Cerros Fura y Tena. Foto: Diego Rodríguez
En tierras del río Carare el dios creador Are era visto como una sombra humana, a cuyo paso montañas y valles iban tomando forma. A orillas de ese río hizo crecer dos cerros, a los que llamó Fura y Tena, pero viendo su altivez los lanzó insatisfecho a sus aguas. De allí, una vez purificados en el batir de sus espumas, resurgieron para convertirse como mujer y hombre en la primera pareja del linaje humano. Are les señaló los límites del que sería su territorio, les enseñó las artes para sobrevivir en él y les impuso la mutua fidelidad como regla y divisa del amor, advirtiéndoles de que cualquier transgresión les acarrearía vejez y muerte. Mucho tiempo disfrutaron de su apacible estado, hasta que un buen día apareció ante ellos un extraño joven llamado Zarbi, ojos azules y barba rubia, en busca de una milagrosa flor que aliviaba y curaba todos los males. La había buscado en vano, había cruzado ríos y montañas, había subido a lo alto de árboles y riscos sin llegar a conseguirla. Pidió entonces a Fura que le ayudase, a lo que ésta accedió, acompañándolo hasta la procelosa selva, donde fue su propia flor la que le entregó. A los pocos días se manifestaron en Fura las primeras huellas de una incipiente vejez, que apuntaba sin duda alguna que había sido infiel. Tena pronto lo comprendió y asumió su propia muerte como única salida, si bien impuso a Fura como cruel castigo que, tras recostarse él sobre el ara de sus rodillas, le viera atravesarse el corazón y mantuviera además en ellas, durante tres días, su sangrante cadáver para que también fuera testigo de su lenta descomposición. Antes de someterse a su destino, Tena quiso también hacer de Zarbi un desolado paraje, para que Are lo castigara con el látigo de sus rayos. Pero no llegó a suceder, porque Zarbi, imitando a Tena, se abrió el vientre con sus propias manos. De su sangre fue surgiendo un caudaloso torrente, que al llegar frente a la atormentada Fura, gritando aún con el cadáver en sus rodillas, se transformó en un tumultuoso río. El tremendo choque de los atronadores gritos y las enfurecidas aguas atrajo a Are, que convirtió a Fura y a Tena en los dos imponentes cerros que hoy se contemplan entre sí, separados por el agitado caudal del río Zarbi. Fue el eco de esos gritos de dolor de Fura el que removió el aire tranquilo de la selva y levantó sobre los cerros bandadas de mariposas multicolores y fueron las amargas lágrimas de Fura las que al derramarse por las laderas se mostraron, al reflejo del sol, como largos regueros de esmeraldas.
Nota Bene: El río Carare es actualmente el Magdalena, a su paso por Colombia, en la zona occidental de Boyacá. Al pie de los dos cerros citados, que hoy se llaman Furatena y Pitisoque, y a orillas del río Zarbi, hoy río Minero, se encuentran algunas de las minas de esmeraldas más importantes del mundo. Sus alrededores se consideran una de las zonas de selva virgen mejor conservadas del territorio colombiano.
Los muzos fueron uno de los muchos pueblos emparentados con los caribes, en su paulatina extensión por las selvas hacia occidente, y eran los habitantes de esa zona hasta la llegada de los europeos. En el siglo XVI, los dos primeros asentamientos, denominados Muzos y Tudela, fueron sucesivamente destruidos por los nativos, pero el tercero Trinidad de los Muzos, hoy Muzo, consolidó definitivamente el dominio invasor sobre este territorio.
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