Antonio Salieri (1750-1825) |
A las variaciones de toda esta gente se les puede dar cabida comparada con el resto de su obra, bien conocida además y muy presente en las salas de conciertos. De Salieri no puede decirse lo mismo. Su estima avanza hoy muy lentamente por el estigma de apestado e intrigante que ha arrastrado durante décadas y que casi lo había desahuciado. Para redimirlo hay que calibrar, a sus 65 años, el reto que se imponía variando sobre un tema tan conocido, que por brillante y fecundo no dejaba de ser también manido. Fue su última obra, pero lo importante es que con ella Salieri consiguió dar medida del dominio orquestal legado por el clasicismo. No es lo mismo el reto de un formidable orquestador y maestro en la cima de su oficio que los desafíos orquestados por un ímpetu genial y juvenil. Con esto debería bastar para evitar comparaciones. No, no es la sinfonía Júpiter. Se trata, sin embargo, de una obra con un poso muy sólido. Lo que con las variaciones se propone como juego de facetas, pronto se convierte en un espléndido estudio de matices y timbres, y acaba concluyendo como un ejercicio magistral de declamación y equilibrio instrumentales.
Sólo hay que escuchar el comienzo, humilde y serenísimo, ver cómo ganan el fondo de la escena contrabajos y violoncellos, cómo van irrumpiendo los ritmos de llamada y respuesta, cómo van oscilando los volúmenes y alternándose las sonoridades, oír al arpa frágil cuando se rinde a los acordes tremendos, oír cuando por allí pasa el revoloteo de flautas, cuando el violín se queda solo con el tema, cuando se trae de vuelta a las cuerdas con sus voces, esperar a que resurjan del silencio los metales, a que vuelva el eco de trombones con su trío, todo llevado por esta locura, que sigue y prosigue inagotable.
El tema y las cinco primeras variaciones.
XXVI Variazoni sull'aria La Follia di Spagna (1812), Antonio Salieri
Philarmonia Orchestra, Pietro Spada, ASV 1996.
No hay comentarios:
Publicar un comentario