miércoles, 6 de abril de 2011

Emoción e impresión


Si uno escucha la voz de la calle, advertirá que son pocos los que se declaran emocionados. La palabra ha ido desapareciendo del habla, salvo en tono de confesión. Las emociones han quedado afincadas en nosotros como un capítulo reservado, por demasiado revelador. El temor a que, a través de los gestos, demos con ellas señales de debilidad o flaqueza está siempre presente. En consecuencia, ese grado de transparencia personal parece peligroso para cualquiera que se mueva en medios marcados por un ambiente de competencia. Esto ha hecho que en esas mareas ganen prestigio los que sirven como anclas emocionales. Se trata de personalidades muy afirmadas, impasibles a los altibajos de lo que les rodea, a las que su autocontrol les permite emitir en una única longitud de onda, bien sea la del entusiasmo o la de la codicia. La idea de que por sí solos estos modelos transmiten estabilidad e ilusión a su entorno no parece bien fundada. Percibimos las emociones como señales y esos silencios emocionales resultan a la postre sospechosos.

A falta de presencia en esos ámbitos públicos, a la emoción le van surgiendo sustitutos. Para verlo un poco mejor, obsérvese la diferencia que separa al profundamente impresionado, tan común, del visiblemente emocionado, tan escaso. La impresión apenas deja huella externa y la interna es sólo presumible, porque no hay reflejo de ella. Sin embargo, con la emoción uno alcanza a expresar algo madurado internamente en un diálogo consigo mismo. No es casual que uno declare en modo reflexivo que se emociona, pero que nunca pueda decir que se impresiona. Podrá mostrarse, sentirse o verse impresionado, pero no puede impresionarse a sí mismo. Hoy los espectáculos, y el arte residual transmitido en ellos, se venden como algo impresionante. Sería económicamente aventurado anunciar un espectáculo bajo promesa de conseguir emociones. Las emociones programadas en emisiones televisadas nacen tan falseadas que nadie las reconoce como tales. Y cuando surgen espontáneas entre las noticias, la falta de costumbre nos las hace intolerables. Probablemente corresponda al arte preparar en ese terreno emboscadas más sutiles, que no fomenten el sentimentalismo muelle y manipulado, sino que nos empujen a la audacia, a intentar emocionados volver a ser nosotros mismos.


No hay comentarios: