domingo, 7 de noviembre de 2010

Mario, ese oráculo


Diseño ganador en The One Flag Design Competition
como bandera de la Tierra, obra de Marc Arroyo (2009)
Ahora que vemos que los premios nobel de la pluma presentan fallos -no comerciales , según parece- y que alguno puede quedar incluso como un ilustre plagiario, no veo razón para conceder al más reciente la condición gratuita de oráculo político. Como no hay día en que no atormente desde su olimpo literario con sus relucientes rayos, me pregunto si por una vez podríamos ir al grano, y para ello pregunto (retóricamente, claro) al académico Vargas Llosa: ¿Podríamos tener de su torrencial pluma una definición precisa de ese mal contra el que tanto nos alerta, del nacionalismo de marras? Y sigo: ¿Le valen las definiciones que, tras reciente enmienda, aparecen en la correspondiente entrada del diccionario de su Academia? Recordemos que en la versión enmendada se nos dice:

1. m. Sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación y de identificación con su realidad y con su historia.
2. m. Ideología de un pueblo que, afirmando su naturaleza de nación, aspira a constituirse como Estado.


A mí estas definiciones no me parecen indulgentes, ni siquiera neutras, pero ¿cuentan con la aprobación del nobel y académico? Si atendemos a sus invectivas, seguramente estas  definiciones le parecerán tibias. Y sin embargo, la línea que divide las referencias parece estudiada. Con ella el sentimiento es patrimonio de quienes disfrutan de un Estado-nación, o lo padecen, en atención a su realidad y su historia. Quienes no lo sienten o lo hacen sensu adverso, por no tenerlo por propio sin tener uno propio, se ven obligados al esfuerzo artificial, y al parecer volátil, de crearse una ideología. Con ella al final vendrían a tener algo así como un edificio conceptual revenido, en todo caso sin la frescura y el sano apego que en la edición vigente del diccionario se propugna para los nacionales de bien. Veamos, pues, el lote caduco:

1. m. Apego de los naturales de una nación a ella y a cuanto le pertenece.
2. m. Ideología que atribuye entidad propia y diferenciada a un territorio y a sus ciudadanos, y en la que se fundan aspiraciones políticas muy diversas.
3. m. Aspiración o tendencia de un pueblo o raza a tener una cierta independencia en sus órganos rectores.


Indudablemente aquí hay más tralla, y un terreno favorable para la emboscada dialéctica.  Obsérvese la tercera entrada, porque parece llevar gran tilde y alertar sobre el concepto. Pero bueno, entre ésta y la primera hay espacio para vivir en la indefinición, incluso para asignar buenos y malos a la definición que a cada cual convenga. Sin duda asociar raza e independencia es optar por un trazo tan grueso, que deja en muy mal lugar a los redactores, pero de ahí se puede deducir que la aspiración inicial nunca será legítima. Tampoco mejora mucho su crédito en la primera, en la que se reconoce a los naturales un especie de «efecto ventosa».

Parece que nuestro académico, aunque no se pronuncia, opera con estas definiciones, menos sutiles por cierto que las primeras. Por lo leído, podría haberse apoyado en la primera de ellas y decidido ir hacia una oposición dialéctica, aunque cediendo el terreno y hasta la voz «nacionalismo» al adversario. Para él queda como soberano el refugio del patriotismo, que siempre es legítimo, inocente y bien patrocinado. No pienso traer a colación más citas, me basta con la experiencia personal. De la patria he conocido el culto y eso es lo que parece que  ahora con él muchos reclaman. La suave versión ventosa, en la que Vargas encuentra feliz apego, simplemente ni existe ni ha existido. Eso a ras de suelo, quizá desde el olimpo se vean tan claros los conceptos que no haga falta ni definirlos, sólo jugar con ellos.


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