lunes, 31 de enero de 2011

Otras odiseas


Alguien debería decirle al astuto Ulises qué solemne ridículo hace mientras le sigue el juego a Atenea la diosa, y se lleva por la mano triunfos ajenos, logrados «bajo su aura sabia y protectora». ¿Piensa este ingenuo que él y ella juegan al mismo juego? Podrá darse por contento si vuelve entero a Itaca y no se va a pique con su barco en una de esas celadas que en ese tablero aún le esperan. Su atenta guía, esa de la lechuza digo, lo mueve a su capricho por las aguas procelosas desafiando al temible Poseidon. ¿Tendrá este cándido que aguantar un lance tras otro hasta ver cumplido el desenlace? A la deriva entre las dos orillas, sigue navegando incansable, tutelado por la sabia Atenea, demasiado sutil como valedora, siempre entre el despecho y el cálculo. Y luego, ante el final, ¿qué podrá reclamar a la diosa, si se ve entrampado en «un lamentable incidente, por completo ajeno a los sagrados planes del Olimpo»? Él cree firmemente que ella lo sacará en volandas, como a un héroe «por los servicios prestados», y camino del Elíseo. Si por una vez pensara en mortal, en poco apreciaría esa astucia, que lo ha hecho aún más tonto y crédulo, subiría a pie hasta el Olimpo y por toda esa peripecia gratuita pediría cumplidas cuentas a quienes le lanzaron al mortal juego sin más propósito que matar su inmortal aburrimiento.

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