miércoles, 20 de abril de 2011

El cerebro y el cabello


Últimamente el empeño, siempre razonable, de divulgar la ciencia se enfrenta al peligroso juego de la jibarización. Corre el cuento de que buena parte de la jerga que envuelve a las grandes teorías científicas es prescindible y que, en consonancia, el esfuerzo intelectual dedicado a entenderlas podría ser mejor empleado en ocio más productivo. Como en el caso de las diminutas cabezas que los jíbaros guardaban como trofeos, parece que la miniaturización intelectual podría servirnos como garantía de conservación de nuestro órgano supremo, el cerebro.

En la proclamación de su línea editorial, un conocido editor apunta como tarea básica para su último proyecto de divulgación «hacer comprensibles las teorías científicas más importantes e intrigantes», un propósito muy loable e impecable, pero nada nuevo. A partir de ahí comienza su auténtico reto, al pretender explicar «las teorías más complejas en medio minuto, utilizando no más de dos páginas, 300 palabras y una imagen». Curioso lo de la imagen, que más parece un ancla en ese oscuro y proceloso «océano» de 300 palabras. Bastaría, puestos a ahorrar en imágenes, con una estampa fija de San Alberto Magno, indiscutible patrón y celestial asistente en lo tocante a las ciencias.

Llegados a este punto, parece inconveniente preguntarse cuáles son las teorías susceptibles de quedar en ese molde encasilladas, y más propio imaginar cuántas podrá asimilar por hora el lector conservando su sano juicio. El programa del editor es «intrigante» y también ambicioso: «teoría del caos, unificación, teoría de la relatividad, el gato de Schrödinger, las leyes del movimiento...» . Para evitar su pronta fuga, al lector remiso, a ese que cree que ya lo sabe todo, se le coloca ante esta ingrata tesitura: «¿sabes lo suficiente para poder participar en un debate informal o sorprender con tus conocimientos?». La respuesta es no, nunca sabemos lo suficiente y a casi nadie ya sorprendemos con nuestra ignorancia, pero para cruzar esa ominosa frontera bastan 300 cómodos pasos, además de coger el libro y pasar por caja, claro.

Pero esto me lleva a lo del principio, a ese ejercicio de reajuste de esfuerzos en el que vamos eliminando periódica e higiénicamente lo que parecen inservibles capas de corcho mental. Todo aquí me recuerda a la vieja paradoja de sorites, en aquella versión del hombre pelirrojo que, dotado de refulgente y encrespada cabellera, decidió sacarse pelo a pelo algún dinero vendiéndolos como amuletos. Nunca puso reparo a quienes le pagaban por cada uno de sus cotizados cabellos y nunca creyó tampoco que se quedaría calvo. Pero lo peor de todo es que ¡nunca se enteró de cuándo se había quedado calvo!.


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