Por un conocido catálogo montañero me entero de que por fin ha sido localizado en Cantabria el pico de la Gallina, de lo que se da fe en una de sus fichas con la correspondiente foto y sus coordenadas al completo. Rodea a esta montaña una intrigante historia acerca de su emblema, un poco distinta de las que habitualmente corren sobre aves fabulosas. Tan evasiva ha resultado esa cima que llegué a confiar en que nunca atraparían los catálogos a esa gallina de leyenda. El caso es que, según cuentan, es la misma que un buen día, de mañana, comenzó a ascender a la montaña para intentar conocer al poderoso gallo que a diario atronaba al romper el alba. Con ilusión y entusiasmo juveniles, pero cada vez más fatigada fue poco a poco subiendo las largas cuestas. Gastó en ello casi todo el día y finalmente alcanzó la cima cuando el sol ya se ponía. Allí arriba, a medida que se hacía de noche, esperó pacientemente el canto de un gallo que nunca aparecería. Al día siguiente unos pastores encontraron en aquel lejano pico su cuerpo yerto. En medio de la conmoción que les produjo este hallazgo fatal, tuvieron aún el coraje de formar un sencillo cortejo y acompañarla a su última morada. Una vez abajo, a las puertas de la cofradía les recibió el hermano mayor, que actuaba de maestro de ceremonias, vestido de blanco riguroso y coronado con el gorro propio del ritual. Tomó el cadáver en sus manos y con aplicada soltura lo desplumó. A continuación abrió en canal la criatura, para ver si los auspicios eran buenos, y tras retirar las vísceras, alzó los restos en ofrenda. Cuando levantó la tapa del metálico sepulcro, desde el fondo subió un denso aroma y un animado borbor. Como gesto de solidaria hermandad, lanzó entonces una mirada cómplice a todo aquel coro de afligidos acompañantes. Acto seguido se volvió hacia los fogones y dejó que la gallina se hundiera solemnemente en la olla. Conmovidos aún por su desaparición, trataban todos de encontrar entre sus lamentos consuelo, y era deseo y esperanza común que el ave sepultada fuera de las gallinas buenas. Deseaban que pudiera así disfrutar de su merecido paraíso, mientras a ellos tocaba aprovechar los despojos, que en este mundo ingrato había abandonado su cándido pero esforzado espíritu. La historia parece acabar aquí, pero como ya le indiqué al geógrafo del catálogo, estas historias siempre reservan su final. Bien podría suceder que alguien allá arriba la volviera a encontrar y que siguiera el anterior protocolo. Por eso le advertí: «Que sean cautos quienes se sienten de comensales, no vaya a ser que les pille en la mesa el canto del gallo y cuando vayan a tirar de cuchara les resucite en la sopera la gallina».
Posdata: Ficha del pico cántabro en www.mendikat.net.
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