Al describir lo que denomina la cuatritonía de grandes recursos, Ernst Jünger afirma que «el cuento está vinculado a la piedra, el mito al bronce, la historia al hierro», iniciando a partir de ahí un intento un tanto especulativo de identificar el recurso vinculado a la cuarta época. La tentativa gira en torno a la radiación que «no es materia en el sentido tradicional de la palabra», razón que la hace idónea como recurso para «un mundo que se espiritualiza». Frente a esa radiación que caracterizaría la nueva época «la espiritualización será el mejor recurso para sobrevivir». La tesis aparece en Esgrafiados (1960) y encuentra continuidad en sus memorias, a las que no por casualidad denomina Radiaciones.
El atractivo del pasaje nace probablemente de la sensación de orden que transmite la premisa implícita en los tres primeros recursos. Gracias a ella podemos ver cada uno de estos tres recursos como un plano cuyo haz sería material y cuyo envés quedaría sumergido en la memoria, donde los hechos se fijarían con arreglo al material del haz e imponiendo un estilo de relato acorde con él. El ciclo material que culmina con la radiación tiene poco de metafórico y bastante de tecnológico, admitiendo una lectura directa a través de la evolución experimentada por el armamento de guerra. Lo que me hace suponer que la emergencia de ese cuarto recurso de la radiación no es ajena al ambiente postbélico y al estancamiento histórico vivido hacia 1960 (año de edición de la obra), en plena guerra fría con su cruce de amenazas nucleares.
Pero en paralelo al fondo marcial que impregna todo el ciclo material, discurriría en esa cuatritonía jüngeriana el otro ciclo, el ciclo memorial ligado al relato, cuyo análisis parece un poco más complejo, porque debería darnos a conocer la forma de relato asociada a la radiación. De entrada sorprende un poco la omisión de la novela, o su asimilación a la historia. No sabemos si para Jünger la novela -género que él mismo practicó- constituye la forma de relato que lleva a esa cuarta época. Es evidente, no obstante, que a través de la novela la historia, que se asociaba con la tercera época, menudea hasta dar en lo personal, manteniendo además al relato a medio camino entre la memoria y la ficción. Lo que pueda quedar de la novela en el cambio de ciclo que él augura es difícil de adivinar. Con 50 años de ventaja respecto al texto jüngeriano, la impresión es que habría que descargar a esas radiaciones de buena parte de su tono espiritual y profético original. Sería quizás mejor asociar la radiación a los cambios que el relato ha experimentado al memoriar y transmitir hechos a través de las redes informáticas. Aunque con esta hipótesis, no estoy realmente seguro de que el nuevo relato, en la red o fuera de ella, dé lugar a un resurgimiento a nuevas formas de espiritualidad. Incluso diría que va en sentido bien distinto, pero quizá todo esto merezca una análisis más detallado, que queda para otra ocasión.
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