martes, 23 de noviembre de 2010

Atizando las brasas




Los que viven de ello dicen que en economía se alcanzan las más altas cotas de complejidad problemática, así que tras proponerse como paladines frente al dragón, le han puesto a sus pesquisas un nombre sugerente: análisis multifactorial. Muy creativo como rótulo, pero de resultados, según vamos viendo, escasamente alentadores. Y es que son muchos últimamente los temas que se nos van quedando sobre la mesa sin la adecuada «factorización». Entre otras razones, porque habría que proseguir el «pelado» del problema y la descomposición en factores, atendiendo a la psicología humana, tema este que les queda fuera de cuadro.

A ver, listos, y digo listos más que preparados, ¿de qué va la especulación? Respuesta: Es un fruto más en el ejercicio de la libertad, sin él no hay empresa, peor no hay mercado, o sea las cavernas. Pero la cosa es si ese fruto es benigno o maligno, y no ese «incuestionable» valor contante y sonante de lo que se supone que acarrea. A ver, no es más cierto que se trata de un juego de dominación poco diáfano y ventajista, en que el tahúr deja desplumado al codicioso membrillo. Lo que queda mal a deshoras, sobre el tapete verde y oculto en una nube de humo, tiene fuerza de ley a plena luz y en el parqué: tu compras, yo gano; tu vendes, yo gano. «No, qué va, no gano siempre» me dice el del lápiz tras la oreja. «Al final es la suerte, la intuición y el conocimiento del medio» insiste, «es la selva, la supervivencia, una versión de la vida misma». Humano, pues, concluyo.

Pues bien, desde lo humano, a donde habíamos llegado, creíamos haber puesto solidariamente a cubierto de esta tropa silvestre a todos los que están fuera de juego, gentes cuya capacidad productiva, y en definitiva cuyo valor de cambio, queda por debajo de lo que consideran tolerable, vamos, que no valen nada. Ahora frente a los Estados el lema con el que la jauría arremete parece ser «no debe haber dinero inútil», que es tanto como decir «ningún dinero para los inútiles». Hay paradojas de verdad crueles. Parte del dinero con el que se empuja, o se puja, en ese juego de ruleta y poder tiene a pensionistas como titulares. Buscando seguridad en su declive o en su zozobra personal, imponen su capital más o menos modesto, pero útil, tras pantallas opacas, y a continuación se refugian en la inocencia del ciego. Temprano o tarde dejarán de contar monedas alelados por la brisa marina, porque alguien pasará a cobrarles. El miedo parece libre, pero analizando a fondo ese «factor humano» pronto se adivina inducido. En la hora de la crisis, el oportunista sigue a sus oportunidades, los demás no saldremos adelante sin conservar y poner a prueba nuestra capacidad para repensarla, nuestra capacidad crítica.


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