lunes, 18 de abril de 2011

Apeles y sus sombras


Mosaico de Alejandro Magno
en la batalla de Issos.
Aunque es poco lo que conocemos de Apeles de Cos, su memoria ha sobrevivido envuelta en un puñado de anécdotas. Pintor de cámara de Alejandro Magno, Apeles alcanzó en sus pinturas niveles de perfección insospechados. Al menos eso es lo que nos cuentan las crónicas, que se hacen eco de informes más o menos directos sobre su vida y obra. Pero lo cierto es que, más allá de lo contado por los informantes, sus pinturas hace siglos que desaparecieron. Un destino demasiado cruel para quien un día dijo: «Yo pinto para la eternidad». Quiso creer, como tantos otros, que la perfección técnica aseguraría la perdurabilidad de su trabajo. Y es cierto, perdura, pero como un eco o una sombra a la que los expertos persiguen en pinturas posteriores. «Aquí vemos la huella del inmortal Apeles» dicen, sabiendo que nadie se aventurará a contradecirles. Amarga ironía con la que el tiempo saluda a la retórica. Porque en pura retórica se quedan las obras resucitadas para hacer de ellas historia. Hace siglos, con el Renacimiento, se crearon otras nuevas inspiradas en la descripción de las originales. Y a partir de la Ilustración, han sido los frescos y mosaicos antiguos, los llamados a engrosar esa larga cadena de posibles copias de una copia de la copia. Faltan las obras, pero nadie, se dicen los ilusionistas, puede impedirnos hacer historia, aunque parezca retórica. Seguramente Apeles nunca imaginó su eternidad de esa forma.

Reconstrucción del mosaico de la Batalla de Issos,
de la Casa del Fauno en Pompeya, reproducción
de una pintura atribuida a Apeles, o quizá a Filoxeno.


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