Winter (ca. 1803), Caspar D. Friedrich Staatliche Museen zu Berlin, Kupferstichkabinett. |
El ejemplo me llega de la música. Una de las voces más celebradas sería la de María Callas. Seguramente fueron incontables las veces en que interpretó el aria «O mio babbino caro», bien fuera en concierto o quizá en la propia ópera de Puccini. Existen muy diversas versiones, casi todas maravillosas, llenas de nervio y dulzura. Con ella cerró también su concierto de Londres, en su gira de despedida de los escenarios, allá por noviembre de 1973. El punto final de esa gira y de su carrera se dio unos meses después en Tokio. Al cabo de dos años, ya en 1976, llegó su muerte, tras una largo período de reclusión y aislamiento.
Lo que se puede oír en el testimonio sonoro del concierto londinense es la expresión acabada de su agotamiento, de su dramático apagón anímico. Las imágenes que lo acompañan la muestran con aspecto consumido y tenso ante este aria, la última del programa. Inicia el canto con la pulcritud de siempre, atenta al primer agudo. El brillo va poniendo coto a un persistente temblor, a una desazón en la que su voz flaquea. Pronto en su interpretación se deja oír frente al timbre natural, quebrado a veces pero pleno de emoción, otro impostado, educado en la exigencia y el pundonor. Al llegar al «O Dio, vorrei morir» —que suena casi a confesión final— se adivina cierta extenuación de la voz. Agitada por un último deseo, clama con un hondo suspiro, destinado a sostener ese largo y sentido ruego en el que repetidamente implora piedad.
O mio babbino caro, G. Puccini,
Maria Callas, Farewell Concert,
Royal Albert Hall, Londres (1973).
Imágenes en: http://www.youtube.com/watch?v=SvrHxQ3qjAE
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