El trato de Heine a Lessing, pendular como tantos otros, sobresale por la amplitud de su oscilación. Sin llegar al empacho en alabanzas, que se unen a las del coro de devotos, de vez en cuando cambia de registro para traerlo a tierra y condenarle por flaqueza filosófica. Recojo al respecto una primera mención: «También éste [Lessing], tan competente en negar, es muy débil al afirmar; pocas veces consigue establecer un principio, y aún menos veces resulta correcto el principio que establece». Esta acerada mención corrobora la dedicada en una obra previa, donde lo hace deudo de Fichte, aunque a diferencia de él «nunca ha presentado una filosofía, sino que tan sólo ha propalado un vago filosofar, un inseguro improvisar de filosofemas poéticos».
Aquí, como en el cuento del sabio que señalaba la luna, me olvido de la luna -en este caso Lessing- y me quedo con el dedo, porque siento como si se me apuntara. Cuando releo algunas de las cosas que coloco aquí, me juzgo, así en general, algo propenso a escribir suelto y a la ligera, pero no encuentro razón para reprochármelo ni obligación alguna de ser más sistémico. Las cosas han cambiado algo desde que Heine nos dejó. Han cambiado bastante los filósofos, pero han cambiado bastante más los medios. Nadie reclamaría hoy el retorno de Fichte o de Marx. Y si nos atenemos a los ejemplares de filósofo más próximos, no podemos sino concluir que su prestigio está hoy por los suelos. Estos probos funcionarios han dejado de ser sustancia gris para servir como soles, como luz y guía, en la mesilla de noche de los descabezados.
En calidad de «intelectuales» muchos de ellos han ido presentando sin ningún pudor como doctrina de salvación sus propias maniobras y tomas de posición para deslumbrarnos desde la cómoda sombra. No es casualidad que algunos se sientan herederos de Voltaire y que actúen como consejeros áulicos del poder en ciernes, que viene a ser como su Federico, o sea el poder de siempre. Hace tiempo que se saben en el circuito de la representación y que como artistas casi nadie les cree. Sus maneras públicas han pasado a ser histriónicas, sus idas y venidas equívocas y en sus textos parecen más preocupados por regenerar contextos que por buscar la clave de los problemas. Con más desvergüenza, si cabe, pero con más resolución y sin melindres éticas, actúan ya ciertos servicios de estudios y consultoría. Estos son los que han tomado el relevo a los filósofos, gente seria y de fiar, dicen, que habla con informes y no con tratados.
No creo que en ese cuadro tan rígido y temible haya que reclamar a nuestras expansiones literarias o exabruptos filosóficos, prácticamente anónimos y testimoniales, un plus orgánico. No tenemos el Estado en la cabeza como Lenin, ni queremos tenerlo, pero tenemos oportunidades de incomodar con algún destello. Y escribir sigue siendo una de esas oportunidades. Que filosofamos al poético modo, puede. Que no contribuimos a promover soluciones realistas, puede también. Que nos recreamos en estampas desoladoras y agónicas, bueno, hay que seguir ahí y aguantar el tirón a diario. Uso este canal como el que se ha implantado un marcapasos, no para entretenerme en buscar patologías, sino para estar al tanto de la emoción y la lucidez que aún me quedan.