La entrada en territorio infantil tiene la virtud de desactivar el sarcasmo y acortar la estirada distancia que este impone. Una vez que entras, hay cosas allí imprescindibles para nuestra dieta sensible y que consiguen hacerse visibles. Con la reconversión a pequeña escala es frecuente verse obligado a eliminar prejuicios y pasar por situaciones insólitas. Al otro lado de la entrada, los niños no oponen resistencia, a lo sumo contemplan divertidos nuestra incomodidad y extrañeza. Dicho esto, y asumida por imposible la beligerancia, digamos también que ese territorio viene soportando una creciente invasión de turistas, que lo utilizan como refugio, e incluso como plaza fuerte, para dar rienda suelta a su cursilería. Hacerse niño se ha considerado siempre una terapia saludable, en eso reside su atractivo. Puede que sea problemática la vuelta a la realidad, pero como excursión goza de aceptación general. Por eso los instintos mejor dotados, los que combinan lo mercantil y lo terapéutico, vienen montando mundos infantiles, mundos artificiales y paralelos en los que sumergirnos para sanar de nuestras heridas más viejas y profundas.
Diseño del Palacio de los dientes de leche previsto |
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