domingo, 1 de mayo de 2011

Volatines



Durante muchos años los jilgueros —por aquí cardelinas— veían el ajetreo urbano desde jaulas colgadas en las paredes de balcones y terrazas. Para nosotros, entonces niños, el momento más esperado era el del canto. Aunque no lo escatimaban, insistíamos en azuzarles metiendo el dedillo entre los barrotes, con lo que alguna vez nos ganábamos el picotazo merecido. Son recuerdos de primavera, o mejor de verano. No recuerdo a dónde se les trasladaba al entrar el invierno, ni tampoco cuándo decayó la costumbre de tenerlos. Imagino que a los pueblos aún se acercan, pero seguro que prefieren los campos donde disfrutan de su manjar favorito, los cardos. Como ya no hay jaulas a la vista, ni servidumbres canoras, hoy nos devuelven libremente la visita en nuestras ciudades. Sé que merodean por mi plaza, un pequeño rincón herboso con árboles rodeado de enormes edificios. Acabo de ver uno, con su carilla roja, su collar blanco y la franja amarilla en el ala, inconfundible. Sería bueno saber qué le ha traído, pero como anfitrión, ante todo, agradezco entusiasmado su regreso. Sólo un ruego: ya que anda por aquí, espero que el próximo día, además de dedicarme volatines, se suba a una rama y entone alguna de sus melodías.

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