jueves, 11 de noviembre de 2010

Un recuerdo


Geoges Lerroux, L' enfer (1917-18)
Imperial War Museum, London
Tal día como hoy en 1918 se firmaba en Rethondes el armisticio que ponía punto final a la primera guerra mundial. Dejó nueve millones de muertos y un par de generaciones europeas prácticamente diezmadas. Dos años antes, y también por estas fechas, había finalizado la batalla más larga y cruenta de la que se tiene noticia. La llamada ofensiva de Somme se inició el 1 de julio de 1916 y acabó cuatro meses y medio después, dejando en el campo de batalla una cifra aproximada de un millón doscientos mil muertos. Casi todos los movimientos y tentativas de avance se llevaron a cabo desde posiciones alineadas en largas y profundas trincheras. En este, como en otros casos, los muertos no sirvieron para alterar ni lo más mínimo el reparto inicial del territorio, fueron simplemente el sacrificio obligado de las iniciativas estratégicas. Buena parte de las bajas se registraron por la continua batida de la artillería y los morteros, otra cantidad importante pereció por fuego de fusilería o ametralladora en los intermitentes asaltos, de los que se enfrentaron en las trincheras muchos cayeron bajo las bayonetas. Al margen de la sangría, los estados mayores tuvieron ocasión de exhibirse con nuevas advertencias contundentes: carros de combate, incipientes vuelos de castigo, gases de todos los colores y el temible fuego de los lanzallamas.

La memoria de aquellos hechos duró poco. Quedaron los campos llenos de cruces y lápidas, y muchas plazas de pueblo, en Francia y en otros países, presididas por un sencillo monolito a los desaparecidos en la gran guerra. Quedan los monolitos, pero ya no existen ni supervivientes ni coetáneos de la tragedia, y cunde la desmemoria. Sin embargo, no faltan testimonios. Sería difícil que semejante brutalidad no hubiera encontrado reflejo en los relatos privados y públicos, y también en el análisis histórico. En el cine, que ha sido el educador moderno de multitudes, ha tenido una recreación confusa. Para dar cuenta de aquello sobran protagonistas y héroes, algo que parece contravenir el fundamento económico de esta industria. El drama de toda esa multitud, arrancada de su medio natural, atrapada en una ratonera, mantenida en silencio y a la espera de su turno fatídico, debería de ampliarse con el drama personal. En su soledad, unos apelaban a obsoletos principios mientras otros imploraban con urgentes plegarias, casi todos para aplacar o elevar el ánimo, según vinieran dadas, y sobre todo para dejar atrás el miedo y encarar decididamente la muerte.

En la famosa secuencia que abre Paths of Glory, la película de Stanley Kubrick, vemos cuando menos reflejado el drama colectivo -el drama personal se incuba en ella, pero se desarrolla y presenta en las secuencias finales. De entrada somos recibidos en un escenario completamente abrumador: El coronel Dax pasa revista a sus hombres que apostados en la trinchera esperan la orden de asalto. Son muchos los que creen que, con los avances hoy disponibles para el trucado de imágenes, sale ganando el verismo y que finalmente el drama no es más que una ilusión visual en la que nos vemos o no envueltos dependiendo de los medios al alcance del artista. Sigo viendo esa secuencia y, pese a que no me salpica el barro ni la sangre, contemplo con horror el momento del salto. Tanto como las imágenes, me sobrecoge su banda sonora: el fondo inicial es como de tormenta, con estallido de obuses perdidos en la lejanía; el amedrentamiento general se ve finalmente sacudido por el salto, entonces un griterío enardecido y desesperado acalla el sonido del silbato; la artillería comienza a ser más precisa y las explosiones se confunden con los gemidos de las primeras bajas; en cuanto el avance parece ahogarse, el silbato suena con su llamada recurrente; al rato los combatientes, ensordecidos por el zumbido de obuses, empiezan a oir cercanos los silbidos certeros de la fusilería y el tableteo arrasador de las ametralladoras; apenas voces, podemos imaginar a lo sumo gritos entrecortados, restos de jaculatorias, nombres e imprecaciones, a modo de despedida.


Paths of Glory (1957), Stanley Kubrick. Secuencia inicial.
http://www.youtube.com/watch?v=gPtVNDvwGMo


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