lunes, 26 de julio de 2010

Harpea


Harpea

Llegamos a un punto en que la niebla impedía saber hacia dónde avanzábamos. Para entonces el camino que nos traía había desaparecido. Frente a nosotros poco más que cuestas y laderas cubiertas de hierba, deslizándose dóciles a un profundo candor, del que subía el murmullo de un arroyo. Todo parecía desfigurado como en un cuadro entrevisto, de contornos imposibles. Bajo unos árboles, al lado de una borda, dos pastores impasibles y ceremoniosos nos vigilaban, mientras con una enorme horca alimentaban una hoguera en cumplimiento de algún aprendido rito. Confundida con la niebla, la nube de humo iba lentamente impregnando el aire con fragancias de esa liturgia pagana. A la escena se incorporaron inopinadamente dos jóvenes resueltos, que sin mediar palabra se lanzaron a una hondonada para seguir lo que parecía un sendero. Como si fueran señuelos, enseguida desaparecieron. Confiados a su audacia, seguimos la senda, apenas un tajo que rasgaba en horizontal la vertiginosa pendiente herbosa. Suspendidos entre nubes, con el gesto concentrado de los funámbulos, marchamos obedientes por la estrecha marca. Afortunadamente no tuvimos que esperar mucho. A la vuelta de una curva apareció empañada por la niebla, en la distancia, quién sabe si próxima, la monumental cueva, Harpea.

Solemos guardar el éxtasis para las catedrales y las obras de los museos, dejando huérfano y sin salida natural nuestro asombro. Aquí ese arrobo te invade de inmediato al ver cómo un tremendo pliegue calizo se riza en una portentosa ola. La ancha faja de estratos que desciende a ambos lados desde su ápice forma una amplia bóveda bajo la que se abre una despejada cavidad. Todo el escenario parece alentar el encuentro con oscuros númenes. No es extraño sentirse en ese ambiente convocado por Basajaun, por Mari, por las lamias o por algún otro duende pirenaico. Ahí está la gruta, por encima la montaña, a sus pies el arroyo, rodeándolos el bosque,… y sin embargo, no hay rastro alguno de ceremonial sagrado. Si lo hubo, algo más que probable, hoy sólo es visible la rutina del oficio: los rediles y las cercas, las cabañas y los prados. Y absortas entre la niebla las ovejas del rebaño.

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