viernes, 12 de noviembre de 2010

Emociones al peso



En Harvard los psicólogos trabajan duro para apañarnos un futuro mejor y para apañarse mejor su futuro. En la ciencia como en la vida todo lo que nos haga más felices debería ser considerado prioritario. «Hay que identificar aquellas emociones que resultan negativas, las que destruyen nuestra felicidad», apuntan. Una ambiciosa tarea para el investigador con la que pronto da alcance a sus emociones positivas y les pone un bonito apartamento en la costa, de por vida. En el informe, recién publicado, el quid del asunto pronto salta a la vista de los perspicaces inspectores mentales. Para ellos es la ensoñación, ese devaneo hacia pasado y futuro de nuestro pensamiento, uno de nuestro hábitos mentales más dañinos.

A base de hablar con simple llaneza o con llana simpleza, el psicólogo no tarda en encontrar al público y el público cree que le responde la ciencia. «Una mente humana es una mente errática y una mente errática es una mente infeliz. La capacidad de pensar sobre lo que no sucede es un logro cognitivo que llega con un coste emocional». Estaría entonces servido como evidente corolario que lo cognitivo nos está robando lo emocional. «¿Profesor, es posible que lo cognitivo esté detrás de esa compleja, pérfida y mefistofélica red de emociones negativas?», pregunta con vaga intención el cronista. Para estas cuestiones se recurre de oficio a un enigmático «yo no lo formularía de ese modo». Con él el profesor se concede inmediata licencia para retomar su discurso defensivo de la felicidad sólida en la sociedad líquida.

Si sigo bien el hilo, lo que no es fácil y tiene su mérito, donde mejor fragua la felicidad es viviendo el ahora, en la atención a lo inmediato. Vamos, en el «carpe diem», que ahora coge otro vuelo gracias a las evidencias científicas aportadas. Un motivo para la esperanza, que diría otro miembro en la tribuna. Sin embargo, mira, no faltan datos preocupantes: «más de la mitad de la gente», supongo que de los 2.250 voluntarios que forman la población estudiada, «piensa en algo distinto de lo que está de hecho haciendo». Un desastre, porque esto no favorece la productividad laboral, ni la producción de emociones positivas, por supuesto.

¿La salida? Parece que es la sexualidad, a sus horas y en condiciones, el mejor argumento emocional para eludir compromisos y costes negativos, y el único que favorece el desarrollo de un apetito verdaderamente multidimensional, la base más firme a la hora de construirse uno por sí mismo su propia felicidad. Lo confirma otro dato: cuando practica sexo, la población estudiada reconoce estar (pensando) en ello un 90 % del tiempo, frente a porcentajes muy inferiores en otras actividades. Esperanzador, un hito positivo, pero ¿en qué coño piensan en el 10 % restante de tiempo? Vaya, ahí a la investigación le queda aún pendiente un tupido fleco.

-Para apuntarse como voluntario a este estudio sigue el enlace www.trackyourhappiness.org