Muro con la lista de 248 víctimas del atentado de Nairobi de 1998 |
La idea era llevar los dos mil novecientos ochenta y dos nombres a dos placas de bronce, que se instalarán presidiendo el espacio conmemorativo. No siempre la sensibilidad y el orden se corresponden, así que el reto era crear un orden que no lastimara sensibilidades de por sí ya bastante atormentadas. Son cosas que para los extraños a la situación entran dentro de un afán de corrección sentimental demasiado sutil y quizá desmedido. Pero lo cierto es que ninguno de los métodos de ordenación convencionales, empezando por el alfabético, el cronológico, y pasando al reagrupamiento por su localización o por su destino aquel día, parecía satisfacer plenamente el deseo de sus familiares. Temerosos de que estos detalles, aparentemente menores, pudieran desvirtuar el delicado simbolismo resultante, los organizadores intentaron nuevas soluciones.
Una encuesta, emprendida por los diseñadores del espacio, proporcionó, junto a muy diversas ideas, un complejo mapa de afinidades personales entre las víctimas. Respetar como un mandato ese régimen de adyacencias o proximidades representaba un desafío tan importante que hubo de recurrirse al apoyo matemático y computacional para resolverlo. No era fácil compaginar y trasladar a los bronces esas relaciones de pareja, de camaradería, de filiación u otras coincidencias aún más abiertas. Así que se tuvo que crear un algoritmo de ordenación con vistas a reducir todo ese denso mapa gráfico de afinidades personales al simple régimen lineal. Parece que el algoritmo ha logrado asumir todas las sensibilidades y ha tenido éxito.
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