lunes, 7 de febrero de 2011

Vuelven a las andadas


Por su carácter privado lo que la iglesia católica haga para mantener la disciplina en el seno de su institución poco debería importarnos a quienes no soportamos tan oscuro magisterio. Otra cosa es su dimensión pública y la afrenta que supone para el ciudadano su descarada reincidencia en el abuso a otros ciudadanos. La Congregación para la Doctrina de la Fe cuenta con una larga y acreditada tradición en ese sentido. Donde hubo persecución, demonización y liberación al brazo secular para la purificación de herejes, encontramos hoy solapadas purgas domésticas que, según parece, a nadie deberían mover a reivindicación.

El caso es que el teólogo José Antonio Pagola, llevado por su buena fe supongo, ha debido de convocar con su libro Jesús. Una aproximación histórica una turbamulta de fuerzas malignas que han urgido a la jerarquía a una tajante desautorización, pese a contar con todas las bendiciones y permisos del ordinario del lugar. El libro se ha debido de vender más de lo esperado y definitivamente más de lo tolerable para quienes ostentan un dominio inapelable de la sacra hermenéutica. Hasta aquí los hechos se engarzan, como un episodio más, en esas cadenas que los católicos se ven obligados a arrastrar lastimeramente.

Lo que me ha sorprendido, lo que ha encendido todas mis alarmas son los primeros signos de un odioso ensañamiento. Más que auténtica novedad, el suceso supondría el retorno de aquellos antiguos modos tan poco conciliadores. Modos que, según comprobamos, los sucesivos concilios y sínodos nunca expurgaron. Obsesionados por el destino de los últimos ejemplares de esa obra impía y animados en su santa intolerancia a extirpar cualquier vestigio maléfico, han tenido la siniestra ocurrencia de exigir a la editorial, más allá de la retirada de los libros, un «certificado de destrucción». La noticia no recoge en qué términos podría ejecutarse, si mediante la incineración, el guillotinado, el rasgado o el entierro; tampoco sabemos si el acto ha de ser público o privado. Un día de estos, y antes de proceder contra el teólogo, un ejecutivo editorial será reclamado por ese dicasterio para dar fe —con pruebas fehacientes evidentemente— de que la fe verdadera ha prevalecido, al menos canónicamente, y de que la edición ha sido absolutamente aniquilada. Fieles al ritual del Santo Oficio creo que sus capitostes estarían en la obligación de mostrarse en público con las cenizas (o con las pruebas de destrucción disponibles) y someterse así al general ridículo.


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