domingo, 20 de febrero de 2011

Humildes pinares


Bosque de Sollaundi  © autor
Hasta hoy los pinares eran para mí arboledas más bien prosaicas y poco agradecidas de ver, sin encanto ni magia alguna. Toca rectificar, y rectifico. Han contribuido a este repentino giro dos hechos circunstanciales. El primero tiene que ver con una película, Valor de ley (True Grit), un espléndido western que conserva además el habitual gusto de las de ese género por los escenarios naturales. Algunos de los paisajes en ella recogidos son de bosques, y de entre estos se me ha quedado en la retina huella de la travesía por un humilde y fascinante pinar, quién lo diría. En realidad desde hoy lo podré decir yo mismo —y este es el segundo hecho—, que esta mañana caminaba por el pinar que muestra la foto.

Las fotos como las miradas son golpes de fortuna: hoy ves lo que mañana, cuando vuelves con trípode y máquina de profesional, ya no consigues ver. No capta uno todos los días esa ilusión de brumosa profundidad, con ese despliegue de troncos ahondando hasta un espacio interior denso y flotante. Contaré un detalle, verídico. Como el escenario parecía preparado, de la izquierda y a unos cien metros ha surgido dando brincos un corzo. Se ha detenido y diría que me ha visto, así que ha seguido su trote. Aún se ha resguardado tras un arbusto, hasta que ha vuelto a sus saltos y enseñándome el trasero ha desaparecido por la derecha. ¿Y la máquina? En la mochila, como siempre en estos casos. Al menos del pinar constancia ahí queda. Han sido estas dos gratas sorpresas, y en un solo día, las que han puesto punto final a mi aversión a los pinares. Se acabó su maleficio.


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