Valle al pie de Borrokosko (Urraul) © autor |
Dentro rige un ambiente húmedo y fresco, de envolvente naturaleza, pero férreamente sometido a los rigores del clima y a los ritmos del día. Al pie de las crestas los pacos se asientan en el fondo del valle durante buena parte de la mañana. A eso de mediodía los rayos rebasan esas crestas e invaden el espacio sin pudor. Pasado ese momento de gloria, pronto los rayos se refugian cada vez más tensos y agotados en los carasoles al ceder su terreno a las sombras. Durante el día, quienquiera que ascienda por las soleadas pendientes del Borrokosko quedará encantado mientras ve precipitarse las aguas que discurren por barrancos y quebradas. Arriba aún impetuosas se mueven entre el hayedo, abajo llegan más sosegadas a los alisos y robledales. En vertiginosas carreras, a los saltos suceden las cascadas, a las cascadas los rumorosos rápidos. Su inevitable caída se aplaza cuando se remansa sin tiempo en minúsculas pozas y badinas. Llegas a las afluencias y te sorprende el estruendo de ese abrazo entre torrentes, te acercas un poco más y te ves envuelto en una nube de fina e irisada lluvia. Tras sumar todas esas entregas, la caudalosa regata escapa con su encargo, alegre y ciega, para perderse por el bosque abajo, en busca de ese último portillo que se abre a las luces del atormentado mundo de los hombres.
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