martes, 8 de febrero de 2011

El aburrimiento creador


Kurt Gödel, por Vladimir Lukash
Todos los credos buscan ofrecer sustento, más psicológico que moral, a nuestra actividad cotidiana. Acotados en ese terreno, resulta generalmente baldío y engañoso cualquier intento de presentarlos como nuestro fundamento lógico, como si con ellos pudiéramos, a través de nuestra conducta, elevarnos como un poderoso y público argumento. En el caso de Kurt Gödel, tenido hoy como el más eminente de los lógicos del pasado siglo, hubo algún apunte personal verdaderamente singular. Por fijar un poco sus antecedentes, podríamos decir que su estabilidad emocional difícilmente soportaba el terrible peso de su capacidad para la formalización matemática, para la creación de formas puras. En esa crisis permanente su intuición parecía exigirle algún tipo de compromiso personal. En unas confesiones redactadas y previas a una sesión con su psiquiatra, allá por el año 1949, Gödel escribía: Creo en el aburrimiento. Es el típico demonio que permite al pensamiento crecer; es el gran emancipador del tiempo. El aburrimiento siempre gana; si puedo conjugar esa gran pesadez con la energía del genio en forma pura no habrá final para mi creación.

La declaración ha tenido lecturas casi siempre cercanas al tópico, que vislumbraban en ella un propósito casi profesional de reconducir el aburrimiento hacia la lógica. Hay elementos literarios, sin embargo, que inspiran una lectura mucho más certera. Si empezamos por el final, por ese genio fabuloso liberado a la creación inagotable, al que invoca en este caso además un intérprete germánico, nos parece escuchar a Fausto. Apelando a ese compromiso entre la creación formal y la gravidez material seguimos en sintonía con él. Para acabar con cualquier equívoco ahí está Mefistófeles, ese demonio que transmuta el aburrimiento y lo devuelve emancipado, como tiempo efectivo. En la letra del contrato creativo que se reclama tenemos a un lado al tiempo, como actor necesario, y en el otro al genio formal, como su eficiente gestor, y como prenda y aval de esa feliz combinación en vez del alma se pondrá a la razón. Cualquiera que revise la biografía de Gödel podrá conocer los términos de resolución del contrato. Un contrato que se rubrica, con ese credo inicial en el aburrimiento y su demonio, como un intento personal de aceptarse y de sacar a la razón, por incontrolable que resulte, de ese humillante letargo.


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