viernes, 25 de febrero de 2011

Con la música en juego



En este reparto entran en juego tres músicos, aunque cada uno aparecerá dentro de este enredo con un papel bien distinto. Asignaremos en primer lugar el papel del iniciador al napolitano Domenico Scarlatti, como lanzador de un juguete melódico que nos servirá de referencia musical. Carecemos de su versión al clavecín, pero alguna pista de su intención tenemos en los alegres estallidos y los galopes saltarines que suenan en la partitura como ecos de una fiesta mayor. No sé si con este tipo de partituras se inició un estilo nuevo, o si el barroco norteño encontró aquí su contrapunto más diáfano. Lo menos que puede decirse es que la sonata y los teclados —en particular el clavicordio— recibieron un formidable impulso con las colecciones de ejercicios y tientos que Scarlatti puso en circulación como prueba de la versatilidad del instrumento.

La autoridad musical de Haydn y Mozart hizo que la sonata se consolidara con el piano como instrumento y que con él entrara en las agitadas aguas del romanticismo. El aprecio de algunos románticos por Bach, y por el propio Scarlatti, animó a dar versión de su obra en el piano. Y hubo que esperar a los albores del siglo XX para verlas restituidas a su instrumento original. Sólo alguien poseedor de una autoridad musical indiscutible podría haber promovido ese retorno. Wanda Landowska unía a esa condición una sólida reputación como pianista. No obstante, supo renunciar al toque romántico para devolverles las sonoridades propias del viejo instrumento. Scarlatti, del que grabó numerosas sonatas, fue para ella piedra de toque. Es posible que alcanzara su mayor dominio interpretativo en sus grabaciones de París a finales de los 30. Una de ellas siempre me ha cautivado, se trata de la sonata en mi mayor, la 20 del catálogo de Kirkpatrick.

Firma de Wanda Landowska
Es momento de hacer entrar en escena al último personaje del tinglado, un tinglado que con él se convierte en una farsa, en un juego que contraviene el ejercicio de afirmación de Landowska. Si salvamos esa afirmación del instrumento, la afirmación musical corrió de hecho hacia otros derroteros. En 1928 tenía Shostakovich 22 años y en el marco del  formalismo ruso tuvo ocasión de mostrar sus primeras ideas musicales. El joven Shostakovich estaba dotado de un genio singular con un oído certero para reconocer sonidos nuevos y un talante irreverente para interpretar los viejos. Su mirada a los clásicos, llamados a servir de armadura para la sociedad del futuro, nunca fue inocente. Toma el Capriccio de Scarlatti como quien examina una delicada miniatura, pero lejos de recrearse inicia una reinterpretación de la fiesta. La transcripción orquestada reconvierte ese tono festivo poniendo la nota paródica. Los vientos devuelven a la obra un aire de fanfarre popular, de pasacalles bufo. No hay demérito alguno en ello, sino más bien homenaje. Y además, ateniéndose a ese nervio popular y un poco sarcástico logra, al igual que los artistas de otros órdenes, la única lectura acorde y fiel a su tiempo.



Sonata en mi mayor, K 20, D. Scarlatti,
Wanda Landowska, clavicordio Pleyel, EMI - France (1947).



Capriccio de Dos piezas de Scarlatti, Op.17 (1928), D. Shostakovich,
Transcripción para grupo de viento de la sonata K 20, Soloists Ensemble,
BMG/Melodiya.


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