Kurt Gödel, por Vladimir Lukash |
La declaración ha tenido lecturas casi siempre cercanas al tópico, que vislumbraban en ella un propósito casi profesional de reconducir el aburrimiento hacia la lógica. Hay elementos literarios, sin embargo, que inspiran una lectura mucho más certera. Si empezamos por el final, por ese genio fabuloso liberado a la creación inagotable, al que invoca en este caso además un intérprete germánico, nos parece escuchar a Fausto. Apelando a ese compromiso entre la creación formal y la gravidez material seguimos en sintonía con él. Para acabar con cualquier equívoco ahí está Mefistófeles, ese demonio que transmuta el aburrimiento y lo devuelve emancipado, como tiempo efectivo. En la letra del contrato creativo que se reclama tenemos a un lado al tiempo, como actor necesario, y en el otro al genio formal, como su eficiente gestor, y como prenda y aval de esa feliz combinación en vez del alma se pondrá a la razón. Cualquiera que revise la biografía de Gödel podrá conocer los términos de resolución del contrato. Un contrato que se rubrica, con ese credo inicial en el aburrimiento y su demonio, como un intento personal de aceptarse y de sacar a la razón, por incontrolable que resulte, de ese humillante letargo.
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