sábado, 17 de julio de 2010

Vuelven los clásicos



Entro en un bar, oigo entre el barullo una tonada a coro que me suena, algo triste, de Mozart, o igual de Beethoven. A medida que afino el oído y me llegan las voces del Lux aeterna, voy corrigiendo el gesto e incluso se impone en mí cierto estremecimiento. Vuelvo la cabeza para seguir el canto del coro, pero todo era broma; es la tele que anda a vueltas con una de vampiros. Un reportaje con toque sabedor, un buen número de casos, de ritos y de personajes: lo que ha dado en llamarse una visión histórica de conjunto. Todo intenta ser verídico, pero con flores de sangre y mucha dentera. Un robusto mocetón muestra espléndidos colmillos al paso por el Lux perpetua luceat eis y despacha de un bocado el cuello de la rubia que se traía entre brazos. El subrayado a la acción llega en boca de un parroquiano que apunta: «¡Mira!, esa canción también la cantan en lo de Deportes Maroto, y el tío... es el mismo que el de Dale manteca». Para entonces el tío en pantalla ha hecho mutis por un túnel oscuro y ha dejado a la rubia por los suelos, todo en el tremendo rugido del Quia pius es final. Salen los títulos de cierre y vuelve a sonar el Requiem. Parece que la parroquia le ha cogido gusto a la tonada y empieza a tararearla manteniendo vivo el compás con los nudillos en la barra. El mostrador retumba una y otra vez con los tremendos volúmenes del Dies irae. El coro y combo de improvisados intérpretes insiste en atropellar la melodía con un ritmo que se repite cada vez más compulsivo, frenético y obsesivo, y al que el Requiem finalmente no sobrevive. Para acabar con el estruendo, uno de ellos toma la voz cantante y corta la descarga dando la bendición general: «Se acabó, Requiescat in pacem. Amen.»

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