En música los trazos amplios imponen por lo general un punto de serenidad, siempre que la trazada previa no los llene de oscuros presagios. Con esto sucede como con las pausas y los silencios, que tan pronto pueden conducirnos a la reflexión como anunciarnos un cambio inminente y radical. Con el espíritu agitado, así en general, el compositor recurre a otros modos y la interpretación aparentemente los multiplica. No obstante, a ambas, serenidad y agitación, les conviene la tensa expresión, con un acento necesariamente desigual, porque en calma la tensión nos ayuda a crecer y en crisis a resolver.
A Shostakovich se le tiene por hermético, pero si acudimos a sus sonatas de cámara y a los movimientos de recorrido más tumultuoso acabaremos reconociendo, más allá del antojo formal, la expresión lúcida de un genio irónico y zumbón, de un espíritu paralelo pero emparedado, que caminaba derecho a una prematura consunción. Crear un clima frenético y desasosegado, astillar el discurso melódico, es un recurso común para acusar la crispación. Afrontado ese estado en solitario pasa lo que a los gritos de desesperación, que semejan a las voces de los ahogados. Pero en un diálogo las cosas cambian: la turbación se amplifica y las aristas despuntan. Al alternarse a dúo, la insistencia en el tema deja de ser problema, y además con la variación quedan al descubierto matices que sólo un instrumento desvela.
Queda por señalar el aire que se le imprime a esa crispación. De entrada podría tomarse el ritmo festivo del scherzo clásico, marcarlo muy vivo hasta que aflore en él la desazón, como en la sonora carcajada del descreído. No se pretende arrumbar, sino subvertir el esquema. Por eso surgen los motivos melódicos, acompañados de disonancias que suenan a desapegos, a voces muertas emergiendo azuzadas por un ritmo dislocado. No creo tampoco que los recursos técnicos busquen escenificar el virtuosismo sino el juego banal de las emociones dispersas, intentando amagar risas donde cabría el llanto. Un ejercicio revulsivo para quien se veía por oficio condenado a elevar y a serenar conciencias, como el que maneja mareas.
D. Shostakovich, Sonata para violoncello y piano en re menor, op. 40, II Moderato con moto
H. Schiff, violoncello; A. Bertoncelj, piano. EMI, 1984.
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