jueves, 10 de marzo de 2011

El marcaje


Marcas para ganado
La elegancia se impone. Ahora de etiqueta, o mejor etiquetados, vamos todos. Lo que dos palabras y un gesto permiten entrever al chismoso, presentado como analista de ocasión, basta y sobra para que te haga vestir de humilde sayón e intuir en tus maneras obediencia, pleitesía y toda clase de reverencias políticas. Con esa etiqueta, con esa pretendida filiación, te lleva de boca en boca sin necesidad de mejor argumento. Porque aquí lo que uno haya escrito, o incluso lo que haya hecho, vale de poco frente a «lo que todo el mundo sabe». Hay larga tradición en esto de etiquetar y hay gente avezada en estas labores de marcaje por cuenta ajena. Sin embargo ahora prefieren ser vistos como observadores extraterritoriales, que alardean de olfato fino y de intuición clínica, o como profesionales competentes, capaces de leer en una cara y sin despeinarse la biografía completa y hasta seis tratados del interfecto con sus correspondientes apéndices. Decir que pululan como animales de compañía, dedicados a amedrentar y mantener en el redil a quienes frecuentan parajes más abiertos, sería dignificar su papel en exceso. Realmente lo suyo es seguir el rastro a quienes se aventuran y mantener al día las listas, para cuando sea menester.

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