrienta magia. Mejor sería para eso llevar las tribunas al matadero, donde el matarife no esconde su ventaja, oficia con destreza el descabello y acaba a la bestia con higiene y sin apuro.
jueves, 22 de abril de 2010
Opera prima
Monsieur de la Poupelinière, Anónimo
La velada organizada por Madame de Créquy se celebró en pleno otoño en Maincy y en ella se interpretó, con el nombre de Concierto amoroso para flauta, la opera prima de un joven y prometedor músico bohemio. Al final de la misma, el apuesto solista se acercó a su espléndida anfitriona. Cuando quedaron a solas él le interrogó solícito:
—Madame, ¿cómo habéis visto el recitado de la flauta?—. A lo que Madame de Créquy respondió con amarga franqueza: —He visto la flauta como he visto la orquesta: sin apenas entusiasmo. Tan escasa andaba la primera de argumentos, que ha tenido la segunda que correr para darle colorido.
—Pero Madame— acertó a responder, —pensad que la partitura exigía enormes dotes.
—No tanto— replicó ella, —sólo que Vos señor creísteis que todo era cuestión de que se os diera brillo.
Calló el joven afligido, mientras la talluda dama le daba la espalda y se alejaba.
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De cómo bien ponerse
A diferencia de lo que se cree, declarar principios no es algo tan sólido ni tan inamovible como echar cimientos. Lo de los cimientos es obligado cuando intentas componer un argumento. Pero, a la vista está que la vida no es una premisa o una concesión divina de la que vas sacando consecuencias, la vida es el argumento que cada cual se forja, normalmente para absolverse. Y en esa forja, y en esa absolución, entran a servirnos con lealtad nuestros rectos principios, que serán aún mejores a fuerza de ser proclamados a los cuatro vientos con honda y sentida fe.
Mirándote en esos principios, aunque olvides tu recorrido vital, te será fácil entregar unas memorias sin pasar apuro alguno. Podrás matizar y hasta dar la vuelta a tus episodios más equívocos, aquellos en que ni tú te reconoces, aquellos que te avergüenzan, el día que miraste hacia arriba para luego humillarte, el día que uncido te creíste ejemplo de abnegación y sacrificio. Como hombre, te rendiste a la farsa el mismo día que te honraban como caballero de principios. Elegiste tu sitio en la tribuna como un hombre manso e intachable. Bajo esa guía de corrección beligerante, te imaginas sabio juez, donde todos ven tu acabada e infame impostura, campando en normas trucadas, desde el fin hasta tus principios.
miércoles, 21 de abril de 2010
Me conozco y me caliento
Hay días en que la prensa nos regala humoradas. Hoy mismo leo la jota recia dedicada por un afamado preboste bardenero —alma de ruiseñor y maneras de porquero— a su guarderío forestal en pleno. La sentencia judicial que recoge esa arrancada canora cuenta que así cantó un mal día ante uno de sus agentes:
No me jodas, no me jodas
con el polígono militar
si pa´ eso tengo a Los Verdes
a qué vienes tú a salsear
A partir de ahí, cuenta la sentencia, el coro de la forestal ofreció su versión e incluyó en ella su reclamación:
Decimos lo que todos vimos,
que al verse en triste ridículo,
se frenó en sus feroces trinos;
y entonces se hizo penitente:
se metió golpes mayúsculos,
pero al pecho de nuestro agente.
¡Qué gracia que le echa el `joteuro',
que trina y nos paga la ronda,
cuarenta cubatas nos pongan
y que suelte cuatrocientos euros!
A resultas de la vista y por agresión a un agente forestal el presidente de la Comunidad de Bardenas, José Antonio Gayarre, fue condenado por el juez al pago de cuatrocientos euros de multa. De dar el `cante', y hacerlo además horriblemente, salió inexplicablemente absuelto.
martes, 20 de abril de 2010
Retruécano del hombre bueno
Con un retruécano dado de buena fe, se da fe de la pretensión de un hombre bueno allá donde el hombre pretendía un buen retruécano.
En memoria de Áyax
Áyax con el cadáver de Aquiles.
Vaso François (crátera de Ergótimos, decorada por Clitias), 570 a.n.E.
Museo Arqueológico de Florencia
Vaso François (crátera de Ergótimos, decorada por Clitias), 570 a.n.E.
Museo Arqueológico de Florencia
Es odioso y seguramente nada casual, el destino que la tradición épica reserva a quienes se desentienden de los dioses, a quienes avanzan y resisten confiados en sus propias fuerzas. Como héroe, el destino de Aquiles será tenido por trágico pero triunfal, como emblema del poderío humano, el de Ayax, que rescata su cadáver, es cruel y humillante. Confundido por la injusticia, perderá en su locura honra y crédito ante su gente. Desolado por la vergüenza y sin esperar a que un dios le arrebate lo más suyo, morirá por su propia mano. Sófocles pondrá elocuente voz al testamento del suicida en el trance de abrirse las entrañas con la espada.
Desde entonces la escena del guerrero abrumado por la deshonra y la vergüenza se ha repetido con frecuencia. La hemos visto en quienes han rendido la plaza, en quienes están próximos a ser hechos prisioneros o en quienes se han visto privados de la muerte con sus compañeros. En la mayoría de estos casos el guerrero suicida parece sentirse estrangulado por el vínculo marcial, por ese espíritu irreductible del ejército. Flota ahí la llama de la sacrificada vanguardia, en la que el guerrero se redime por todos sus iguales, a los que contempla sumidos en la vergüenza.
Tampoco es casual que este sacrificio encuentre el beneplácito de dioses, religiones o naciones, que siempre lo aceptan como ofrenda propia. La vergüenza compartida es una potente amalgama con la que los dioses, o sus alias, obran a su voluntad. Al hombre libre debería parecerle indecoroso buscar alivio a la vergüenza en tropa de conjurados, sabiendo además que es mezquino admitir sin reparo la redención propia en cabeza ajena. Así es como llega a escena una nueva casta de apóstoles suicidas, tan dispar de aquel guerrero altivo, que desdeñaba sin recato el auxilio de Atenea.
El murió para sí, ajeno a sus compañeros de Salamina, víctima de su error y de la implacable desdicha. A nadie quería con su acción pedir cuentas y a nadie buscaba redimir, salvo a sí mismo. Entra en el Hades por su propio pie, aunque abocado por una furia destructiva. No pide a los dioses ni tiempo, ni clemencia, ni paraísos. Solo pide a Zeus que su cuerpo no quede expuesto a la rapiña y a Hermes que tras el salto «le haga bien dormir» y que haga leve su tránsito.
lunes, 19 de abril de 2010
Interpretando la interpretación
Puestos a interpretar conocimientos me colocaré en algún centro neurálgico, que de eso se trata, de un centro de interpretación, y así estaré subido al puente de mando, al lugar desde donde el que dice que sabe lanza su penetrante mirada y guía la descuidada curiosidad del que ni se sabe siquiera ignorante. Como proyectista educativo sigo aquí puntualmente las teorías de aprendizaje más en boga, las del paternal magisterio, de las que resulta que si alguien, sin el adecuado amparo, ve un cuadro, un perro, un desfiladero o una alfombra, es casi seguro que ni aprecie ni entienda lo que debe.
Al abrir el camino a la interpretación no se busca despertar la sensibilidad, sino poner en valor actitudes un poco apagadas a través de ciertos reclamos sensibles. De lo que se trata en definitiva es de mejorar y de robustecer su visión, así como orientarla en la dirección pertinente. Gracias al apoyo de un dispositivo audiovisual de última generación, se acabará con esas aproximaciones temáticas frustrantes y fallidas, tan comunes cuando se usan las antiguas estratagemas educativas. En cambio con la nueva visión se lograrán elaboraciones preconceptuales más estables, fiables y de sencillo encaje en nuestro patrón social de referencia.
En este esquema de asimilación no se trata de lanzar al visitante a aprender, sabiendo lo incierto que puede ser un camino cuyo fin no es visible ni previsible, y tampoco de abandonarlo a su suerte, confiando en que por sí solo entienda quien no tiene desgraciadamente facultad para hacerlo. Es absurdo, además de un derroche presupuestario, pretender que aprendan aquellos que, con las estadísticas en la mano, sabemos que no pueden entender. Lo importante es hacérselo saber, y ahí estos equipamientos culturales destinados a la interpretación ayudan, porque con ella el visitante deja de sentirse culpable en su reconocida ignorancia.
Por ejemplo, si en un desfiladero quiere ver obra del demonio, avalarás su interpretación, le dirás que es valiente, y tan respetable como cualquier otra. Porque nadie debería cargar con la culpa de no entender que todas esas cosas son obra sabia de la naturaleza. No buscamos sabios, sino que queremos ciudadanos cabales y felices, que saben en cada momento interpretar las situaciones problemáticas según las pautas que se les prescriben. El conocimiento es demasiado valioso para ir dejándolo en medio de la calle, debemos atesorarlo y sobre todo administrarlo, pero siempre en su recta interpretación y bajo la tutela de los más sabios.
domingo, 18 de abril de 2010
Último día
Cuando has cosechado derrotas en todos los frentes, sólo el hastío te empuja a la batalla del último día, y poco importa si con ella se acaba la guerra o se acaba la vida.
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sábado, 17 de abril de 2010
Venga, una polka
No es fácil traer a colación una cita literaria, aunque sea algo bastante habitual, tanto al menos como maltraerla o maltratarla. Sin embargo, en el caso de la música, la cita parece que exige siempre un punto de osadía, en particular si eres un mero aficionado. No veo porqué, cuando la percepción musical es algo al alcance de todos, si el oído está en su sitio, y la opinión sobre lo escuchado es libre, ya sea uno un purista o un vulgar oyente. No debería haber, pues, más problema en la cita musical del que tiene la cita literaria.
El tono del comentario a la cita musical depende fundamentalmente de lo que cada cual espere encontrar en la obra que escucha. Hay quien acude a recibir la lección del maestro, y la actitud es de recogimiento, arrobo o unción, según el grado de devoción. Hay otros que, por el contrario, van para pasar examen a los incautos intérpretes, a los que despellejan sin piedad ni miramiento, con la cabeza armada por una ejemplar interpretación que sirve de insuperable referencia. Y están, por no extenderme en otros tipos, los que esperan recobrar con el oído alguna sensación olvidada, algo directo, que no requiera de la entrega cuerpo a cuerpo, algo íntimo y vibrante, que remueva los sentidos, antes de ver apagarse el día.
Para hacer llegar esos saludables efectos, bien podría servir la siguiente polka del checo Bohuslav Martinu. Gastaré pocas palabras: Lo más llamativo de esta miniatura musical es su sigilosa entrada en ritmo y lo realmente chispeante es la variación temática y la progresiva aceleración de los ritmos posteriores. Forma parte de una colección de tres libros de polkas y estudios que compuso en verano de 1945 en Massachusetts, en plena euforia tras la reciente guerra. La pieza muestra mejor que otras la curiosa síntesis de una factura clásica, en concreto del impromptu pianístico, con maneras cercanas al jazz, asumido aquí con curiosidad, y los ecos omnipresentes y renovados del folklore centroeuropeo. A lo dicho, salud.
Polka en la mayor, Bohuslav Martinu
Piano R. Firkusny, BMG Music 1989
El volcán encendido
Fotografía tomada de www.bbc.co.uk
No ha pasado ni un mes desde que di la nota con la erupción del volcán Eyjafjallajökull, al que declaraba candidato al Plinio del año, y las noticias han dado un giro dramático convirtiendo aquel cuadro estético en un nuevo escenario del miedo difuso. La inocente columna de humos y cenizas que ayer atrajo a estudiosos y turistas, amenaza hoy a los aviones que los trajeron. Y ahí siguen, cautivos en tierra y mirando, mientras la flota de autómatas alados de media Europa permanece impotente y recluida en los hangares.
No estaba en el guión esta humillación, que confunde e intimida a quienes desde el suelo habían comenzado a ver el aire como un medio propio por el que transmutarse de una punta a otra del globo sin conciencia alguna de riesgo. Ahora un viejo personaje ha irrumpido en el cuadro: El miedo priva de colorido a la estampa del volcán y nos hace recular avergonzados hacia el ferrocarril y el barco. Como resultado de esta humillación, pronto veremos a nuestros autómatas dar un salto evolutivo y mudar a una nueva especie que asuma la nube de ceniza en su programa de emergencias. Para eso está nuestra técnica, que es sin duda la más fiel proyección de nuestro miedo, su primera respuesta, nuestra inicial victoria.
La de la técnica es historia reciente, la del miedo vieja. El miedo genera impulsos de protección puntualmente reflejados en la técnica, pero como generador de vértigo apenas evoluciona. Con cada una de las amenazas rechazadas por nuestras máquinas, con cada nuevo margen de seguridad ganado, sembramos la semilla del siguiente temor, que será además de nuevo, peor y aparentemente insoportable. En esta carrera hemos ido viendo a la técnica ofreciendo un bien, cada vez más relativo, a cuenta de un mal inmediato, y por tanto absoluto. No será ésta, sin embargo, la dinámica futura. En estado de delirio, podemos llevar la lógica hasta las últimas consecuencias, hasta la creencia de que todo son amenazas. Comprenderemos entonces que la naturaleza es amoral, que no es posible distinguir entre bienes y males, ni siquiera entre conveniencias e inconveniencias. Llegados a ese punto, la técnica no conseguirá ofrecer alternativas desiguales, sólo males menores. Será entonces cuando entenderemos que la única solución es aprender a reconducir nuestro miedo.
viernes, 16 de abril de 2010
jueves, 15 de abril de 2010
Andanzas y colectas de Wiener
No sabemos a ciencia cierta si el modelo utilizado por Edvard Munch para su famoso lienzo El grito fue esta momia peruana depositada en el Musée de l’homme de Paris. Tampoco es probable que se inspirara en las cabezas decapitadas a cadáveres de indígenas machiguengas, que Charles Wiener echó en su día al saco como interesantes muestras de «especímenes antropológicos únicos en Europa de razas del alto Ucayali». Sabemos que momia y cabezas fueron a parar allí junto con otras 86 cajas de curiosidades etnográficas y antropológicas como bagaje y renta del viaje de unos dos años emprendido por Wiener por encargo del Ministerio de Instrucción Pública de la República francesa entre 1875 y 1877, en un gesto de arrogante filantropía y de prestigio científico en el que competía con las restantes potencias coloniales.
Para cuando Wiener llegó, parte del trabajo de rastreo, levantamiento y recogida de ejemplares y objetos curiosos de las culturas del Perú y Bolivia estaba adelantado. Marinos, diplomáticos y coleccionistas actuaban por su cuenta. Entre ellos Frédéric Quesnel y Theodor Ber, residentes en Lima, que aportarían a la colecta ocho cajas con múltiples objetos que habían conseguido reunir, más por preciosos que por curiosos, con la inestimable colaboración de informadores y descuideros locales, entendiéndose no obstante de sus testimonios que a todo el mundo se le pagó su justiprecio. Wiener pudo redondear poco a poco esta apasionante empresa, calificada de misión científica por los europeos de entonces.
En los obligados intervalos entre las exploraciones arqueológicas, su genio incansable se dio a las hazañas geográficas. Animado por el afán de fijar su altura, afirma haber hollado la cima del sagrado Illimani, monte que se suponía el más alto de Bolivia y de América. Entre sus acompañantes estaban el peruano José Ocampo, el ingeniero austriaco Georg von Grumbkow y tres humildes nativos anónimos, que en un momento dado se niegan a seguir porque en esos lugares «existen dioses que guardan su santuario de hielo». No le faltaba pues información sobre la montaña, pero no tuvo inconveniente en bautizarla, armado de bandera, como Pico de Paris. Si hasta ahí llegó, queda por señalar que tan sólo alcanzó para su desgracia una mera antecima. El gesto define el temperamento de este nativo austriaco y judío, convertido con el tiempo y las circunstancias en francés y católico para que nada impidiera su mayor gloria terrenal.
A sus incursiones aventureras incorporó el daguerrotipo como instrumento de caza de imágenes. Algunas son memorables y se incluyen, transformadas en ilustraciones, en su relato expedicionario Pérou et Bolivie. Récit de voyage. Ninguna de ellas se firma, pero hoy sabemos que las fotografías se vendían como trofeos gráficos a los aventureros de temporada por gentes residentes en el país. No parece que, pese a sus declaraciones, fueran en muchos casos obra suya, lo que unido a los numerosos errores comprobados acerca de la procedencia de muchas de las piezas coleccionadas, arroja una sombra de sospecha sobre su protagonismo y sobre la fiabilidad del resto del relato.
En definitiva estuvo allí, y a su retorno presentó, con la pompa propia del publicista y la encendida emoción del nuevo republicano, los hallazgos propios y los que tomó como propios, en una sesión mantenida en diciembre de 1877 en la Société de Géographie de Paris. Publicó la memoria de su viaje en 1880 en el volumen citado y a continuación emprendió por Sudamérica una brillante carrera diplomática a cuenta de la República. La monumental obra contiene numerosísimas observaciones y datos de valor controvertido e impreciso, y el legado incluye objetos que salieron como curiosidades y que hoy son ya ejemplares científicos y obras de arte residentes en Francia. Con ellas se montó para la Exposición Universal de 1878 un exhibición de antigüedades y de tipos americanos, de la que surgió posteriormente el Musée d'Ethnographie du Trocadéro. A este museo, que años más tarde se asentaría en el Palais de Chaillot, es al que acudió como un visitante más el pintor Munch. Y es allí donde quedó sobrecogido por aquel agónico gesto, por aquel grito postrero del indígena.
miércoles, 14 de abril de 2010
Törless y las oscuras metáforas
Es difícil llegar a los demás si vives demasiado tiempo dentro de ti. En esa situación vives para un mundo propio, pero ajeno al exterior, en el que las cosas encuentran reflejo, tal vez desvaído, o por el contrario nítido y hasta amenazador. De ese mundo puedes hacer tu vida, a riesgo de perder contacto con los que te esperan a tu alrededor. Es un mundo vegetativo de suelo fértil para la lógica, para las metáforas, para la creación, pero es también un mundo abierto a mareas y ahogos, denso y frío, donde no hay refugio estable, cuya oscuridad acrecienta el poder balsámico de la luz. Los movimientos en superficie son reveladores, pero rara vez reflejan con su orden la tensión vital que anida en su interior. Algo parecido sostenía el joven Törless de Musil en su alegato final ante el director, antes de abandonar el Instituto, cuando decía que no es necesariamente vivo ese espacio superficial de conocimiento dominado por la causalidad y la lógica, que sólo es vivo el pensamiento sembrado tiempo atrás, que continúa olvidado en la oscuridad y que emerge más tarde poderoso, desde lo profundo, rompiendo ese manto superior.
Es verdad, quizá estemos rodeados de pensamiento muerto, de ese que circula sin más exigencia que su posible venta, encaje y aplicación. Sabemos, sin embargo, que hay otro, que resulta siempre doloroso, y lo sabemos porque nos compromete hasta la voz. Llegar al fondo de lo que somos y hablar desde ahí no es algo delirante. Ojalá lo fuera, porque ese delirio nos restituiría a nuestro círculo y nos colocaría bajo observación. Hablar desde el fondo es simplemente peligroso, y en la práctica inútil, salvo para esos espíritus gemelos que nadan perdidos por aguas pelágicas. Seguramente no tiene sentido ese vivir tan hondo, ese vivir para ser, y quizá debamos contentarnos con vivir para ser algo, para entrar en el juego de ese pensamiento circulante, como fenómenos benignos y favorables, como objetos dinámicos, como una más entre las cosas. Es entonces cuando, sometidos a esa condición, nos asalta esa sensación abismal que Törless apuntaba: «Pero cuando cierro los ojos, las cosas viven iluminadas por otra luz».
martes, 13 de abril de 2010
El sabio a oscuras
No hace falta ser sabio ni experto para hacerse a la vida, otra cosa será que nos quede grande. Tampoco hay que dar demasiada cuerda a quienes pretenden haberle tomado su justa medida, por mucho que se adornen con saludables consejos a descarriados, por mucho que firmen un académico y muy completo manual de fugas. Nadie debería creer en los que nunca se fugaron, por más que posen con sus audaces experiencias, resumibles y resumidas en ese ‘Sal por la recta y correcta dirección’, capítulo único y fundamental en sus apasionantes vidas. Para hacerse a la vida no hace falta tamañas dotes, has de estar mejor a esos relámpagos que te visten repentinamente de luces, que te doctoran a deshoras, pero con autoridad inapelable en esos garitos y rincones por donde se anda a oscuras.
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domingo, 11 de abril de 2010
El personaje implícito
En el cine y en el teatro la presencia física o en imagen de los personajes permite un juego narrativo que, sin ser imposible, es de ejecución más compleja en la novela. Se trata del manejo del personaje falso u oculto. Este personaje va siendo implícitamente definido por los demás que le dan contorno a base de citas y alusiones, o por medio de objetos explícitos y presentes que apuntan a él. El hecho de que los personajes explícitos se muestren materialmente a sí mismos donde el implícito sólo puede ser representado, bien sea simbólicamente o mediante un perfil más o menos narrativo, crea entre explícitos e implícito una diferencia de planos sumamente sugestiva. Del segundo vamos adivinando los rasgos que los primeros nos permiten, quedando además todos ellos bajo el sesgo y en la versión ofrecida por los que tienen voz propia .
En torno a este tema, el ejercicio que Polanski desarrolla en su última película, The Ghost Writer (2010), resulta soberbio por lo modélico. Además de reflejarse en el título, el personaje implícito ocupa un lugar central en la trama. Del hábil suministro al espectador de datos que van forjando ese personaje, hace Polanski una de las claves narrativas de la película. Si se sigue con detalle, se comprueba que, junto con otros recursos, ayuda decisivamente a ir pautando los tiempos del guión. Por otro lado, al existir aquí un personaje real de características similares, es decir otro escritor, se crea una cómoda identificación inicial por paralelismo de funciones. Lo que no es impedimento para que también se genere a través de ambos una suerte de claroscuro entre lo evidente y lo sugerido. Un efecto que permite en cada momento acentuar o atenuar los contrastes más decisivos para el desarrollo del argumento. Más allá de efectos puntuales, la oposición entre lo queda a plena luz y lo que se adivina en la sombra siempre es un modo eficaz de sugerir posibilidades, a sabiendas de que esos falsos personajes nunca se presentarán para ofrecer respuestas.
sábado, 10 de abril de 2010
Talento homologado
El severo deterioro de mi autoestima me llevó a reconsiderar mi insistente rechazo a pasar el test de Turing. Tras una semana de profundo aturdimiento, ayer finalmente salí decidido a emprender esa dolorosa prueba. Para quien no lo recuerde éste es un test que discrimina entre los organismos o seres inteligentes y los que no lo son. En mi caso, esta cuestión viene de largo y mis últimas indecisiones no hacen sino confirmar los progresos de un modo de actuar entre remiso e ingenuo, que se ha venido agravando con salidas poéticas y otras crisis menores. Caso de no obtener para mi talento el certificado de homologación y, por lo tanto, de quedar social y oficialmente rebajado, tampoco creo que tenga mucho que perder. Sé que no habrá condescendencia y que inevitablemente se me invitará a engrosar el número de inservibles o a exhibirme en ese museo que vienen montando con extintos talentos.
Al llegar a la universidad me dirigí al Departamento de Inteligencia Artificial, donde me recibió el profesor Teo Bin, un hombrecillo de mediana edad y estatura. Aún conservaba una buena mata de pelo lacio y entrecano, y montadas en su generosa nariz, dejaban ver las gafas dos ojos vivaces e intrigados, que me observaban con interés científico. A esa curiosidad inicial pareció seguir cierta comprensión y, aunque no hubo intercambio de palabras, aprecié en la mirada un grado de cercanía propio de quien se veía en mi lugar. Me hizo un gesto para indicarme dónde podía esperar hasta que llegara mi turno. En la salita pude contar dos robots para automoción, uno doméstico de los que andan por la cocina, un afilador desquiciado, una rara especie de cuentacuentos rural y tres prototipos eróticos desvencijados y con señales de maltrato. El ambiente era deprimente y silencioso. A medida que el profesor los iba llamando, se levantaban, se despedían con un silbido y desaparecían por la cercana puerta con aire apesadumbrado.
Cuando me llamaron no me reconocí por mi nombre. Quería creer que no era a mí a quien reclamaban, aunque ya no había nadie en la salita. El profesor Bin me dio algunas explicaciones sobre el desarrollo del proceso. Yo estaría en una habitación incomunicado, salvo por un dispositivo. Al otro lado un ente ‘inteligente’ iría dando réplica a mis mensajes hasta finalmente decidir sobre la idoneidad de mi inteligencia. Hasta donde recuerdo nunca tuve la sensación de estar desbarrando, pero sí me sorprendió el estilo y contenido de algunas de las cuestiones tocadas en esta especie de chateo. Que si Forster, que si las abejas de Galileo, que si las sombras, que si el obispo de Roma… Francamente, no conseguí encontrarle el hilo a todo aquello. De repente sonó una bocina sorda y sobre la puerta entreabierta se encendió un piloto verde. Salí directamente al exterior del departamento y vi cómo el profesor Bin marchaba a trompicones tras el afilador de la salita dando toda clase de explicaciones a izquierda y derecha a dos fornidos compañeros que lo escoltaban. Justo antes de llegar a un furgón, conseguí alcanzarlos y me dirigí al profesor para saber si tendría mi certificado. Uno de los compañeros me disuadió: «Por favor, Teo necesitará un tiempo de reposo». Entendí entonces que a mí se me daba por homologado.
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Obras son datos y ...
Para muchas personas habiendo datos están de más las razones, porque entienden que si se cuenta con los primeros es cuestión de tiempo encontrar el modo de avalar las segundas, sea cual sea el ámbito de conocimiento. Aun en crudo, los datos se asocian de manera tácita a la verdadera ciencia, mientras que las razones, por buenas que sean, pasan a pertenecer inevitablemente a la falsa retórica. A partir de aquí la primera conclusión es evidente: Si los datos valen como razones, la lógica sobra. Pensar más allá de las tablas numéricas es un argumento en sí mismo, que muchos aducimos para hacer ver que indagar no es recoger datos. Por escaso que sea el pensamiento que podamos derivar, la segunda conclusión es evidente: Para presentar resultados científicos no basta con reunir meros datos, hay que apoyarse en razones que contribuyan por lo menos a fijar unos objetivos. Hay quien cree también que aumentar o precisar los datos de los antecesores es propiamente una tarea científica. Y esto nos conduce a la tercera conclusión, porque esas ansias de precisión suponen en la práctica dejar al científico al nivel del instrumento que maneja, e incluso confundir la ciencia en la técnica.
viernes, 9 de abril de 2010
Mínima 7
Son legión los que desde los círculos financieros siguen la onda de los viejos alquimistas. Para ellos no hay obra filosófica que supere a la conversión de la materia prima en materia última, ni saber más profundo que la trascendental mutación a refulgente oro de la mierda pura.
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jueves, 8 de abril de 2010
Quo vadis?
Robledal de Aizkorribe
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miércoles, 7 de abril de 2010
Círculo de amistad
«Todos vuestros escritos no son sino errores o sarcasmos; esto es, nauseabundos flatos, hedores de mulo viejo cinchado en exceso tras un hartazgo. Yo he cumplido. Os he tenido en consideración por esta vez, pero no lo repetiré...». El que esto escribe es el reverendo John Wallis, a la sazón profesor de Geometría y doctor en Divinidad de la Universidad de Oxford, y el jumento en cuestión es ni más ni menos que Thomas Hobbes, también conocido en su ferocidad dialéctica como el monstruo de Malmesbury. El motivo: una larga y despiadada disputa acerca de la cuadratura del círculo a comienzos del siglo XVII.
El punto de partida es un punto curioso, porque la discrepancia parte de la definición de punto. Hobbes está por lo que llamaríamos punto gordo: «Si no se considera la magnitud del cuerpo que se mueve (aunque siempre es alguna), el camino que recorre se llama línea o dimensión una y simple, en cambio el espacio que recorre se llama longitud, y el cuerpo mismo, punto, en el sentido en que a la tierra se le suele llamar punto y a su camino anual la línea eclíptica» (De corpore VIII 12). Wallis, por el contrario, sigue la norma del punto adimensional y carente de extensión según el criterio euclídeo, que define punto de manera intuitiva como «lo que no tiene partes», siendo línea «la longitud sin anchura» (Elementos I). En una primera comparación sólo habría que oponer al carácter concreto y dinámico de la primera aproximación, el carácter abstracto y estático de la segunda. Pero lo cierto es que en su desarrollo geométrico la segunda concepción acaba encontrando mejor acomodo en el álgebra -disciplina que Hobbes aborrece con gruesos epítetos-, y desde ella irá Wallis metódicamente denunciando los errores pertinaces de las demostraciones hobbesianas en un permanente cruce de insultos y descalificaciones de las que la de arriba es buena muestra. De la perseverancia y tozudez de Hobbes dan también prueba sus más de veinte demostraciones publicadas. La validez de las contrapruebas y la intuición wallisiana de la indemostrabilidad del asunto quedó finalmente probada por Ferdinand von Lindemann en 1882. Efectivamente, no podemos construir con regla y compás un cuadrado de área igual a la de un círculo dado.
martes, 6 de abril de 2010
En crudo y en directo
Aubrey Beardsley, The Stomach Dance
Ilust. para Salomé de O. Wilde, 1907
Tras completar la bailarina su vuelo exultante y desvelarse con todo su brillo, se abrió él los pliegues, exhibiendo como una herida su priápico apogeo. Viéndose ella ante tan cruda circunstancia, aún acertó a decir: «Señor, puedo compartir vuestras razones, pero no vuestros deseos».
Nuevas ideas
—Sí. Además las cifras no se cobran.
—Claro, tienen un mercado cada vez más escaso.
—Pues sí. Ah, por cierto, y las letras se facturan a los escritores libres de impuestos.
—Vaya, qué bien. Y de precio, ¿cómo andan?
—No, eso tendrá que consultarlo en el departamento de letras y símbolos. Nosotros estamos aquí en marketing creativo.
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lunes, 5 de abril de 2010
Retorno a Castrum Euclidis
Alguno de los recientes visitantes del Castrum me ha insistido en la posibilidad de procurar al público una guía que vaya un poco más allá de las líneas generales descritas en la anterior entrada y que detalle mejor su contenido y estancias. Con gusto intentaré atender esta petición, aunque no es fácil por dos razones: como la pátina, el valor histórico de los añadidos a las viejas teorías es algo que no se puede poner de relieve; por otro lado, la trama de algunas estancias podría resultar laberíntica para el que no está hecho a andar a oscuras. A reserva de estas cautelas, intentaré guiarme por los Elementos estructurales conservados por Euclides (que aparecen en números romanos), dando fe de los nombres de sus primeros promotores.
Si entramos por la puerta de la Geometría (1), el núcleo inicial parece encontrarse, no lejos de la estatua de Tales (2), en lo que ahora se conoce como el Museo de los pitagóricos (3). En el recinto de planta circular parece que se asentó un edificio en la primera época y en su exterior se honra también al maestro (4). Está decorado con muy notables teoremas entre los que destaca el que se conoce como teorema de Pitágoras, que Euclides acabó colocando en la estancia I D. Además adecentó y extendió este espacio llevando otros teoremas a estancias exclusivas de rectángulos (II), círculos (III) y polígonos (IV). De época similar sería lo que se llamó palacio de Arquitas (8), un notable entre los pitágoricos que plantó su teoría de las proporciones continuas, alejado del núcleo original y a imagen de las armonías musicales. Euclides le dio entrada por un espléndido vestíbulo (VII) y abrió en él una nueva y espaciosa puerta para la Aritmética (7), cerrando la que antes se dirigía al Museo (6). El palacio está hoy muy desfigurado, tanto por la escuela que a su lado levantó Teodoro de Cirene (10) como por la remodelación de Euclides, que lo convirtió en sus estancias VIII y IX. En el lado contrario se conservan, como ya dijimos, vestigios de Conica, el recinto de los astronómos. Ahí residió por algún tiempo Eudoxo de Cnido, cuyos intereses evolucionaron a la geometría, por lo que edificó en sus cercanías un palacio (15). El espacio que ocupaba viene a coincidir con la estancia XII, la dedicada a áreas y volúmenes, y con la sala XI, la de la geometría de los sólidos, que empalmaba prácticamente con el Museo.
Frente al Museo tenemos otra zona singular, aunque más reciente, justo al otro lado del gran patio, por entonces sin allanar y sin ningún provecho. En ella luce un conjunto arquitectónico formado por tres edificios que siguen cánones clásicos. Su disposición y su fábrica parecen de inspiración platónica. Sobre las ruinas de la vieja escuela de Teodoro (10), a la que Platón acudió, se eleva un templo circular dedicado a su discípulo Teeteto (11). Son también dignos de visitar el laberinto de los problemas y la Academia con su espléndido peristilo. En ella se formaron los geómetras de su tiempo, los que pasaban bajo el dintel con la leyenda “que no entre aquí quien no sepa geometría” . A su lado queda un jardín venido a menos, en el que aún se conservan las ruinas de Antifairesis (12), un pequeño recinto que antes se prolongaba casi hasta Conica (16). El lugar estuvo frecuentado por Eudoxo, que acometió en él profundas reformas. En un principio Antifairesis se dedicó a trabajos consistentes en la obtención de nuevos números por sustracciones sucesivas, por lo que siempre dependieron del cercano pozo inagotable (13), en el que el agua manaba como un continuo numérico. Abandonados por vanos todos estos esfuerzos, algunos instrumentos –en concreto el método de exhaución- fueron trasladados por Eudoxo a su propio palacio (15), para luego pasar por orden de Euclides a la amplia estancia XII. Junto a esos terrenos dispuso también un largo y cómodo paseo para las magnitudes inconmensurables (X), que además de cerrar el recinto general, alimentaba desde el pozo numérico las viejas teorías sobre irracionales de Teodoro y Teeteto.
Para ver desde dentro el Castrum en su conjunto, conviene detenerse en el centro del patio de las semejanzas (VI). En este lugar, enlosado con un rico repertorio de identidades geométricas, se cruzan los caminos que enlazan el dominio del viejo número, próximo al Museo de Pitágoras, con el dominio de las proporciones promovido por Arquitas y con el nuevo dominio de las magnitudes que compartieron Teodoro y Eudoxo tras el descubrimiento del pozo inagotable de los inconmensurables. Después de su fundación fue sin duda el hallazgo del agua numérica infinita lo que dotó al Castrum de total autonomía, pudiendo así convertirse en ese monumento memorable que aún nos vigila y protege desde su colina.
domingo, 4 de abril de 2010
Nada resucita sin contrición verdadera
Que alguien nos libre de la contrición eclesiástica, de esa culpa tácita y confusamente proclamada, de esa culpa envuelta en arrogante y rico manteo, de esa culpa esfumada en el candor de las velas, de esa culpa discreta, sin desfile litúrgico ni penitencia. Que alguien diga a ese hombre, que en la cátedra toma la palabra, que como portavoz del verbo divino no debería usar tono tan apagado, tan matizado, tan opaco que esperando oír nada oímos, que esperando saber nada sabemos. Que alguien mañana le recuerde, cuando vuelva a cubrir con la tiara el solideo, que no debería reclamar al común de sus creyentes la contrición llana, la que ha de acompañarse con evidentes muestras de arrepentimiento, con afanes de inmediata de reparación, con signos de expiación y vergüenza, la de los que viven en duelo por su error, la de los que quieren aupar a sus víctimas, la de los que no se absuelven con torpe franqueza. Si no sirve para todos esta contrición, si la institución la desaconseja, que no haya culpa para nadie o que no haya institución que la consienta. A menos que se arguya que la institución propiamente no peca y carece de culpa, porque entonces, si sólo está para señalar las ajenas y para ofrecer balances irreprochables, será lícito sospechar de esa moneda moral que con tanto celo acuña y maneja.
sábado, 3 de abril de 2010
Dos preguntas para Harry
Para Miguel
No podía ser de otra manera y de nuevo se nos ha escapado vivo el gran Houdini. Su onomástica fue hace diez días, el 24 de marzo. Ese día de 1874, nacía en Budapest como Ehrich Weiss. Sabía yo, y él quizá lo buscaba, que de seguir tan huidizo acabaría en el olvido. Cada día hay que estar más vivo para retener su memoria y evitar que su nombre se esfume. Pero aún se puede llegar a él, remontando su portentosa estela de fugas, esa cadena prendida a encendidas ilusiones, a noches de teatro y fantasía. Por razones de edad no pudimos tener trato, pero tengo un interés casi infantil por sus hazañas. Año tras año pasa esta fecha y me voy convenciendo de que no daré con él, de que espiritualmente me elude. Ese día lo intento a la luz de las doce velas, y el contacto siempre se pierde en un susurro entrecortado de palabras y últimamente en una enigmática clave emitida en el trance más oscuro. Imagino que no quiere volver. No queda más remedio que asumir su fuga como un desdén personal, como un desaire calculado y como una pérdida. Por eso se le echa tanto en falta.
Una pérdida, sí. Aunque sigo creyendo que la pérdida de quien se pierde a voluntad nunca será irreparable. Sin demasiada convicción tecleo la clave que tras la última sesión me entregó la medium. La pantalla se queda de repente en blanco, puede que sea el momento. Aprovecho un parpadeo, y demando esperanzado al vacío:
—Harry, si estas ahí en el éter, háblame. No sabemos dónde fuiste, y peor, no sabemos a dónde llevaste tus secretos. Hazme tu confidente. Seré generoso con tus trucos, los verás otra vez sembrando ilusión en plazas y teatros, recorriendo pueblos y ciudades, y hasta en las cátedras haré que se enseñen tus escapatorias. Piensa que allá donde vas todo esto es vana ilusión, que no te dará para vivir. Aunque, allá tú, si de verdad quieres seguir muerto, pudiendo de mi mano volver directo a la gloria. Tampoco te va a valer para nada semejante bagaje en ese nuevo mundo donde todos parten de cero. Allí serás por fin libre, así que haznos aquí dueños de tus secretos y llaves. Mira, es muy aburrido este juego de vivir encerrados entre cuatro pantallas. Fíjate, con qué clase de ilusión nos someten. Desde aquí te lo digo, lo que nos dan en pantalla a diario no vale nada comparado con tu sonada fuga, sí la de la caja de tortura china. Aquella huida de la urna disparó nuestra atrapada imaginación, mientras que estas ilusiones de hoy la ahogan. Necesitamos salir, a toda costa, y sólo tu estás en los secretos. Dos preguntas, te lo ruego. A ver, para salir de nuestro odioso encierro, ¿qué hemos de sacar primero, los pies o la cabeza? Y otra cosa, más importante. Al otro lado del cristal de la urna, ¿nos ven o nos esperan?
viernes, 2 de abril de 2010
En el túnel
Al volver de la sombra a la luz es prudente preguntarse si podremos soportarla, si no acabaremos envueltos en un fugaz resplandor, como esa polilla a la que atrae la llama.
jueves, 1 de abril de 2010
Discurso de los recientes vencedores
Las autoridades se suman de buen grado a la promoción de aquellos valores intangibles que todos por aquí tenemos como una manifestación incuestionable de nuestro peculiar y más sincero modo de ser. A qué mentir, nos gustamos en ese traje de virtuosos que llevamos con desenvoltura, disfrutamos en ese papel secular de orgullosos y viejos cristianos, estamos convencidos de la obra fecunda de nuestro callado modo de hacer y seguramente merecemos algún tipo de pago con cargo a presupuesto por ese estilo tan ejemplar y desinhibido de llevar por el mundo nuestras buenas maneras. Suerte para quienes nos conocen, y más suerte si se nos entregan, pero el mérito -para el que no deberían escatimarse fondos- nos pertenece, ayer y hoy. Buena gente y buenos cofrades, y así lo digo, que a ninguno por serlo podrán ofender quienes se empeñan en insultarnos y arrastrar por el barro nuestra honra y buen nombre. Si esa tribu de gentuza nos vende, que lo hagan como somos, nobles de pies a cabeza, ciudadanos cabales y gente de una sola pieza. Pero no les saldrá gratis, que para eso está la autoridad bien dispuesta a financiar, con el dinero que legalmente se les merma de su ruinosa hacienda, actitudes más edificantes y empresas de futuro y solvencia. Nadie advertirá en nosotros, por muy ofendidos y humillados que seamos, ni gestos feos ni ánimo de revancha o abuso. Es verdad que nuestra estampa parece altiva, pero nuestra casa siempre está abierta, mayormente a ganancias, que la vida ya se encargará de traernos pérdidas. El que sabe leer, sabe también que son legítimas todas nuestras razones, porque somos más, pero sobre todo porque somos mejores. De esta forma de entender el bien tan castiza y nuestra nadie aquí debería pedirnos cuentas, cuando sigue pendiente el juicio que al final nos igualará a todos. Así que nadie venga a confundirnos. Santos sí, pero además con la zarpa bien dispuesta. Y si no les sacamos gratis un buen puño de habas frescas, llenaremos la cazuela con algún palomo dócil, de esos que ni se revuelven ni vuelan.
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