jueves, 19 de mayo de 2011

Nuestro capital oculto


Las luces se encienden en el escenario
A dos días de las urnas, andan los sociólogos de cámara y los consejeros áulicos atareados, entre prisas y debates, para vestir con el traje de campaña a los movilizados en la Puerta del Sol. Dado que estos últimos han decidido con buen olfato político apuntar a la luna, la sesuda camarilla se apresta, como en el proverbio chino, a estudiar a fondo la oculta articulación de las falanges del dedo y sobre todo a revisarles las uñas. Lamentan curiosamente no ver a Danton entre los acampados y vigilan por si Robespierre se hace con la tribuna. No se explican ese regocijo pastueño, esa mezcla de desenfado y de enfado, que los congregados exhiben frente a la autoridad. Les resulta insoportable que sea además en el sagrado escenario en que ellos se batieron indomables e ingenuos por un cambio político, cambio que llegaría pactado y sobrevenido tras la muerte del dictador, y al que con pronta devoción saludaron como «nuestra» incipiente democracia. Más de treinta años después, esa democracia apenas ha crecido. Es larga la lista de sus persistentes «despistes» por el camino, es deficiente y obsoleta su pesada carrocería institucional, es torpe su autoindulgencia y la cómica celebración que se hace del poder delegado, es apocada su actitud frente a los calculados abusos de quienes mueven negocios e intrigas ventajistas, y son casi siempre miopes, cuando no directamente canallas, las miradas que se lanzan hacia el pasado y hacia el futuro. Mientras sigan perplejos tantos y tan doctos sociólogos cuadrando sus datos, el panorama dará pie a alguna esperanza.

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