La ciudad ha pasado de ser un mercado de productos a ser un producto de mercado. Sabíamos que las ciudades nacieron en los mercados, que el comercio generó un estilo cultural propio y que esa forma de expresarse acabó alcanzando difusión universal. La deuda contraída por la cultura con esos espacios de intercambios y transacciones es grande, pero es ahora, al renovarse el concepto de ciudad, cuando asistimos estupefactos a un replanteamiento que recupera aquellas bases y deja las ciudades al desnudo para que cada una ejerza en competencia con sus vecinas su peculiar seducción.
Ya no son la planificación del territorio y el urbanismo, ni la concentración de los servicios de bienestar social, los grandes impulsores de las nuevas ciudades. Estos serían, a lo sumo, los nuevos instrumentos de ejecución de su traza o de creación de su red de contacto y asistencia. Les impulsa la determinación de promocionarse con una imagen de marca para poder concurrir al mercado turístico, empresarial y financiero.
En definitiva, ya sabíamos de la deuda, ya sabíamos que como habitantes somos depositarios de ella, que como cuerpo social nos debemos a la ciudad. Bueno, pues ha llegado la hora de pagar, y la moneda internacional en curso es el ridículo colectivo y sin paliativos, multiplicándonos como actores frente a nuestro escenario de época, frente a ese encuadre dominante -por militar y conventual- que tanto nos ahoga, pero que a ojos del visitante da a nuestras expresiones una amargura sumamente atractiva y singular.
La imagen anterior, con la plaza de Lucca en la Toscana, es buena muestra de la evolución de la ciudad: de anfiteatro pasó a mercado y hoy ese mismo espacio vuelve a servir como escenario de la autorrepresentación ciudadana y de su sublimación final en producto comercial. Este es el destino general, según sentencia dictada por nuestros visionarios. Uno de ellos, Alfonso Segura, lo veía así hace poco en la revista Infonomía:
«Las ciudades dejan de ser aglomeraciones de personas con un mercado que nutre la actividad de éstas y pasan a ser una marca más en el sistema económico global. Las urbes buscan atraer nuevo capital, y al igual que las multinacionales, deciden lanzarse a la aventura global: la internacionalización. (..) Los eventos culturales o deportivos, incluso los equipos de fútbol, llevan como logo publicitario el nombre de una ciudad. (..) Las ciudades no compiten sólo en cantidad-calidad (tangible); van más allá para sensibilizar al “potencial cliente”. (..) Cada ciudad busca ofrecer un valor especial que enamore al visitante».
La verdad es que puestos a enamorar no sé hasta dónde podemos llegar. Por ahí, Alfonso, a lo mejor nos pierdes...
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