Alguien debería decirle al astuto Ulises qué solemne ridículo hace mientras le sigue el juego a Atenea la diosa, y se lleva por la mano triunfos ajenos, logrados «bajo su aura sabia y protectora». ¿Piensa este ingenuo que él y ella juegan al mismo juego? Podrá darse por contento si vuelve entero a Itaca y no se va a pique con su barco en una de esas celadas que en ese tablero aún le esperan. Su atenta guía, esa de la lechuza digo, lo mueve a su capricho por las aguas procelosas desafiando al temible Poseidon. ¿Tendrá este cándido que aguantar un lance tras otro hasta ver cumplido el desenlace? A la deriva entre las dos orillas, sigue navegando incansable, tutelado por la sabia Atenea, demasiado sutil como valedora, siempre entre el despecho y el cálculo. Y luego, ante el final, ¿qué podrá reclamar a la diosa, si se ve entrampado en «un lamentable incidente, por completo ajeno a los sagrados planes del Olimpo»? Él cree firmemente que ella lo sacará en volandas, como a un héroe «por los servicios prestados», y camino del Elíseo. Si por una vez pensara en mortal, en poco apreciaría esa astucia, que lo ha hecho aún más tonto y crédulo, subiría a pie hasta el Olimpo y por toda esa peripecia gratuita pediría cumplidas cuentas a quienes le lanzaron al mortal juego sin más propósito que matar su inmortal aburrimiento.
lunes, 31 de enero de 2011
Otras odiseas
Alguien debería decirle al astuto Ulises qué solemne ridículo hace mientras le sigue el juego a Atenea la diosa, y se lleva por la mano triunfos ajenos, logrados «bajo su aura sabia y protectora». ¿Piensa este ingenuo que él y ella juegan al mismo juego? Podrá darse por contento si vuelve entero a Itaca y no se va a pique con su barco en una de esas celadas que en ese tablero aún le esperan. Su atenta guía, esa de la lechuza digo, lo mueve a su capricho por las aguas procelosas desafiando al temible Poseidon. ¿Tendrá este cándido que aguantar un lance tras otro hasta ver cumplido el desenlace? A la deriva entre las dos orillas, sigue navegando incansable, tutelado por la sabia Atenea, demasiado sutil como valedora, siempre entre el despecho y el cálculo. Y luego, ante el final, ¿qué podrá reclamar a la diosa, si se ve entrampado en «un lamentable incidente, por completo ajeno a los sagrados planes del Olimpo»? Él cree firmemente que ella lo sacará en volandas, como a un héroe «por los servicios prestados», y camino del Elíseo. Si por una vez pensara en mortal, en poco apreciaría esa astucia, que lo ha hecho aún más tonto y crédulo, subiría a pie hasta el Olimpo y por toda esa peripecia gratuita pediría cumplidas cuentas a quienes le lanzaron al mortal juego sin más propósito que matar su inmortal aburrimiento.
Etiquetas:
mitología
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