Hay un lema tan extendido como mal aceptado que nos invita a callar sobre aquello que desconocemos. Es cierto que una ojeada a los medios de comunicación basta para comprobar su escaso seguimiento como norma. Las excepciones, de hecho, son tan numerosas que cabe sospechar tanto de su oportunidad como de su sabiduría. Probablemente el problema es que elevado el lema a categoría de regla tiene difícil aplicación. Se nos pide que callemos en la medida en que desconozcamos, pero mientras que el conocimiento (o desconocimiento) es casi siempre parcial y relativo, el silencio que se nos exige es algo absoluto. Por decirlo en términos más propios de la física: esas dos magnitudes, conocimiento y silencio, no se expresan en el lema con proporcionalidad, ni directa ni inversa. Ahora bien, el conocimiento no sólo es relativo, sino que existe una percepción subjetiva de lo que conocemos y junto al volumen de lo conocido existe un modo de conocer. Es distinto lo que conocemos de lo que creemos que conocemos. Así que, ¿cómo impedir hablar a quien cree que sabe, por poco que sea? Cierta empatía, en otros la cristiana misericordia, obliga aquí a escuchar. Otra cosa es el caso de quien se prodiga en los medios de pago presentando como docta su enseñanza frente a la vulgar opinión. En tal caso, de no ser tan docta como quiere hacer creer --y tratándose de conocimiento eso sería comprobable-- se hará evidente su intención de estafar y manifiesto su desprecio hacia el público. La presencia de pruebas concluyentes obliga a ser categórico, a hablar o a callar. Estando en esas, el que carece de conocimiento no tendrá otra que relativizar su discurso con argucias. Quizá le oigamos trucos verbales como «si decimos que conocemos, sólo decimos y no necesariamente conocemos». Como contrapunto a esa defensa sibilina, es posible tirar del guión del lema, aunque yendo un poco más allá. En vez de invitarle a un silencio, que dañaría irreparablemente su derecho y su prestigio palabrero, le quitaremos el tornavoz y lo bajaremos del púlpito, para que contraste a pie llano con los demás, con todos, su humilde opinión.
sábado, 5 de junio de 2010
Conocimiento de pago
Hay un lema tan extendido como mal aceptado que nos invita a callar sobre aquello que desconocemos. Es cierto que una ojeada a los medios de comunicación basta para comprobar su escaso seguimiento como norma. Las excepciones, de hecho, son tan numerosas que cabe sospechar tanto de su oportunidad como de su sabiduría. Probablemente el problema es que elevado el lema a categoría de regla tiene difícil aplicación. Se nos pide que callemos en la medida en que desconozcamos, pero mientras que el conocimiento (o desconocimiento) es casi siempre parcial y relativo, el silencio que se nos exige es algo absoluto. Por decirlo en términos más propios de la física: esas dos magnitudes, conocimiento y silencio, no se expresan en el lema con proporcionalidad, ni directa ni inversa. Ahora bien, el conocimiento no sólo es relativo, sino que existe una percepción subjetiva de lo que conocemos y junto al volumen de lo conocido existe un modo de conocer. Es distinto lo que conocemos de lo que creemos que conocemos. Así que, ¿cómo impedir hablar a quien cree que sabe, por poco que sea? Cierta empatía, en otros la cristiana misericordia, obliga aquí a escuchar. Otra cosa es el caso de quien se prodiga en los medios de pago presentando como docta su enseñanza frente a la vulgar opinión. En tal caso, de no ser tan docta como quiere hacer creer --y tratándose de conocimiento eso sería comprobable-- se hará evidente su intención de estafar y manifiesto su desprecio hacia el público. La presencia de pruebas concluyentes obliga a ser categórico, a hablar o a callar. Estando en esas, el que carece de conocimiento no tendrá otra que relativizar su discurso con argucias. Quizá le oigamos trucos verbales como «si decimos que conocemos, sólo decimos y no necesariamente conocemos». Como contrapunto a esa defensa sibilina, es posible tirar del guión del lema, aunque yendo un poco más allá. En vez de invitarle a un silencio, que dañaría irreparablemente su derecho y su prestigio palabrero, le quitaremos el tornavoz y lo bajaremos del púlpito, para que contraste a pie llano con los demás, con todos, su humilde opinión.
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