sábado, 19 de marzo de 2011

Luna dominante


La luna esta noche en Glastonbury Tor (England).
Foto: Ben Birchall / PA, tomada del Guardian.
Son las siete y media cuando esto escribo. Espero con ansiedad que se haga la noche y caiga ante mis ojos el telón final del día. En breve veremos llegar y envolvernos por completo la ubicua oscuridad. Confío que esos relieves que me atacan la vista de frente se vayan desvaneciendo, y espero sinceramente que esto no tarde demasiado. Hago acopio para escribir, y no lo oculto, de lo más sentido del emocionario crepuscular: imágenes lentas, aburridas, morosas en las que debería acabar estancado cualquier deseo. Concentro ahora mi fe en la escritura, convencido de que si persevero en estas letras tan banales pronto aparecerá la luna. Son ya las ocho menos cuarto, y a duras penas consigo sobreponerme a la tensión de esta espera. Quizá haya pasado ya ese período de estiramiento insistente y agotador del tiempo. Algo parece que se adivina, puede que esté llegando, aunque discurre tan parsimoniosamente que no logro mantenerme en calma. Miro esperanzado al fondo del cuadro donde aún permanecen visibles los tonos anaranjados de un inoportuno y fastidioso crepúsculo. Lo de siempre, el orondo disco luminoso se queda recostado haciéndose querer, y sigue durante un lapso interminable cómodamente instalado en el vago perfil de nuestras dóciles montañas. Cuando aburrido vuelvo la cabeza, veo en el azul flotar un globo de aspecto plasmático, cuyo blanco va cuajando y tomando tonalidades grises ante mis sorprendidos ojos. Al dictado de una repentina emoción, en la que creo haber perdido pie, veo la luna presentarse imponente. Otra vez está ahí, pero muy grande y próxima. Han dicho que hoy está extremadamente próxima, y que se dejará sentir. He esperado durante toda la tarde el preciso momento, para recibir algo de su influjo. Ha habido inquietud, probablemente la de la espera, pero también cierto recelo y temor a que nos alcance su luz y no sepa soportarlo, a que la emoción espectral simplemente se dispare, a que ese espejo esté tan cercano que todo sea realmente distinto.


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