martes, 30 de noviembre de 2010

La torre Einstein


Me dicen poco las etiquetas, particularmente cuando se endosan con ligereza y sin demasiado tiento, por ejemplo acudiendo a la extracción social del autor o al talante artístico de su generación. Bastó que Erich Mendelsohn renunciara al racionalismo implícito en la recta para que se le calificara de expresionista. Sabido es que para la arquitectura clásica todas las curvas cuyo esfuerzo no se traduzca en cúpulas o arcos son consideradas más un motivo que un elemento formal, y en consecuencia una extravagancia estructural que busca sorprender algún orden expresivo que se tiene por natural. Teniendo en cuenta que este edificio lleva ya más de 80 años cumpliendo su función original como observatorio astronómico, uno intenta imaginar en qué medida se dio con su diseño licencia a una expresión formal menos natural o más allá de lo funcional y, si así fue, qué es lo que con él se expresó.

Einsteinturm, E. Mendelsohn (1917-21)
Telegrafenberg, Potsdam, Berlin
Indudablemente al contemplarlo encontramos razones para la sorpresa. Son más los edificios que parecen asentarse, como recién llegados desde el tablero de dibujo, que los que emergen animados por algún impulso subterráneo. La torre pertenece a este segundo y selecto grupo. Entre ellos los hay que brotan reclamando la atención y la comprensión del entorno, y los hay que surgen impetuosos, altivos e indiferentes a todo. Son muchas las torres que entrarían en este segundo apartado, pero no es éste el caso. Para encuadrarla en el primero habría, sin embargo, que entrar en precisiones. La clave puede ser aquí el impulso. Y con él nos dejaremos ir, aunque perdamos definitivamente pie analítico. Viéndolo imagino a la tierra buscando explicación en el universo mientras articula y proyecta su ojo inquisitivo desde ese heliostato encastillado. Si natural debe considerarse esa proyección ocular de la tierra hacia el espacio, no menos natural resultará que el edificio guardián del instrumental mantenga viva la mirada y que con su diseño le dé algún sentido como en las buenas metáforas. El acierto del diseño se suele calibrar multiplicando las vistas. En ninguna de ellas se pierde con la curvatura el equilibrio de las líneas, que componen un decidido gesto entre la protección y la acogida, un gesto muy propio entre los gigantes afables.

Uno de los croquis iniciales de Mendelsohn
Posdata: La torre Einstein es un observatorio diseñado conjuntamente por el arquitecto Erich Mendelsohn, el astrónomo Erwin Finlay Freundlich y el físico Albert Einstein. Su propósito era el estudio de la radiación solar, inicialmente con el fin de ratificar mediante observaciones directas algunas de las previsiones de la teoría de la relatividad. Su construcción se llevó a cabo entre los años 1919 y 1924.
Visión tridimensional del interior: http://www.youtube.com/watch?v=iOpPmZLrSVU


lunes, 29 de noviembre de 2010

Aporía de nosotros los simples


Pantalla de SimCity 3000, Electronic Arts (2010)
Con lo simple ya contamos, es nuestro territorio primero. A partir de ese capital unitario el tiempo tan sólo nos señala dos vías, su multiplicación o su conservación. La primera aviva nuestro sueño de demiurgos, de autores rebosantes de vida en un mundo nuevo. En él surge lo múltiple con la eclosión espontánea de réplicas tan simples como la primera, y en ello pronto vemos signos de crecimiento. Crece innegablemente lo simple, aunque sin claro destino, más allá del crédito que en origen nos deba. Con esa proliferación de lo simple todo anuncia una expansión a escala imprecisa de nuestra propia simpleza. Una posibilidad que pasa inadvertida a aquellos autores que todo lo fían a la existencia de un orden que guíe la aparición y acoplamiento espacial de las nuevas generaciones de simples o a la hipótesis de que su concurrencia genere un crecimiento que de lo posicional vaya a lo funcional y de lo funcional a lo organizado, un crecimiento verdaderamente orgánico. Llegados a este punto no está de más señalar que en el simple, demiurgo o no, la complejidad se convierte necesariamente, mirando al orden o a los órganos, en una ilusión incontrolable.

Los partidarios de la segunda vía, la conservacionista, suelen considerar cualquier posible tránsito de lo simple a lo complejo como aleatorio y metodológicamente inviable. Este escepticismo los mantiene presos de lo simple hasta el punto de promover una auténtica sacralización de la genuina simpleza. En la devaluación de la sencillez primaria, previa a su disolución en lo múltiple, advierten una actitud derivada y artificial que acarrea en el dueño de lo simple una irreversible pérdida. Para evitarla no hay otra defensa que la elevación de esa difusa cualidad de lo simple a categoría sustancial en la unidad numérica, un registro sólido e impenetrable que asegura su pervivencia. A partir de ahí, en el ejercicio de su simpleza, ese uno del simple busca su pareja y dominio en todo lo que por ser también uno y a nuestro alcance le corresponda. Abre entonces su dominio a todos los unos mundanos que quedan de ese modo reunidos como un uno solo. Esto hace que el culto a la unidad empiece a serle rentable, puesto que de existir un mundo, forzosamente debe ser suyo. El mundo no crece aquí movido por la ilusión, es la ilusión que el simple lleva dentro sin saberlo.

Es así como el devenir del simple, en su soberana simpleza, discurre siempre encarrilado entre la ilusión de poseer todo lo posible en el mundo y la de generar todos los mundos posibles.


domingo, 28 de noviembre de 2010

Terapia cosmopolita


Pasillo de la estación Passeig de Gràcia,
tomada del foro Andén 2
Al mirarse desde lejos nadie consigue tomarse en serio. Es lo bueno que tiene salir de viaje, aunque sea a territorio conocido. De verse a sí mismo de cerca, atrapado en un finísimo y delicado encaje de sensaciones y sometido en escena a feroz combate, con riesgo de la propia integridad mental, moral, intelectual, espiritual, formal e incluso material; de verse, digo, como un auténtico defensor de las integridades antedichas y de las libertades subyacentes frente a las amenazas correspondientes, se pasa a irreconocible dato cuando allá en la lejanía nos sabemos entre la estadística población como homúnculos minúsculos, y en el mundo conjunto como partículas ridículas. A los que venimos de más allá del extrarradio nos basta con bajar al metro, dejarnos ir con la marea humana, contemplar a nuestro alrededor el manso gentío y esperar a que nos sacuda el tirón del convoy que arranca para subvertir todo ese sensorio personal recalentado y vomitar con alivio el engrudo íntegro. A veces basta ganar un poco de velocidad, puestos ya en viaje, para llevar hasta el rojo vivo y solidario toda esa deriva púrpura.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Mira tu reloj


Dicen que el futuro nos trae novedades. Atacadas por el horario todas caben en un reloj.

jueves, 25 de noviembre de 2010

En voz baja


En voz baja, mudo el gesto, con palabras apagadas, en secreto, quiere ganar tu confianza confundido entre susurros, con aires de intriga, ecos de compadreo, y hasta amagos de intimidación, todo con tal de poder exhibir como público trofeo tu amistad cómplice y hacer uso de la voluntad recién sometida.

Historia de una travesía


Para que las ciencias formales sigan vivas ha habido que hacer hablar a sus protagonistas y recuperar el tono épico, organizar todos sus conceptos y conferirles un tono doctrinal, reproducir sus posibles aplicaciones y fomentar el tono utilitario. La retórica metodológica y la tecnológica se han ido apoyando en esos tonos épico y utilitario, mientras que en el capítulo central sólo parecía brillar la lógica. Sin embargo, para completar la propuesta histórica convendría reparar en un elemento estrictamente literario, que tiene su propia retórica y que suele pasar desapercibido. Nos referimos al problema y su enunciado, cuyo seguimiento histórico queda traspuesto ante el de las soluciones.

Pondré un ejemplo. Alcuino de York, consejero de Carlomagno y promotor en el siglo VIII de un ambicioso plan escolar, introduce en sus Propositiones ad acuendos juvenes los clásicos problemas sobre travesía de ríos. El XVII va con el epígrafe De tribus fratibus singulas habentibus sorores. Son tres los hombres que aparecen con su hermana frente al río y sólo se dispone de una barca para dos. El problema real —no el derivado matemático— es preservar la virtud de las doncellas, porque, como Alcuino nos recuerda, en cada individuo hay concupiscencia de sobra hacia las hermanas del prójimo. Imaginamos entonces como restricción obligada que ninguna quede en una orilla ante otro hombre sin la presencia de su hermano. El caso —a Dios gracias, habría que decir— tiene solución y Alcuino la señala en 11 pasos.

El problema, entre la utilidad y la moraleja, circula ampliamente hasta que unos siglos más tarde reaparece en las colecciones impresas como el caso de los maridos celosos. El asunto es el mismo, pero lo que en el XIII y XIV era un trasunto de galanes y doncellas es ahora asunto de matrimonios viajeros. El problema, esa amenaza de mancillamiento, no varía, aunque pasa a cernirse sobre las esposas. En estos temas los clérigos siempre acaban viendo curiosas luces. Fra Luca Pacioli, al entrar en el siglo XVI, sugiere dejar en la orilla una barca más grande. ¿Porqué no?. Lejos de avenirse a remedio tan fácil, Tartaglia replica proponiendo el caso de las cuatro parejas. El asunto parece enredarse hasta que en el XVII  Leurechon da un golpe de timón y lo pone al día. En el mismo escenario fluvial se reúnen ahora amos y criados. El nuevo problema es que los amos no soportan a los criados ajenos y que si un criado se queda a merced de otro amo sin la protección del propio corre riesgo severo de salir malcompuesto. En lo formal, el asunto no ha cambiado. En lo real, se cambia esposa por criado y el aprecio por lo ajeno se invierte, manteniendo la vista  siempre puesta en la autoridad. Las revoluciones y las contrarrevoluciones vividas a lo largo del XIX dejan su huella en la versión aparecida en 1881 en el Cassell’s book of in-door amusements. El problema da ahí un giro inesperado. Los criados se tornan pérfidos, tienen ánimo de robar a sus dueños y lo harían si fueran más en número que ellos. Una perversión, o sea una perfecta inversión, del papel de víctima, pero esto en la matemática no tiene reflejo. 


De la versión de Missionaries and Cannibals,
juego en la red para alumnos de secundaria
 Queda aún la última vuelta de tuerca, que se da con la versión de los tres misioneros y los tres caníbales. El problema es de los misioneros cuando quedan en una orilla en inferioridad numérica, nunca moral, frente a los caníbales. El episodio mira ya al drama, al sustituir a los tullidos por los muertos y atentar contra la autoridad moral. Los autores, muy de su tiempo, se deslizan con naturalidad  del clasismo al racismo dejando un tufo a falsa filantropía. Otros intentos muestran exploradores y nativos con idéntica moraleja. La llegada del siglo XX despoja al problema de estos folletines para abordarlo de forma estrictamente formal y en situaciones más complejas.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Bonito problema


Gordian knot (2006), Aexion,
Fractal Art en www.rfractals.net
A veces pienso que hay cantos, o cantes a saber, para los que me falta ya voz. Cada día nos vemos obligados a afrontar nuevas situaciones de las que pedimos, o nos piden, explicación. Y para ello es necesario saber, e ir aprendiendo constante e incansablemente. Es lo que llevamos haciendo toda la vida, cuando nos entretenemos en separar las cosas con el puntero, en hacer montones con ellas, en distribuirlos frente a nosotros y en contemplar de lejos el efecto. Así como cuando merodeamos a su alrededor para conseguir nuevos puntos de vista. Lo veo desde levante, y mira, cunde el optimismo, a poniente, y el pesimismo; vas arriba, y todo es diminuto, abajo, y excesivo. Bueno sería si lográramos resumir todo ese juego de vistas dispersas en un efecto único, y si evitáramos de ese modo que el problema nos absorba y nos confunda.

En esa amenaza de perplejidad vivimos, sin reparar que nuestras maniobras atraen a gente que lleva un tiempo contemplándonos desde la segunda fila. El más audaz se acerca con decisión, señala el tenderete, con todos sus elementos dispuestos y ordenados, y me apunta que si quiero ver todo de golpe tengo que reorganizar por completo su arquitectura. Me encojo de hombros, no entiendo esa literatura. Él mientras, junto con otros espontáneos, procede. El entusiasta equipo de proyectistas desarrolla ante mí una de esas nuevas, celebradas y publicitadas actuaciones innovadoras, una auténtica performance científica. Cierto, ahora el problema es otra cosa, es imponente, de una belleza magnética, de una profundidad insondable. Tiene algo de monumental, y de armonioso también, como si estuviéramos ante un nudo bien atado y prieto, ciertamente brillante. Ya digo, el problema es agradecido de ver, pero el enfoque no es muy penetrante. Creo que tardaremos en conocer la respuesta precisa.


martes, 23 de noviembre de 2010

Atizando las brasas




Los que viven de ello dicen que en economía se alcanzan las más altas cotas de complejidad problemática, así que tras proponerse como paladines frente al dragón, le han puesto a sus pesquisas un nombre sugerente: análisis multifactorial. Muy creativo como rótulo, pero de resultados, según vamos viendo, escasamente alentadores. Y es que son muchos últimamente los temas que se nos van quedando sobre la mesa sin la adecuada «factorización». Entre otras razones, porque habría que proseguir el «pelado» del problema y la descomposición en factores, atendiendo a la psicología humana, tema este que les queda fuera de cuadro.

A ver, listos, y digo listos más que preparados, ¿de qué va la especulación? Respuesta: Es un fruto más en el ejercicio de la libertad, sin él no hay empresa, peor no hay mercado, o sea las cavernas. Pero la cosa es si ese fruto es benigno o maligno, y no ese «incuestionable» valor contante y sonante de lo que se supone que acarrea. A ver, no es más cierto que se trata de un juego de dominación poco diáfano y ventajista, en que el tahúr deja desplumado al codicioso membrillo. Lo que queda mal a deshoras, sobre el tapete verde y oculto en una nube de humo, tiene fuerza de ley a plena luz y en el parqué: tu compras, yo gano; tu vendes, yo gano. «No, qué va, no gano siempre» me dice el del lápiz tras la oreja. «Al final es la suerte, la intuición y el conocimiento del medio» insiste, «es la selva, la supervivencia, una versión de la vida misma». Humano, pues, concluyo.

Pues bien, desde lo humano, a donde habíamos llegado, creíamos haber puesto solidariamente a cubierto de esta tropa silvestre a todos los que están fuera de juego, gentes cuya capacidad productiva, y en definitiva cuyo valor de cambio, queda por debajo de lo que consideran tolerable, vamos, que no valen nada. Ahora frente a los Estados el lema con el que la jauría arremete parece ser «no debe haber dinero inútil», que es tanto como decir «ningún dinero para los inútiles». Hay paradojas de verdad crueles. Parte del dinero con el que se empuja, o se puja, en ese juego de ruleta y poder tiene a pensionistas como titulares. Buscando seguridad en su declive o en su zozobra personal, imponen su capital más o menos modesto, pero útil, tras pantallas opacas, y a continuación se refugian en la inocencia del ciego. Temprano o tarde dejarán de contar monedas alelados por la brisa marina, porque alguien pasará a cobrarles. El miedo parece libre, pero analizando a fondo ese «factor humano» pronto se adivina inducido. En la hora de la crisis, el oportunista sigue a sus oportunidades, los demás no saldremos adelante sin conservar y poner a prueba nuestra capacidad para repensarla, nuestra capacidad crítica.


lunes, 22 de noviembre de 2010

Mínima 27


Cuando van pasando los meses al arrullo de su eco y se hace patente el silencio, comienzas a temer que finalmente te espante su voz.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Al pie de un nogal



Es ya leyenda entre las gentes de la mecánica el artilugio con el que Medardo Fetucci se exhibía ante los asombrados campesinos en tierras de la Umbria. Queda constancia de la máquina atendida por el propio Medardo y servida como fondo rústico en un óleo  que, por encargo de los duques de Urbino, pintara frente a su castillo hacia 1570 el inimitable Tolentino. Para su época resultaba avanzado que el fuelle de madera, gobernado a dos manos desde el suelo con un ingenioso sistema de pinza y doble resorte, alcanzara cómodamente la más delicada y deliciosa fruta del árbol, la que madura en las alturas y que hasta entonces sólo era accesible a gigantes. Cuentan que el invento fue la atracción de todas las ferias. El éxito fue tal que Medardo nunca pudo dedicar un tiempo a conseguir el mejor gobierno del complejo aparato, que en ocasiones reaccionaba de forma errática.

La visita a los dominios del duque de Urbino, por su importancia y urgencia, volvió a alterar los planes de adiestramiento pendientes. Aún así, nada más llegar a la finca solicitó permiso para plantar la máquina bajo un frondoso nogal. Cuando al día siguiente, en presencia de numeroso público, se aprestaba tembloroso y jadeante a situar la caprichosa pinza frente a una de las nueces, siempre bajo el control de sus manos sudorosas, tuvo el duque la amable ocurrencia de dar esparcimiento bajo el árbol a su pequeño mono. Como si la pértiga de Medardo no tuviera otro fin que ir señalándole piezas, no hubo nuez que aquella bestia famélica no se comiera. Descargado el nogal de este modo de todo su fruto, aún hubo Medardo de desmontar pacientemente su portentoso dispositivo. En estas estaba cuando el duque se acercó a ver lo que había conseguido recoger, pero Medardo no pudo sino mostrarle un cesto vacío. Divertido por el desenlace del desafío, se inclinó el duque para recuperar de manos del mono la última nuez. Mostrándosela le dijo entonces: «Maese Medardo, si de dos manos se recibe lo que no logran dar tres, o bien os sobra una o bien os sobran las tres».


Facetas


Cordillera Himalaya. Imagen del satélite ASTER (17/2/2002)
USGS National Center for EROS and NASA
La realidad no pasa de ser un punto de vista. Cambias de punto y la realidad es otra. Cuando las realidades discrepan cuesta imaginar que detrás haya algo común. Hay gente con viva fe en la omniscencia convencida de que lo común se replica simplemente a través de facetas. Nos animan a abarcarlas, como si de ese modo pudiéramos copar la realidad y desentrañarla. Pero cada faceta conversa con nosotros creando un juego de sensaciones propio, crea por así decir su propio mundo. Y la tarea más urgente quizá no sea desentrañar esa realidad profunda, sino hacer más compatibles todos esos mundos.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Ciudades y costumbres


Probablemente a finales del siglo XVI en el reino de Castilla ya no se ejecutaba la pena de vergüenza pública con el rigor que Las partidas de Alfonso el Sabio dictaban para el adulterio, fuera éste sobrevenido o consentido. En este delito quedaban señalados con similar castigo, además de la adúltera (porque sólo éste era al parecer el caso delictivo), el cornudo paciente y la alcahueta pública, esta última por ejercer el arte de la tercería. En definitiva, un triángulo amoroso en el que clama la ausencia del burlador, del adúltero. El jurista Antonio de la Peña, en su Tratado muy provechoso, útil y necessario de los juezes y orden de los juicios y penas criminales de 1570, describía la ejecución de la sentencia del siguiente modo: «Lo que hoy en nuestro reino se practica es que sacan al marido y a la mujer caballeros en sendos asnos, él desnudo delante y ella vestida detrás con una ristra de ajos en la mano, y cuando dice el verdugo: 'quien tal hace que tal pague', ella le da con la ristra».


En el atlas de ciudades Urbium Praecipuarum totius Mundi, editado en Colonia por Georg Braun con grabados de Franz Hogenberg entre 1572 y 1617, se recoge con cierto detalle esta humillante práctica. La lámina corresponde a la ciudad de Sevilla. En ella vemos en cabeza de la comitiva a la alcahueta subida en su jumento y envuelta en una nube de moscas. Le sigue el marido con tremenda y florida cornamenta, bien repleta de banderitas y hasta con su campanilla. Detrás va la mujer que se cubre la cara con barbas y arrea con una rama al compungido marido. El de los ajos es aquí el alguacil, que también gasta corneta para anunciar el paso. Cierra el desfile la autoridad armada y bien cabalgada, que seguramente vela para que los curiosos no se desmanden con sus mofas.


El apunte documental y el talento artístico los puso aquí el flamenco Hogenberg, cuyas costumbres y usos, por rígidos y severos que fueran, mucho debían de distar de los sevillanos. En realidad le extrañaron lo bastante como para estampar este cruel paseo bajo la imagen de la ciudad, como su santo y seña. Aunque tuvo la delicadeza de vestir al cornudo, no le ahorró escarnio. Ni a él ni a las dos descarriadas, a las que contrapuso dos solemnes esfinges cubiertas de respeto, de pies a cabeza. El jolgorio con el que los mirones reciben a los afligidos paseantes no parece haber cambiado sustancialmente.


viernes, 19 de noviembre de 2010

A escena



En la escena política con la llegada de los asesores de imagen la comedia está asegurada. Todo empieza con esa elección de disfraces, que suele conceder prosapia y oropeles a quien con su sencillez mejoraba. Y si el traje en el candidato no encaja, por ir de genuino o por contrahecho, pasan a desbastarle asperezas y a podarlo por los extremos para ponerlo en circulación como ejemplar homologado y neutro. Cuando todo el elenco de la obra luce en la orla bajito, pero a la misma altura, los asesores creen haberle ahorrado al sensible elector, que los conocía de sobra como gigantes o cabezudos, algún temible y devastador efecto. Tanta delicadeza apenas se ve recompensada, porque es muy cierto que todo lo que se disimula en ropaje nos lo devuelve el mal actor en crudo, en cuanto atosigado por el público comienza a fruncir el ceño. En realidad no hay modo de velarle la cara, de salvar ese último espejo. Hay quien opta por sacarlos en tropel, haciendo bulto, para que no resulten tan manifiestos, pero al final es de ley que hablen, que trasladen a la ciudadanía algún mensaje fácil y a poder ser escueto. Se afloja entonces el resorte para que el candidato vaya lenguaraz y suelto, aun a riesgo de que el discurso no cuadre, pero con la precaución de repartirlo en folleto. Para la despedida himnos, clamores y luces, globos para los niños y al protocolo fieles en todo momento: en camisa ante los jóvenes y de corbata con los viejos, a las mujeres beso ligero y a los adversarios buen palmeo, al reportero evasivas y al fotógrafo un gesto adusto, orgulloso, fiero.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Ni más ni menos


Hojas e insectos, tinta coloreada
sobre papel, Qi Baishi
Frente a ciertas obras se corre el riesgo casi irremediable de parlotear, seguramente porque hablar carece de fundamento. Dejarse caer con sonoros epítetos o tachar a su autor de clásico, de maestro o, peor aún, de artista de culto es algo peregrino cuando de lo que se trata es de ver, de mirar y de contemplar, sobre todo de contemplar. Y si hay algo que decir, mejor que sea conciso, decantándose por el pronto personal, por el detalle que en uno cobra sentido.

No sé si Qi Baishi quiso resumirnos su concepción del oficio cuando declaró, ya en su madurez hacia 1930, que la pintura oscilaba entre la similaridad y la disimilaridad, entre la vulgaridad de quien ofrece lo idéntico y el engaño de quien frente al original opta por lo distinto. Desde luego en esa balanza fue, como sus obras demuestran, un diestro equilibrista. Y sin embargo, no parece que esa equidistancia condicionara su estilo, para nada complicado o recompuesto sino elemental, un estilo que atiende por encima de todo a la vivacidad de lo natural, el de un paciente cazador de instantes. Continuador de su tradición, en su concisión no se adivina intención de aligerar el trazo para ganar abstracción, ni tampoco de forzar en las formas la expresión. Quizá por eso sus figuras acaban destacando tras ese halo de naturalidad.

No sé decir si el dibujo a tinta arriba mostrado es o no característico en una obra tan extensa como poco conocida en Occidente. Sólo lamento que la reproducción no logre dar calidad a los detalles. Aún así me gustó, y quizá con eso baste. Es curioso, en una primera impresión hasta la caligrafía parece enredarse entre el ramaje. Los insectos encuentran papel al intentar seguir ahí vivos, pero en las hojas nada está tan claro, son colores que languidecen sostenidos por un delicado acabado de sus nervaduras y bordes. El conjunto pende como un motivo circunstancial, casi esquemático, con una trama sencilla que ha logrado atraer a los insectos, y que lo intenta también con las miradas inquisitivas.


miércoles, 17 de noviembre de 2010

Cuento oriental


Ilustración de una Maqama de al-Hariri
Cuando Abu Ramsafel llegó a Bagdad para ser investido gran visir por el califa Mamun al-Bushid, muchos se preguntaron si el asunto de las caravanas que con tanto celo había perseguido y que le había hecho ganar la estima del califa sería realmente cierto. Que las caravanas de Oriente, particularmente las procedentes de Ispahan, Samarcanda y Bukhara, traían género exótico se sabía de tiempo atrás y hasta el propio califa se complacía con ello. Pero de ahí a pretender que con ellas se estaba gestando una extraña secta, prácticamente un ejército como aquel de los assassins, que desde la clandestinidad amenazaba al califato, había un largo trecho. Aquello sonaba como uno más entre los cuentos de las Mil y una noches. De hecho las estrictas medidas de vigilancia ordenadas por Ramsafel nunca revelaron nada anómalo, ni en el comercio ni en las mercancías. Eso no logró evitar que con Ramsafel surgiera un auténtico estado de sospecha, estado que quedó declarado cuando impotente y ofuscado anunció a los cuatro vientos, a cuenta de las caravanas, que «la ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia». Amparado en este arbitrario principio policial fueron muchos los mercaderes, sirvientes y camelleros que repentinamente desaparecieron en la sombra. Poco se supo de ellos durante algún tiempo. Los que venían de los puertos del Golfo aseguraban que había importante movimiento de gentes en las áridas y desérticas tierras del Sur. El rumor, cada vez más insistente, hablaba de las tierras de Ramsafel, donde un fantasmal ejército de esclavos trabajaba de sol a sol en sus olivares. El escaso interés del califa hizo que las quejas fueran desviadas al consejo de sabios en la montaña, el cual pronto tomó el tema en seria consideración. El testimonio de algunos fugitivos y de influyentes mercaderes convenció al consejo de que en los espesos olivares algo se mantenía oculto. Una delegación visitó al califa para darle a entender que una muchedumbre de indigentes se refugiaba en los olivares del Sur y que se corría riesgo cierto de que Bagdad perdiera para el año próximo su abastecimiento de aceite. El suponía que para tal caso contaría al menos con los dominios olivareros de Ramsafel, hasta que se le comentó que éste prefería negociar su beneficio con caravanas que transportaban aceite desde Ispahan y de más allá de las montañas. El día de la investidura, poco antes de la ceremonia, el califa llamó a Ramsafel, que acudió presuroso y radiante, revestido de pies a cabeza con las galas de gran visir. No conseguía salir de su estupor cuando al-Bushid lo enfrentó a aquellas graves acusaciones. Apremiado a dar respuesta, tuvo la insolente idea de solicitar al califa alguna prueba de su delito. Con gesto displicente, pero visiblemente airado, éste le contestó: «Es el califa quien pregunta. Tu petición traiciona la confianza que había puesto en ti. Convendría, además, que recordaras para siempre las palabras de aquel sabio que un día dijo «la ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia». Ramsafel cayó en desgracia. Para asegurar el abastecimiento de aceite sus tierras fueron confiscadas. Los supuestos indigentes abandonaron los olivares de muy buen grado y se dirigieron a Bagdad donde les esperaban ansiosos sus familiares. Unos días más tarde se incorporaban a sus caravanas.

martes, 16 de noviembre de 2010

Medida y precio


Lo llamábamos emoción porque no se podía medir, pero parece comprobado que en cuanto sale de nosotros encuentra precio. La gente se pregunta: ¿debo compartir gratis lo que se compra y se vende, o debo de enterrarlo en mí como un precioso valor y ver cómo se convierte en tormento?

lunes, 15 de noviembre de 2010

Nunca sueñes con el paraíso



Para quienes hacen de la serenidad una variante de la ilusión el principal argumento es esa entrada en reposo y ese despegue que nos hace flotar mientras dejamos la tierra tras nosotros. A veces la música parece seguir ese guión y transportarnos muy lejos. Un ejemplo lo tenemos en la ordenada instrumentación inicial de este trío de Brahms, con el piano, el violoncello y el violín ofreciendo su peculiar recitado del tema. Una vez reunidos la primera sensación es de balsámico efecto, de mágica concordia y avenimiento. Pero el que pretenda convertir la música en una variante de ese reposo ciego, ya sea terrenal o beatífico, se equivoca. Tomado por terrenal, pronto se convierte en un sentir aterrado, en el temor del que reconoce la naturaleza frente a sí. Poco a poco el sonido va dejando en sus oídos oleaje menudo, mientras su mente genera mar de fondo. Al que lo toma por beatífico le espera la caída al volver en sí y verse sorprendido por el vaivén del viaje. Al que sigue al trío en su desarrollo no le extraña esa pugna natural, reforzada con brío. La música no conduce a la ilusión, la música devuelve a la naturaleza su severo compás y con él trastoca todos los sueños que celosamente guardamos dentro. Cuando emprendemos un viaje musical nos aventuramos a recorrer horizontes atormentados, en el borde de nuestro tenebroso océano y a riesgo de vernos arrastrados mar adentro.


Piano Trio nº 1 en si mayor, Op. 8, Johannes Brahms
Inicio primer movimiento Allegro con brio
Julius Katchen (piano), Josef Suk (violín), Janos Starker (cello)
Decca, London, 1969


domingo, 14 de noviembre de 2010

Salgo un rato


Mejor que no busques esa llave. Los que la encuentran acostumbran a encerrarse con ella sin más afán que guardarla y mirarla hasta poseerla.


sábado, 13 de noviembre de 2010

Las de a pie


Con las notas a pie de página se reparten los golpes más bajos, son los puntapiés académicos.

El vago filosofar


El trato de Heine a Lessing, pendular como tantos otros, sobresale por la amplitud de su oscilación. Sin llegar al empacho en alabanzas, que se unen a las del coro de devotos, de vez en cuando cambia de registro para traerlo a tierra y condenarle por flaqueza filosófica. Recojo al respecto una primera mención: «También éste [Lessing], tan competente en negar, es muy débil al afirmar; pocas veces consigue establecer un principio, y aún menos veces resulta correcto el principio que establece». Esta acerada mención corrobora la dedicada en una obra previa, donde lo hace deudo de Fichte, aunque a diferencia de él «nunca ha presentado una filosofía, sino que tan sólo ha propalado un vago filosofar, un inseguro improvisar de filosofemas poéticos».

Aquí, como en el cuento del sabio que señalaba la luna, me olvido de la luna -en este caso Lessing- y me quedo con el dedo, porque siento como si se me apuntara. Cuando releo algunas de las cosas que coloco aquí, me juzgo, así en general, algo propenso a escribir suelto y a la ligera, pero no encuentro razón para reprochármelo ni obligación alguna de ser más sistémico. Las cosas han cambiado algo desde que Heine nos dejó. Han cambiado bastante los filósofos, pero han cambiado bastante más los medios. Nadie reclamaría hoy el retorno de Fichte o de Marx. Y si nos atenemos a los ejemplares de filósofo más próximos, no podemos sino concluir que su prestigio está hoy por los suelos. Estos probos funcionarios han dejado de ser sustancia gris para servir como soles, como luz y guía, en la mesilla de noche de los descabezados.

En calidad de «intelectuales» muchos de ellos han ido presentando sin ningún pudor como doctrina de salvación sus propias maniobras y tomas de posición para deslumbrarnos desde la cómoda sombra. No es casualidad que algunos se sientan herederos de Voltaire y que actúen como consejeros áulicos del poder en ciernes, que viene a ser como su Federico, o sea el poder de siempre. Hace tiempo que se saben en el circuito de la representación y que como artistas casi nadie les cree. Sus maneras públicas han pasado a ser histriónicas, sus idas y venidas equívocas y en sus textos parecen más preocupados por regenerar contextos que por buscar la clave de los problemas. Con más desvergüenza, si cabe, pero con más resolución y sin melindres éticas, actúan ya ciertos servicios de estudios y consultoría. Estos son los que han tomado el relevo a los filósofos, gente seria y de fiar, dicen, que habla con informes y no con tratados.

No creo que en ese cuadro tan rígido y temible haya que reclamar a nuestras expansiones literarias o exabruptos filosóficos, prácticamente anónimos y testimoniales, un plus orgánico. No tenemos el Estado en la cabeza como Lenin, ni queremos tenerlo, pero tenemos oportunidades de incomodar con algún destello. Y escribir sigue siendo una de esas oportunidades. Que filosofamos al poético modo, puede. Que no contribuimos a promover soluciones realistas, puede también. Que nos recreamos en estampas desoladoras y agónicas, bueno, hay que seguir ahí y aguantar el tirón a diario. Uso este canal como el que se ha implantado un marcapasos, no para entretenerme en buscar patologías, sino para estar al tanto de la emoción y la lucidez que aún me quedan.


viernes, 12 de noviembre de 2010

Emociones al peso



En Harvard los psicólogos trabajan duro para apañarnos un futuro mejor y para apañarse mejor su futuro. En la ciencia como en la vida todo lo que nos haga más felices debería ser considerado prioritario. «Hay que identificar aquellas emociones que resultan negativas, las que destruyen nuestra felicidad», apuntan. Una ambiciosa tarea para el investigador con la que pronto da alcance a sus emociones positivas y les pone un bonito apartamento en la costa, de por vida. En el informe, recién publicado, el quid del asunto pronto salta a la vista de los perspicaces inspectores mentales. Para ellos es la ensoñación, ese devaneo hacia pasado y futuro de nuestro pensamiento, uno de nuestro hábitos mentales más dañinos.

A base de hablar con simple llaneza o con llana simpleza, el psicólogo no tarda en encontrar al público y el público cree que le responde la ciencia. «Una mente humana es una mente errática y una mente errática es una mente infeliz. La capacidad de pensar sobre lo que no sucede es un logro cognitivo que llega con un coste emocional». Estaría entonces servido como evidente corolario que lo cognitivo nos está robando lo emocional. «¿Profesor, es posible que lo cognitivo esté detrás de esa compleja, pérfida y mefistofélica red de emociones negativas?», pregunta con vaga intención el cronista. Para estas cuestiones se recurre de oficio a un enigmático «yo no lo formularía de ese modo». Con él el profesor se concede inmediata licencia para retomar su discurso defensivo de la felicidad sólida en la sociedad líquida.

Si sigo bien el hilo, lo que no es fácil y tiene su mérito, donde mejor fragua la felicidad es viviendo el ahora, en la atención a lo inmediato. Vamos, en el «carpe diem», que ahora coge otro vuelo gracias a las evidencias científicas aportadas. Un motivo para la esperanza, que diría otro miembro en la tribuna. Sin embargo, mira, no faltan datos preocupantes: «más de la mitad de la gente», supongo que de los 2.250 voluntarios que forman la población estudiada, «piensa en algo distinto de lo que está de hecho haciendo». Un desastre, porque esto no favorece la productividad laboral, ni la producción de emociones positivas, por supuesto.

¿La salida? Parece que es la sexualidad, a sus horas y en condiciones, el mejor argumento emocional para eludir compromisos y costes negativos, y el único que favorece el desarrollo de un apetito verdaderamente multidimensional, la base más firme a la hora de construirse uno por sí mismo su propia felicidad. Lo confirma otro dato: cuando practica sexo, la población estudiada reconoce estar (pensando) en ello un 90 % del tiempo, frente a porcentajes muy inferiores en otras actividades. Esperanzador, un hito positivo, pero ¿en qué coño piensan en el 10 % restante de tiempo? Vaya, ahí a la investigación le queda aún pendiente un tupido fleco.

-Para apuntarse como voluntario a este estudio sigue el enlace www.trackyourhappiness.org 


Salida


Hay un momento en que miras y miras por la ventana, pero ya nada te dice nada, es entonces cuando buscas tu sitio tras la puerta para imaginar por un momento como serías a la salida.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Un recuerdo


Geoges Lerroux, L' enfer (1917-18)
Imperial War Museum, London
Tal día como hoy en 1918 se firmaba en Rethondes el armisticio que ponía punto final a la primera guerra mundial. Dejó nueve millones de muertos y un par de generaciones europeas prácticamente diezmadas. Dos años antes, y también por estas fechas, había finalizado la batalla más larga y cruenta de la que se tiene noticia. La llamada ofensiva de Somme se inició el 1 de julio de 1916 y acabó cuatro meses y medio después, dejando en el campo de batalla una cifra aproximada de un millón doscientos mil muertos. Casi todos los movimientos y tentativas de avance se llevaron a cabo desde posiciones alineadas en largas y profundas trincheras. En este, como en otros casos, los muertos no sirvieron para alterar ni lo más mínimo el reparto inicial del territorio, fueron simplemente el sacrificio obligado de las iniciativas estratégicas. Buena parte de las bajas se registraron por la continua batida de la artillería y los morteros, otra cantidad importante pereció por fuego de fusilería o ametralladora en los intermitentes asaltos, de los que se enfrentaron en las trincheras muchos cayeron bajo las bayonetas. Al margen de la sangría, los estados mayores tuvieron ocasión de exhibirse con nuevas advertencias contundentes: carros de combate, incipientes vuelos de castigo, gases de todos los colores y el temible fuego de los lanzallamas.

La memoria de aquellos hechos duró poco. Quedaron los campos llenos de cruces y lápidas, y muchas plazas de pueblo, en Francia y en otros países, presididas por un sencillo monolito a los desaparecidos en la gran guerra. Quedan los monolitos, pero ya no existen ni supervivientes ni coetáneos de la tragedia, y cunde la desmemoria. Sin embargo, no faltan testimonios. Sería difícil que semejante brutalidad no hubiera encontrado reflejo en los relatos privados y públicos, y también en el análisis histórico. En el cine, que ha sido el educador moderno de multitudes, ha tenido una recreación confusa. Para dar cuenta de aquello sobran protagonistas y héroes, algo que parece contravenir el fundamento económico de esta industria. El drama de toda esa multitud, arrancada de su medio natural, atrapada en una ratonera, mantenida en silencio y a la espera de su turno fatídico, debería de ampliarse con el drama personal. En su soledad, unos apelaban a obsoletos principios mientras otros imploraban con urgentes plegarias, casi todos para aplacar o elevar el ánimo, según vinieran dadas, y sobre todo para dejar atrás el miedo y encarar decididamente la muerte.

En la famosa secuencia que abre Paths of Glory, la película de Stanley Kubrick, vemos cuando menos reflejado el drama colectivo -el drama personal se incuba en ella, pero se desarrolla y presenta en las secuencias finales. De entrada somos recibidos en un escenario completamente abrumador: El coronel Dax pasa revista a sus hombres que apostados en la trinchera esperan la orden de asalto. Son muchos los que creen que, con los avances hoy disponibles para el trucado de imágenes, sale ganando el verismo y que finalmente el drama no es más que una ilusión visual en la que nos vemos o no envueltos dependiendo de los medios al alcance del artista. Sigo viendo esa secuencia y, pese a que no me salpica el barro ni la sangre, contemplo con horror el momento del salto. Tanto como las imágenes, me sobrecoge su banda sonora: el fondo inicial es como de tormenta, con estallido de obuses perdidos en la lejanía; el amedrentamiento general se ve finalmente sacudido por el salto, entonces un griterío enardecido y desesperado acalla el sonido del silbato; la artillería comienza a ser más precisa y las explosiones se confunden con los gemidos de las primeras bajas; en cuanto el avance parece ahogarse, el silbato suena con su llamada recurrente; al rato los combatientes, ensordecidos por el zumbido de obuses, empiezan a oir cercanos los silbidos certeros de la fusilería y el tableteo arrasador de las ametralladoras; apenas voces, podemos imaginar a lo sumo gritos entrecortados, restos de jaculatorias, nombres e imprecaciones, a modo de despedida.


Paths of Glory (1957), Stanley Kubrick. Secuencia inicial.
http://www.youtube.com/watch?v=gPtVNDvwGMo


miércoles, 10 de noviembre de 2010

La segunda derrota de Héctor


Aquiles y Héctor en combate
Para dar brillo y relieve a la leyenda, allá donde los hechos se pierden, se ha recurrido a engranar episodios y darles cuerpo en los héroes. ¿Quién no recuerda a Héctor, el del tremolante penacho, el valeroso defensor de Troya? De los pasajes que lo citan va surgiendo la figura del padre afable, del tierno esposo, del indomable guerrero, del caudillo indiscutible, para todos ejemplo final de abnegación y sacrificio, en cuyo destino cruel se cruza el arrogante Aquiles, el de los pies ligeros.

Si esta es la ecuación inicial del combate, deberíamos preguntarnos, más que por el conocido final de la lid, por la segunda y más dolorosa derrota de Héctor, cuando de entre los dos contendientes, el admirable adalid y el furioso vengador, él es el escogido para representar al individuo intimidador y acosador en la lengua inglesa. En cualquiera de los diccionarios de este idioma esa de intimidador o acosador es una de las acepciones comunes para la palabra «hector». Y lo es, según parece, desde que Samuel Johnson la incluyera en su diccionario en 1775. Se ha argumentado con el desliz al habla común londinense de los modos de una banda de matones que hacia 1650 se hacían conocer como héctores. Pero esto no explicaría del todo la anterior elección y menos la sorprendente inversión de valores.

Hacer de la valentía una virtud suprema, o una vía de redención, es productivo, pero no gratuito. En nuestras sociedades un código de honor respalda la presunción de valor a los guerreros profesionales, que están obligados a suscribirlo. Un código normalmente lo bastante holgado como que para que sin reserva, ni honor, se intimide y se abuse de inocentes desarmados. Esto en los sujetos a código. Para los que viven ajenos a él, pero con urgente necesidad de respeto, la valentía es un ejercicio igualmente necio, en el que se cabalga con provecho entre la temeridad y la violencia. En ese provecho la valentía se diluye y la ostentación pronto hace acto de presencia. Cuando todos estos actores, con código o sin él, llegan a valentones y prepotentes, Héctor resulta inevitablemente degradado.


martes, 9 de noviembre de 2010

El peso de la broma


Cuando te pones serio y renuncias a las bromas, crees que ya sólo cantas verdades, pero todo lo que dices acaba sonando a broma. Como personaje serio tienes serios problemas, como cómico un futuro, y si me apuras,yendo de serio, hasta dos.

lunes, 8 de noviembre de 2010

El juego a cuatro


Hasta Aristóteles es capaz de darnos alegrías. A pesar de que su estilo es casi siempre gris, árido y prolijo, nunca le vemos rehuir los temas. Y cuando entra, ofrece un punto de vista que marca la estimación de su época. En su Poética progresa con su acostumbrada lentitud, cargando con toda su impedimenta filosófica y apurando en cada caso, con ayuda de géneros y especies, variantes para su catálogo. ¿Y la alegría? Algo de alegría -siempre al modo aristotélico- llega al tocar las metáforas, y más en concreto las que se obtienen por analogía.

La analogía es presentada como una relación en que «el segundo término es al primero como el cuarto es al tercero». Se dice, por ejemplo, que «Dionisio es a la copa lo que Ares es al escudo» o que «la vejez es a la vida como la tarde es al día». Estamos ante un juego comparativo de cuatro términos que recuerda, si no está inspirado, en la idea de semejanza geométrica. Recordemos que con ella la relación que mantienen dos magnitudes, la llamada razón o logos, se reproduce a otra escala o en otro contexto. A la igualdad de estas razones se le llama obligadamente analogía, aunque en el caso geométrico y numérico ha trascendido con el nombre de proporción.
En este asunto, como en muchos otros, la inspiración parece pitagórica. No contamos con una definición de proporción numérica anterior a Aristóteles, pero tenemos los Elementos de Euclides, donde probablemente se conserva. Allí los números son proporcionales «cuando el primero es el mismo múltiplo, o la misma parte, o las mismas partes, del segundo que el tercero del cuarto». Cualquiera ve que existe una analogía, de orden superior, entre nociones aritméticas como la proporcionalidad y poéticas como la metáfora, nociones que encuentran además reflejo visual en la semejanza geométrica.

Lo mejor del juego a cuatro es que da para combinaciones diversas. Y si con los números crea toda un álgebra, con las metáforas analógicas sugiere toda una poética. Aristóteles abre tímidamente el juego partiendo del primer ejemplo. Con simples transposiciones de términos aparecen metáforas que ven la copa como el escudo de Dionisio, mientras que el escudo sería la copa de Ares. El juego no es nuevo para Aristóteles, que desarrolla una sofisticada y completa versión a tres en su silogística, pero aquí apenas explora el álgebra poética. Ni siquiera muestra el efecto metafórico de la permuta en la proporción de los medios. Siguiendo en su analogía esa regla, Dionisio sería a Ares como la copa es al escudo. La analogía de pertenencias inicial ha dado paso a una de oposiciones, lo que tiene su punto de novedad, por más que ese punto sea poéticamente discreto.


domingo, 7 de noviembre de 2010

Mario, ese oráculo


Diseño ganador en The One Flag Design Competition
como bandera de la Tierra, obra de Marc Arroyo (2009)
Ahora que vemos que los premios nobel de la pluma presentan fallos -no comerciales , según parece- y que alguno puede quedar incluso como un ilustre plagiario, no veo razón para conceder al más reciente la condición gratuita de oráculo político. Como no hay día en que no atormente desde su olimpo literario con sus relucientes rayos, me pregunto si por una vez podríamos ir al grano, y para ello pregunto (retóricamente, claro) al académico Vargas Llosa: ¿Podríamos tener de su torrencial pluma una definición precisa de ese mal contra el que tanto nos alerta, del nacionalismo de marras? Y sigo: ¿Le valen las definiciones que, tras reciente enmienda, aparecen en la correspondiente entrada del diccionario de su Academia? Recordemos que en la versión enmendada se nos dice:

1. m. Sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación y de identificación con su realidad y con su historia.
2. m. Ideología de un pueblo que, afirmando su naturaleza de nación, aspira a constituirse como Estado.


A mí estas definiciones no me parecen indulgentes, ni siquiera neutras, pero ¿cuentan con la aprobación del nobel y académico? Si atendemos a sus invectivas, seguramente estas  definiciones le parecerán tibias. Y sin embargo, la línea que divide las referencias parece estudiada. Con ella el sentimiento es patrimonio de quienes disfrutan de un Estado-nación, o lo padecen, en atención a su realidad y su historia. Quienes no lo sienten o lo hacen sensu adverso, por no tenerlo por propio sin tener uno propio, se ven obligados al esfuerzo artificial, y al parecer volátil, de crearse una ideología. Con ella al final vendrían a tener algo así como un edificio conceptual revenido, en todo caso sin la frescura y el sano apego que en la edición vigente del diccionario se propugna para los nacionales de bien. Veamos, pues, el lote caduco:

1. m. Apego de los naturales de una nación a ella y a cuanto le pertenece.
2. m. Ideología que atribuye entidad propia y diferenciada a un territorio y a sus ciudadanos, y en la que se fundan aspiraciones políticas muy diversas.
3. m. Aspiración o tendencia de un pueblo o raza a tener una cierta independencia en sus órganos rectores.


Indudablemente aquí hay más tralla, y un terreno favorable para la emboscada dialéctica.  Obsérvese la tercera entrada, porque parece llevar gran tilde y alertar sobre el concepto. Pero bueno, entre ésta y la primera hay espacio para vivir en la indefinición, incluso para asignar buenos y malos a la definición que a cada cual convenga. Sin duda asociar raza e independencia es optar por un trazo tan grueso, que deja en muy mal lugar a los redactores, pero de ahí se puede deducir que la aspiración inicial nunca será legítima. Tampoco mejora mucho su crédito en la primera, en la que se reconoce a los naturales un especie de «efecto ventosa».

Parece que nuestro académico, aunque no se pronuncia, opera con estas definiciones, menos sutiles por cierto que las primeras. Por lo leído, podría haberse apoyado en la primera de ellas y decidido ir hacia una oposición dialéctica, aunque cediendo el terreno y hasta la voz «nacionalismo» al adversario. Para él queda como soberano el refugio del patriotismo, que siempre es legítimo, inocente y bien patrocinado. No pienso traer a colación más citas, me basta con la experiencia personal. De la patria he conocido el culto y eso es lo que parece que  ahora con él muchos reclaman. La suave versión ventosa, en la que Vargas encuentra feliz apego, simplemente ni existe ni ha existido. Eso a ras de suelo, quizá desde el olimpo se vean tan claros los conceptos que no haga falta ni definirlos, sólo jugar con ellos.


Camino de Amurutxate


Desde la boca de la cueva de Amurutxate (Aralar)
El colorido del bosque ha volado con el vendaval de los últimos días. Ha entrado la niebla para ir fijándolo en nuestra memoria como recuerdo de otro año vencido. Pero no estamos ante un balance final, ni ante un paisaje despojado. Al contemplarlo vemos el suelo alfombrado de hojarasca, oímos murmullo de arroyos y sentimos un vivero de frutos ocultos alentando futuro. La lluvia fina apura lentamente los perfiles de las rocas hasta hacerlas emerger grises, entre el musgo, como una arquitectura ruda, severa y silenciosa, que nos señala el camino hacia nuestra gruta acogedora.

sábado, 6 de noviembre de 2010

La luz evasiva


Telescopio reflector de W. Herschel
Como tantas veces, la cena con Lexell acabó resultando sumamente estimulante. El hombre, un tanto taciturno, acudía con agrado al animado y tumultuoso domicilio de Leonhard Euler, donde hijos y nietos se asomaban de vez en cuando al salón con irrefrenable curiosidad. El joven Fuss, también invitado, había llegado a la cita poco antes y, en el momento de su entrada, le estaba mostrando a Euler las copias pasadas a limpio del último trabajo. Cuando se sentaron a la mesa, Euler hizo que bajaran las lámparas y en un ambiente de general recogimiento inició con visible unción la bendición de la mesa. Pese a los largos años de estancia entre Berlin y San Petersburgo, era en él costumbre, como viejo y devoto calvinista, añadir a la fórmula ritual un breve sermón.

Empezó agradeciendo a la divina providencia los parabienes recibidos, aunque pronto se orientó hacia la moral y la virtud, «nuestro verdadero alimento» dijo, y se mostró confiado en que con su ayuda estuviera cercana la victoria de la luz sobre las tinieblas. Afligido durante los últimos años por una progresiva y prácticamente irremediable ceguera, este tema era en él recurrente, si bien su discurso le llevó en esta ocasión a derroteros algo menos frecuentados. Y así manifestó su deseo firme de que fuera visible
en el cielo el rastro perenne de esa luz virtuosa, pero como una luz próxima y bien definida, no como la inabarcable y difusa luz proyectada por la vía láctea. Hubo un momento en que su frágil figura pareció verse arrebatada por tan vehemente deseo, mas pronto retornó a su habitual tono sosegado y complaciente, con el cual cerró su alocución.

Después de dar cuenta de una cena más bien frugal, todos volvieron en animada conversación al salón. Lexell puso entonces al tanto a Euler y Fuss de sus avances en el estudio de la trayectoria del nuevo cometa descubierto en 1781 por Herschel. Habían pasado dos años y, a pesar del convencimiento general, dejó caer la sospecha de que esa trayectoria pudiera ser más cerrada, con lo que la lejana y tenue luz observada por Herschel en el telescopio acaso fuera la de un nuevo planeta. Entusiasmado ante esta posibilidad, Euler solicitó a sus criados que trajeran la enorme pizarra que tantas veces le había servido de apoyo y se dirigió a Fuss para que fuera transcribiendo en ella como secretario las fórmulas. Al cabo de unas dos horas, entre los tres, habían logrado dar una primera expresión formal de la órbita del planeta.

Tan encantado estaba Euler con el resultado de las indagaciones, que pidió a Lexell que le llevara hasta el ventanal, donde apenas se insinuaba entre nubes el leve resplandor de las estrellas. Con la mirada opaca parecía Euler querer adivinar ansioso la situación del nuevo planeta. Agotado por ese cruel e inútil intento, el desánimo le iba haciendo mover a uno y otro lado su cabeza. Lexell puso entonces una cálida mano en su hombro y, conduciéndolo de nuevo a su asiento, le dijo a modo de consuelo: «Conseguís deducir, señor, luces que acaso nunca veais». No fue del todo cierto, porque ese mismo día, el 18 de septiembre de 1783, dos horas después, Euler partía en busca de esa luz tan evasiva.


viernes, 5 de noviembre de 2010

Mínima 26


Si te aconsejan, corres riesgos. Si te apadrinan, corres también con los riesgos del padrino.

Ponte al día


Una tableta por niño, propone el augur informático Nicholas Negroponte. Con que fuera de chocolate, arreglaríamos algo...

jueves, 4 de noviembre de 2010

Colaterales


Paddy Hill. Foto: M. MacLeod para Guardian
Tras ser capturado, torturado y cumplir en prisión dieciocho años de su condena por un delito que no cometió, Paddy Hill, junto a los otros cinco acusados del atentado de Birmingham en 1974, fue exculpado y excarcelado en 1991. Después de diez años en libertad, a sus 64 años, lo único que sigue vivo en él es el recuerdo de su paso por las estancias policiales, su progresiva deshumanización en los años de cárcel y, salvada la parva indemnización, el abandono absoluto del Estado así como su rechazo a apoyarle, o a salvarle, psicológicamente. He aquí una pequeña muestra del testimonio que publica hoy el Guardian:

«Mi punto de aguante está muy bajo: la ira me viene en oleadas, con los años ha ido a peor y peor. Soy demasiado paranoide para socializarme. Ni duermo ni como. Si tuviera elección, no viviría conmigo. De repente las barreras caen y lo revivo todo de nuevo; todo el horror, todo el tormento. Cuando vuelvo en mí es horas más tarde y todos se han ido, y yo estoy aún sentado allí, mirando a las paredes con las lágrimas corriendo por mi cara».

Quizá esto parezca un juego de deslegitimación (así lo llaman). Pero al que no tiene faltas que expiar y bajo presión física (así lo llaman) se le imputan, se le condena a la búsqueda en el vacío y a girar vertiginosamente hacia el sumidero. Tan legítimo y necesario es el recuerdo de los muertos como la mirada hacia los vivos, empezando por esos a los que injustamente se ha declarado muertos.


Sexo blanco


Al alba los inscritos en el programa de rehabilitación descienden al patio a los acordes de un rutinario pasodoble al que pronto toma el relevo un frenético mambo. Luego sin paños, al natural y bajo la atenta vigilancia de monitores y terapeutas, se ejercitan con una tabla de figuras de contacto, que finaliza en exquisitas coyundas al estilo Kamasutra. Con ese trote y una ducha fría tienen cuerda para todo el día.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

El hombre lobo


El director ejecutivo me dio un buen consejo: «Sigue al lobo y nunca te faltará de comer». Después de mucho seguir sus huellas, logré alcanzar su fiereza y con aquella consigna presente simplemente actué. Todo resulta nuevo ahora como ejecutivo. A mi nuca llega el aliento de los lobos y me siento más perseguido que seguido.

martes, 2 de noviembre de 2010

Las metáforas voraces


Cubierta edición alemana
Ver a través de un movimiento, a veces desordenado y dramático, el impulso que lo genera sólo está al alcance de los más perspicaces. En su ensayo Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán (2007), R. Safranski examina todo el curso decimonónico de la escuela romántica. Intentando explicar la vigencia de su ideario histórico en el entresiglo vienés, Safranski llega a tocar el nervio capital de la criatura al fijar su atención en el permanente impulso lingüístico que alimentó desde la filosofía y la literatura a ese movimiento.

«Tampoco entonces los representantes de este movimiento se conformaban con la confesión de que más allá del lenguaje y el pensamiento está el misterio impenetrable. Querían penetrar en las zonas oscuras, y con esta exigencia, el lenguaje y el pensamiento tenían que hacerse elásticos y extenderse. Movilizaron un nuevo ejército de metáforas. Lo que se tenía por irracional, se encerró en una red de racionalidad ampliada».

A nadie debería sorprender que ese ejército voraz enviado a las oscuras fronteras de la irracionalidad fuera seguido y vigilado de cerca por los custodios de la razón, y que Frege diera curso en ese fin de siglo a los primeros trabajos sobre semántica. A las puertas del siglo aún esperaba Wittgenstein para completar una primera revisión filosófica del lenguaje en su Tractatus Logico-philosophicus (1921), un esfuerzo que culminaría en su propia obra posterior y que se vería completado con la difusión por el positivismo de las propuestas del Círculo de Viena. 


La pregunta que ahora  podemos hacernos es: ¿y qué es hoy de aquellas beligerantes metáforas? Pensar que todas permanecieron fieles a la razón sería de ilusos. Remitiéndonos a la historia vemos que no pocas se afincaron en la irracionalidad, basta recordar aquellas que sirvieron al desaforado eugenismo. Otras por fortuna llegaron a iluminar el lenguaje dotándolo de nuevas facetas, de modo que pronto tuvo cabida en él un realismo mucho más sutil que el decimonónico. Por último, unas cuantas -pienso en el átomo, los anticuerpos o los agujeros negros, por ejemplo- se han encarnado en la ciencia y siguen vivas en ella.

Palabras que no responden


No hay drama comparable al de quien renuncia a la palabra y se somete mudo al vendaval emotivo que como un castigo el mundo despierta en él. Por crítico y decisivo que resulte el abandono de la vida, debemos de reconocer que esa renuncia constituye una decisión de un orden distinto. Únicamente un distanciamiento consciente de la vida podría parecerse a ese rechazo radical a la expresión propia. Evidentemente, que esta renuncia se produzca por la devaluación del lenguaje o por su pérdida de relieve es también diferente a que llegue tras la progresiva desaparición de interlocutores. En el segundo caso el distanciamiento puede ser calificado de natural o vegetativo, pero en el primero hay un enfrentamiento directo a la representación que se ofrece tras el flujo de palabras.

Decir que la renuncia supone un modo de afrontar, o más bien de eludir, la realidad es algo obvio. En todo caso no suelen ser las definiciones ni la compostura del discurso lo que falla, no se trata de un problema de retórica fallida. En su despedida algunos han hablado de su falta de capacidad para engranar y dar vida -aunque sea mediante un vuelo parabólico con metáforas y analogías- a todos esos mundos cuya significación día a día languidece, a los que ven cada vez más próximos a una oscuridad mineral y permanente. De la misma forma que nadie es deudor de palabras, nadie puede hacer hablar a los objetos. El día que ya no llegue a tomar voz en nosotros un mundo, por armónico y complaciente que haya sido, quizá lo demos por muerto. Si esa sombra ominosa se extiende y nos van fallando mundos a los que interpelar, puede que seamos nosotros quienes debamos darnos por mudos, y a efectos externos por muertos.


lunes, 1 de noviembre de 2010

Tenorios vetustos



Año tras año el tenorio se renueva, pero no en el escenario, donde se insiste en el juego de galanes y correveidiles, comendadores y novicias, sino en la calle, donde su genuina naturaleza mutante va ofreciendo cada primero de noviembre, día de los tristes fantasmas, una versión del baladrón aun más acabada, sórdida y retorcida que la que acuñaron Tirso y sus sucesores. Después de los episodios protagonizados por un alcalde y un polígrafo, ilustres mantenidos y burladores probados, deberíamos de reconocer el error cometido al salvarlos de su infierno cuando galanes. A la vista está que la madurez apenas les ha sesado y aún carecen de prestancia para hacer compañía a nadie. Gente tan pagada de sí misma debería purgar temprano su ambición y prepotencia, lejos siempre de tribunas, púlpitos o cátedras, donde sólo buscan dar medida de su poder y reclaman, en atención a su rancio gracejo cuando no a su real gana, derecho de doble pernada. Consumada en las tablas la burla, escuchan agazapados en su lujoso camerino los aplausos y abucheos provenientes de la sala.

En torno al círculo



La geometría encuentra en el juego combinatorio una de sus fuentes de inspiración. Los juegos no tienen por qué ser necesariamente inocentes, y menos triviales. Suele ser el factor combinatorio, sin distinción de edades, el que añade al juego el acento creativo. Cuando se parte de formas simples y familiares causa sorpresa que una combinación las articule en una figura o en una estructura desde la que se contemplan nuevas posibilidades. Esto en geometría sucede con alguna frecuencia. Tras dar por asumido el nivel de intuición en el que operamos con formas elementales, se irrumpe con asombro ante figuras compuestas cuya operatividad representa un nivel de intuición más avanzado. Este tipo de progreso cognitivo, del que algunos hacen su única progresión personal, nos desvía a mundos, o mejor a geometrías, cada vez más estilizadas y complejas, que habitamos con gusto por lo que tienen de previsibles y ordenadas, pese a resultar escasamente acogedoras.

A pesar de ello, pocas situaciones deparan en el mundo real una emoción similar a la de verse instalado en uno de esos mundos paralelos con potestades adánicas y mucho territorio por explorar. No es de extrañar que algunos, atrapados en esos laberintos, no sepan cómo volver o si verdaderamente merece la pena hacerlo, y en pleno delirio opten, convertidos en dioses niños, por gobernar su propio mundo formal para llevarlo a la perfección. Como en todo progreso se asciende aquí por una escalera. Y aunque con sus primeros escalones se gana una visión del mundo que de otro modo jamás se podría tener, existe un escalón difícil de determinar a partir del cual uno pierde la sensación de que la tierra le sustenta para buscar compulsivamente nuevos escalones camino de un cielo cuyas entrañas aspira a definir.

Todos esos sueños de geómetra se inician de niño, con esos juegos minimalistas y conceptuales a los que se les ha concedido un papel decisivo en la educación para la abstracción. De esa misma idea de juego geométrico parece surgir la música que Philip Glass compuso en 1979 para una serie de cuatro animaciones incluidas en varios episodios del programa infantil Barrio Sésamo (Sesame Street). Es probable que Glass haya alcanzado con estas pequeñas miniaturas musicales una de sus obras más singulares. En su conjunto, y con el apoyo de las imágenes geométricas, el resultado, del que destaca su final, tiene algo de programático como resumen acorde con su propuesta musical minimalista.


Geometry of circles (Sesame Street)

-La calidad del vídeo es la ofrecida por la web oficial Muppet Wikia. Existen en Youtube algunas reconstrucciones digitales parciales del vídeo original.