Entre las nuevas tendencias, con las que los tertulianos nos sorprenden en sus conatos argumentales, se dan cada vez más esas incursiones chocarreras que llamamos los «porciertos». Hasta ahora esta gente se contentaba con envolver en palabrería a uno o varios personajes para luego darles el tirón como quien les arranca la pelambre, y hasta el pellejo, con la cera. A esto lo denominaban argumento ad hominem, un clásico entre el repertorio de abusos verbales que empleados para salvar sus carencias lógicas. El «porcierto» les ha procurado un nuevo recurso, una figura lingüística poco especulativa, pero sumamente vistosa y eficaz. Suelen emplearla cuando el argumento de su relato es tan insostenible que tiene visos de decaer. La última vez que lo vi usar, el discurso había adoptado un tono insípido y desabrido. Se afirmaba de una ejecutiva que «nadie le había pedido ese informe de primavera que incluye algunas cifras sobre la crisis del sector agroalimentario, pero con unas conclusiones que no vienen ahora a cuento...». Fue en ese momento justo cuando el discurso hizo un extraño y derivó a «por cierto que apareció ante los medios con un diseño muy poco favorecedor de la firma Matías Cornevole, con unas blondas que la ahogaban, un corpiño más que impropio y una falda tubo de corte cruel de la que sobresalían hacia los zapatos dos sólidas mazas embutidas en recias medias de lana...». De este tipo de figuras lingüísticas dicen sus bien pagados defensores —sin ánimo argumental, y menos aún polémico— que todo son virtudes, o ventajas que viene a ser lo mismo, porque con ellas no se apunta directamente al blanco como en la prosa de ataque, sino que se favorece más bien la distensión y el desmarque. Con estos revoloteos, señalan además los analistas de empaque, se dota al discurso de calidez y colorido, se lleva el punto crítico al terreno de la imagen y se abandonan sin reparo ni remordimientos las trasnochadas y amargas dialécticas.
sábado, 19 de febrero de 2011
Por cierto
Entre las nuevas tendencias, con las que los tertulianos nos sorprenden en sus conatos argumentales, se dan cada vez más esas incursiones chocarreras que llamamos los «porciertos». Hasta ahora esta gente se contentaba con envolver en palabrería a uno o varios personajes para luego darles el tirón como quien les arranca la pelambre, y hasta el pellejo, con la cera. A esto lo denominaban argumento ad hominem, un clásico entre el repertorio de abusos verbales que empleados para salvar sus carencias lógicas. El «porcierto» les ha procurado un nuevo recurso, una figura lingüística poco especulativa, pero sumamente vistosa y eficaz. Suelen emplearla cuando el argumento de su relato es tan insostenible que tiene visos de decaer. La última vez que lo vi usar, el discurso había adoptado un tono insípido y desabrido. Se afirmaba de una ejecutiva que «nadie le había pedido ese informe de primavera que incluye algunas cifras sobre la crisis del sector agroalimentario, pero con unas conclusiones que no vienen ahora a cuento...». Fue en ese momento justo cuando el discurso hizo un extraño y derivó a «por cierto que apareció ante los medios con un diseño muy poco favorecedor de la firma Matías Cornevole, con unas blondas que la ahogaban, un corpiño más que impropio y una falda tubo de corte cruel de la que sobresalían hacia los zapatos dos sólidas mazas embutidas en recias medias de lana...». De este tipo de figuras lingüísticas dicen sus bien pagados defensores —sin ánimo argumental, y menos aún polémico— que todo son virtudes, o ventajas que viene a ser lo mismo, porque con ellas no se apunta directamente al blanco como en la prosa de ataque, sino que se favorece más bien la distensión y el desmarque. Con estos revoloteos, señalan además los analistas de empaque, se dota al discurso de calidez y colorido, se lleva el punto crítico al terreno de la imagen y se abandonan sin reparo ni remordimientos las trasnochadas y amargas dialécticas.
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