Paddy Hill. Foto: M. MacLeod para Guardian |
«Mi punto de aguante está muy bajo: la ira me viene en oleadas, con los años ha ido a peor y peor. Soy demasiado paranoide para socializarme. Ni duermo ni como. Si tuviera elección, no viviría conmigo. De repente las barreras caen y lo revivo todo de nuevo; todo el horror, todo el tormento. Cuando vuelvo en mí es horas más tarde y todos se han ido, y yo estoy aún sentado allí, mirando a las paredes con las lágrimas corriendo por mi cara».
Quizá esto parezca un juego de deslegitimación (así lo llaman). Pero al que no tiene faltas que expiar y bajo presión física (así lo llaman) se le imputan, se le condena a la búsqueda en el vacío y a girar vertiginosamente hacia el sumidero. Tan legítimo y necesario es el recuerdo de los muertos como la mirada hacia los vivos, empezando por esos a los que injustamente se ha declarado muertos.
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