jueves, 4 de noviembre de 2010

Colaterales


Paddy Hill. Foto: M. MacLeod para Guardian
Tras ser capturado, torturado y cumplir en prisión dieciocho años de su condena por un delito que no cometió, Paddy Hill, junto a los otros cinco acusados del atentado de Birmingham en 1974, fue exculpado y excarcelado en 1991. Después de diez años en libertad, a sus 64 años, lo único que sigue vivo en él es el recuerdo de su paso por las estancias policiales, su progresiva deshumanización en los años de cárcel y, salvada la parva indemnización, el abandono absoluto del Estado así como su rechazo a apoyarle, o a salvarle, psicológicamente. He aquí una pequeña muestra del testimonio que publica hoy el Guardian:

«Mi punto de aguante está muy bajo: la ira me viene en oleadas, con los años ha ido a peor y peor. Soy demasiado paranoide para socializarme. Ni duermo ni como. Si tuviera elección, no viviría conmigo. De repente las barreras caen y lo revivo todo de nuevo; todo el horror, todo el tormento. Cuando vuelvo en mí es horas más tarde y todos se han ido, y yo estoy aún sentado allí, mirando a las paredes con las lágrimas corriendo por mi cara».

Quizá esto parezca un juego de deslegitimación (así lo llaman). Pero al que no tiene faltas que expiar y bajo presión física (así lo llaman) se le imputan, se le condena a la búsqueda en el vacío y a girar vertiginosamente hacia el sumidero. Tan legítimo y necesario es el recuerdo de los muertos como la mirada hacia los vivos, empezando por esos a los que injustamente se ha declarado muertos.


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