La profundidad de pensamiento exhibida al hablar, es materia siempre opinable, tanto que se puede confundir fácilmente con la capacidad para especular a base de conjeturas. El silencio, como alternativa, goza de mejor aceptación, porque, si bien hace invisible el pensamiento, también nos ahorra los dramáticos naufragios del discurso convertido en logomaquia. Sin embargo, y pese a su buena reputación, los silencios nunca son garantía de profundidad, ni siquiera de pensamiento alguno. Lo que de ellos nos llega es siempre un relato posterior, en el que se destaca su virtud de ayudar a abstraerse y enajenar el ánimo, tras un ejercicio continuado de meditación. Cuáles hayan podido ser las imágenes, ideas o conceptos que, como estaciones, se han visitado en esos vuelos, es algo que jamás llega a expresarse abiertamente. A flote sólo quedan, como restos del viaje, algunos retazos que los intérpretes se disputan y que someten después a su muy libre consideración.
Círculo, triángulo, cuadrado (s. XVIII), Sengai Gibon, Museo de Arte Idemitsu, Tokio |
Entre las más comunes está una cercana a la psicología, en la que el cuadrado se asocia a la mente, el triángulo al cuerpo y el círculo al espíritu. Hechos al dualismo cartesiano, esa distinción entre mente y espíritu, no deja de ser intrigante. Aquí ese círculo espiritual, el enso, es un símbolo de perfección con el que se ilustra nuestra última aspiración como humanos. La mente, aunque tan inmaterial como el espíritu, correspondería al bagaje intelectual, a los métodos y hábitos aprendidos, algo a lo que poco a poco vamos dando una forma estable, como el cuadrado. Entre ambos, el cuerpo, que les sirve de vínculo, aparece como soporte en cada una de sus vertientes, pero también como un instrumento de intervención, como algo más incisivo.
No han faltado quienes le han dado a todo este asunto un sesgo sexual, con sugerencias que maravillan. Pero siguiendo por la vía de la abstracción, el grafismo aún ofrece nuevos grados. En otra interpretación, por ejemplo, la disposición gráfica es leída como un diagrama temporal. El cuadrado representaría el pasado, con su historia encuadrada en una figura consolidada; el triángulo compondría un presente en el que el vértice superior permanece alerta, mientras los otros dos se asientan en el eje del tiempo; y el círculo, por último, aparecería como el futuro, como un destino marcado por la disolución en el infinito.
Aparte de estas, otras muchas interpretaciones podrían serle encontradas. Existe la idea de que frente al significado dado en otras tradiciones a las conjunciones visuales montadas en torno a estos mismos símbolos, las de la filosofía zen son particularmente penetrantes. Pero, si interpretamos el gráfico zen como expresión del equilibrio de fuerzas presentes en el hombre, algo perfectamente posible, nos vendrá a la mente una imagen familiar para muchos de nosotros, el hombre de Vitrubio. Si apartamos la figura y nos fijamos en la pura geometría, veremos frente al hombre un cuadrado como su asiento, un círculo como su medida y un triángulo como su orientación vital. Aunque se ha insistido en que los motivos zenga nacieron para alentar la meditación, confieso haberme encontrado falto de recursos para emprender uno de esos despegues. Lo he intentado, durante un buen rato he fijado mi mirada en el grafismo y lo he examinado con atención. Quizá sea algún daño típicamente europeo el que me ha impedido entrar en meditación, pero me consuela haber conseguido al menos reunir e hilar estas conjeturas.
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