
El estado de posesión mental de estas vanguardias snobs (quizá fuera mejor sjobs) es tan preocupante que urge encontrar a todo esto una explicación. Ellos mismos se sienten tan ansiosos que buscan las claves de su incontenible emoción. Sorprende de entrada que no acudan para ello al frenópata sino que prefieran las razones del experto en comunicación. Con el manual de marketing en manos de un orate escuchan arrobados palabras que les suenan a consuelo: «En realidad, con una Stevenote [se refiere simplemente al acto de presentación] como la de ayer estamos asistiendo a un espectáculo, a una representación de la realidad como podría serlo ir al cine, a una misa o a una ópera». Para mejor albardar su engrudo mental van y solicitan una segunda opinión, que abunda en esa línea de interpretación y de la que se deduce que: «lo que vemos [cuando este señor presenta su aparato] es una representación teatral que cumple al pie de la letra los preceptos aristotélicos de la persuasión y que busca crear el máximo de publicidad».
Echó muy bien los cimientos el californiano. Ahora resulta que con el invento y por el mismo precio aprovechas los viejos esfuerzos de Aristóteles, dedicado últimamente por la empresa a explorar beneficios y vender los hipnóticos artefactos en el mercado sublunar, mientras toca al fundador, guiado por un íntimo impulso, proyectar su difusión y penetración en las más alejadas órbitas del mundo supralunar.
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