viernes, 4 de junio de 2010

Cuerpos de asalto


El joven pupilo acercó discretamente el ojo a la mirilla y durante un rato permaneció absorto y mudo frente a ella. Finalmente se volvió hacia su tutor y aún conmocionado le preguntó: «¿Qué se pueden deber entre sí dos cuerpos que se entregan a un tiempo con semejante furor?». El sirviente sonrió ante la peregrina cuestión: «No creo, Señor, que se deban nada, ni tampoco que arrastren deudas. Ese tiempo no es de pago. Para ellos el tiempo sólo es un testigo fugaz de su locura». El pupilo asintió con la cabeza dando muestras de benévola comprensión y finalmente murmuró para sí: «Sí, puede que sea locura. Sólo algo así podría arrastrarlos con tanta fuerza. Veremos lo que queda mañana de ellos tras semejante coyunda». Sorprendido por ese augurio, el tutor decidió tranquilizarle: «No temáis. Puede que mañana ya no se sientan los mismos. Lo normal, si esto les ha dejado huella, es que se sientan emplazados a seguir porfiando en el mismo juego, pendientes de que un nuevo delirio los devuelva a este furioso punto de partida». Pese a ese pronóstico favorable, el pupilo volvió a insistir: «Pero entonces, ¿crees que seguirán presos de esa locura o que recuperarán su espíritu?». Sin poder ocultar cierto aire de condescendencia, su acompañante concluyó: «Al principio el tiempo se ensanchará para ellos, las horas se harán más largas y las servidumbres más próximas. Pero después insensiblemente se asomarán a otros delirios y crudezas». En vista de la extraña deriva que tomaban sus respuestas, el joven se volvió hacia el viejo servidor para espetarle: «¿Quieres hacerme creer que es el tiempo dueño del indomable espíritu de Eros? Escuchándote, temo más bien que sea la locura nuestra dueña y que el tiempo sólo cambie de esa locura la huella. Y ahí te empiezo a ver metido, hoy de tutor a lo Séneca, mañana alentando visiones y arruinando tu carrera».

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