domingo, 2 de enero de 2011

Gestos de la mano


Caligrafía de Hassan Massoudy
Decir que el pudiente e industrioso Occidente ha perdido en cierta medida tacto, sensibilidad y destreza en sus manos, a cuenta de las apremiantes y aburridas obligaciones que les impone, es una afirmación tan general que reclamaría algún tipo de encuesta o examen. No obstante, hay algo fácil de observar: los que llegan de otras latitudes siempre nos enseñan en este dominio. Al no haber mayor interés en aprender, nuestra relación con ellos, fuera de lo estrictamente laboral, suele iniciarse con una reacción de suficiencia: me viene éste a enseñar lo que por aquí hacíamos hace 5, 10 o 30 años y en lo que ya nadie se molesta. Si la relación sobrevive a ese gesto y la curiosidad nos lleva a volver la vista, puede tenerse por seguro que dará juego. Muchas serán las novedades llegadas a través de conocimientos, costumbres, platos o vestimentas, pero pasarán como una moda. Las que de verdad importan nos revelarán una forma nueva de sentir y puede que cambien el modo en que vemos las cosas.

Mira uno hacia Oriente, a través de sus esforzados peregrinos, y puede redescubrir la escritura como un arte. Un arte que nunca nos parece nuevo sino olvidado, un modo de hacer creativo que rompe el rígido y amanerado protocolo caligráfico occidental. Hablo de lo que se logra a mano, no de la constelación de tipografías creadas para el ordenador. Y hablo de lo manual porque ahí se descubre el nervio y la finura de un estilo, algo imposible de entrever en un abecedario de diseño. Entre nosotros la perpetuación de un estilo de escribir propio pronto se dará por perdida. No deja de ser una cruel ironía que afinemos en nuestra identidad y creamos avanzar en nuestras metas personales, mientras dejamos atrás provincias enteras sin explorar. Sin tanta comezón tecnológica, otros se valen de la pluma, el cálamo y el pincel para dar a la palabra nueva expresión y profundidad. Antes completábamos ese truco acompañando las palabras con cadencias musicales. Hoy carecemos de cultura caligráfica y apenas escuchamos música en lo que decimos. Nos limitamos a ganar significados a fuerza de perífrasis y circunloquios, o intentando competir con las imágenes directas.
Caligrafía de Hassan Massoudy
Pero las palabras también tienen su propia imagen, siempre claro que se intente. He aquí el intento emprendido por el iraquí Hassan Massoudy, en el que las formas caligráficas parecen haber alcanzado nuevas cotas. Sin renunciar a la tradición abstracta islámica, sus caligrafías caminan hacia un grafismo más plástico y abierto. Subsisten en ellas algunos fundamentos clásicos: La unidad de trazo que les da vigor, un uso estricto del color que impone sus códigos y ese esfuerzo formal encaminado a darle rango ritual y proyección moral a la palabra escrita. El punto de partida son sentencias, proverbios y apotegmas de distintas épocas, pero el punto de llegada queda plasmado en una creación visual que al occidental le resulta insólita, y quizá por eso generalmente seductora.


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