sábado, 5 de marzo de 2011

Cuestión de forma


Casi nadie se atreve con una definición intemporal de la forma artística, por lo que lo normal es remitirse al propio arte y a seguir en las obras su evolución. Si no te conformas, te ves obligado a seguirle a Aristóteles en sus meandros metafísicos y a resbalar en un descuido hasta el mundo platónico de las formas entre las risas de los sabios que te acusarán de advenedizo y de no haberte enterado de nada. Me arriesgaré. Aristóteles, si he llegado alguna vez a entenderlo, hace que la forma se despegue de la materia en el curso de gestación o creación de los entes y no llega a admitir una separación que le dé curso propio. Incluso en el lenguaje, la forma parece reservarse enlaces más o menos explícitos con lo discreto y lo concreto, con el orden elemental, aunque haya otros que sigan creyendo oportuno descubrirla como un arcano impreso en alguna suerte de suelo axiomático.

A Hugo von Hofmannsthal no se le podría colocar entre estos improvisados descubridores de formas. Con gran lucidez describe la gestación y el sentido de la forma literaria en un breve pasaje de su Carta de Lord Chandos donde la comprensión de la forma fluye de «aquella forma interior, auténtica, profunda que sólo puede intuirse más allá del terreno acotado de los artificios retóricos, la forma de la que ya no se puede decir que ordena lo material pues lo penetra, lo neutraliza creando ficción y verdad al mismo tiempo, un juego de alternancias eterno, una cosa maravillosa como la música y el álgebra». En esa frontera entre lo verdadero y lo falso, entre lo real y lo ficticio, parece andar el juego formal de las palabras cuando en Lord Chandos alcanza su más deslumbrante nivel. Ese instante de plenitud dará paso a la progresiva inmersión de su mundo literario en lo inefable con un resignado silencio. Tampoco el estilo de Hofmannsthal, donde esa forma ficticia encontró su última expresión, parece haber sobrevivido.


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