viernes, 18 de marzo de 2011

Diseño de tartanes


Hay quienes consideran el vestido si no el primero, sí el signo más visible de su identidad. Como si la única posibilidad de mantenerla viva y no verse confundido en este mundo estuviera restringida a lucir vestidos exclusivos. Una cosa es que el ropaje tenga virtualidad distintiva y otra diferente es que deje huella indeleble en quien lo lleva. Esta cuestión del traje y su influencia en la identidad me recuerda vagamente a la que llevó a Saul Kripke a distinguir en materia de nombres entre los designadores rígidos y los flexibles.

En los trajes la flexibilidad es lo común. Esto vendría a significar que casi nadie concede carta de identidad al traje que llevamos, por entender seguramente que puede encontrar otro igual a la vuelta de la esquina. Porque la variedad tampoco es ilimitada, pues poca opción hay más allá de los márgenes que marcan la industria y el comercio textil, por no irme hasta las materias primas. Dentro de ese marco intentamos mostrarnos al mundo exhibiendo cierto estilo propio con el que nos vamos adaptando con flexibilidad a muy diversas situaciones. Otras veces la flexibilidad no surge del criterio personal y el cambio de atuendo, depende más bien de la función que nos veamos obligados a desarrollar.

Las cosas empiezan a cambiar cuando la función es relevante socialmente. Entonces el traje no sólo forma parte de la presentación personal sino que quiere representar a quienes ejercen esa función. En el caso extremo el uniforme viene a ofrecer la muestra más clara de rigidez en el vestir y con ella una propuesta de identidad como grupo. Pero no es solamente la función la que acaba desarrollando identidades. Los propios grupos las alientan como estrategia de cohesión y defensa. La identificación se convierte en estos casos en un requisito básico para su conformación. Son muchas las sociedades, tribus y clanes que adoptan marcas en la piel o en el ropaje como signos distintivos propios.

Esta combinación de identidad y defensa la encontramos con efectos territoriales en las bandas adolescentes de ciertas urbes, pero han existido de siempre. Basta mirar al caso de los clanes escoceses. Entre ellos se ha desarrollado uno de los más elaborados medios de identificación. En el traje tradicional, al haberse mantenido al margen las variantes funcionales y contando siempre con la lana como recurso, el diseño del tartan tradicional ha jugado con las coloraciones de los hilos entretejidos. Esta proximidad entre diseños hace que, siendo libre cualquiera de hacer el suyo propio, resulte impropio vestir los que no le corresponden por vínculo familiar, regional o corporativo. Se mantiene por tanto la rigidez identitaria de los grupos y se preserva un uso común del patrón original, concediéndose a partir de ahí flexibilidad para que cada cual encuentre en él su propio estilo.

Muestra de tartanes: 1. Black Watch, 2. Clan Campbell
3. Clan MacLean, 4. Distrito Catalán.
En el muestrario superior aparece una variante del tartan más común, probablemente también el más cercano a los antiguos diseños y en cierta época el único permitido, el black watch. Le siguen los de dos clanes representativos, los Campbell y los MacLean, en una de sus variantes. Por último se muestra uno de los muchos diseños que han resultado de difundir el patrón del tartán en países y corporaciones ajenos a su dominio inicial.


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