No es mío el palabro del título sino del redactor de un rotativo. En la noticia que lo encabeza* se nos habla de un proyecto científico que ya en sus preparativos empleará a unos 150 esforzados investigadores, a pleno rendimiento. Lo dirige el profesor suizo Dirk Helbing, experto en simulación del comportamiento de peatones. El propósito es en verdad ambicioso y de indudable tono oracular: «Es hora de revelar los procesos y las leyes ocultas que transforman las sociedades a través de un trabajo conjunto, y un esfuerzo multidisciplinar a gran escala». En los viejos tiempos, sacar del confuso magma la piedra filosofal era el sueño de cualquier alquimista, pero afortunadamente ahora ya no hablamos de eso, hablamos de comportamientos, de modelos y sobre todo de ordenadores.
Se echarán a andar tropecientos mil —póngase una cifra cegadora— ordenadores y sobre ellos cabalgarán hipotéticos modelos de simulación de la actividad terrestre, con el fin de ver si de ese modo, en ese juego, damos de una vez con el ojo oracular, con ese punto desde el que se ve todo todo. La jerga proyectista viste el viejo muñeco con su ropaje convencional:
«Necesitamos desarrollar modelos realistas que reflejen toda la gama de posibles eventos futuros, la probabilidad de que ocurran dado el estado actual del mundo y qué hará que una posibilidad u otra sea más probable. Con esos modelos podemos dibujar conclusiones útiles como qué acciones favorecerán situaciones positivas y qué medidas frenarán o atenuarán el desarrollo de problemas eventuales, como crisis económicas y desastres».
Encomiable, pero merece la pena contrastar esa apelación al realismo y al estado actual del mundo que encabeza la parrafada con las tímidas especificaciones que le siguen. El flamante objetivo es de propósito universal y determinista, pero condicionado a un estudio de posibilidades, a la nitidez de un dibujo, al esclarecimiento de lo que positivamente nos favorece o al hallazgo de atenuantes de problemas. No parece que se pueda ir a un objetivo tan rotundo con ese despliegue de ambigüedad. El proyecto parece afincarse, con firmeza eso sí, en esa nueva alquimia computacional impulsada por la fuerza bruta, que se controla y predica a través de una teoría de modelos, cuyas probabilidades de desviación suelen ser desconocidas.
Todo esto recuerda a la época de comienzos del XIX y a la ola de euforia determinista desatada con la culminación de la mecánica newtoniana. Décadas después, las leyes de la termodinámica y la mecánica cuántica nos sacaron de aquel sueño. Conviene recordarlo, y de paso recordar la bien conocida, pero pertinente al caso, ensoñación en la que Laplace quedó entonces sumido mientras contemplaba la naturaleza:
«Una inteligencia que en un momento determinado conociera todas las fuerzas que animan a la naturaleza, así como la situación respectiva de todos los seres que la componen, si además fuera lo suficientemente amplia como para someter a análisis tales datos, podría abarcar en una sola fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los del átomo más ligero; nada le resultaría incierto y tanto el futuro como el pasado estarían presentes ante sus ojos».
Aún no contamos con esa ley, fórmula o modelo, pero a cambio hoy disponemos, según nos informan, de potentes ciberojos. Con ellos la tarea de formular un oráculo se reduce, por lo visto y por su penetrante visión, a fijar con atención el objetivo y a partir de ahí programarlo. Como siempre, en estas batidas en tierra incógnita atrapamos y mostramos grandes ilusiones, mientras se nos escapan por nimias las verdades.
Posdata: *Un ciberoráculo para vaticinar las crisis, Javier Salas, Diario Público, 22/1/2011.
No hay comentarios:
Publicar un comentario