De nada puede valer un perfil del autor si no deja ver su intención. Si ésta no es buena ni clara, el perfil poco va a decir de él, y lo que diga nada aclarará.
La sensación de la temporada podría haber sido la instalación que, bajo el sugerente título de Ascension, presentó ayer Anish Kapoor en la Biennale. Una semana antes de la inauguración y sin permiso del autor, un torbellino que podría haber servido de modelo se paseaba ajeno a encuadre artístico, pero no en aguas de Venecia sino en las de Sidney (véase foto). En Venecia todo quería ser algo más conceptual, con la bruma surgiendo vaporosa de un pozo, en una imagen de fuerte carga simbólica —en palabras del catálogo de mano—, para elevarse después como una columna luminosa y solemne hasta lo más alto de la cúpula de la basílica de San Giorgio. Parece que el público, previo pago y fascinado por el escenario, fue desfilando con gran unción por el crucero para contemplar la obra. Allí, sin apenas levantar la vista, lo que pudo ver fue, en palabras de un boquiaberto asistente, algo parecido a un escape de vapor saliendo de un enorme puchero en el que se cociera la pasta. Hubo también quien dijo que de la obra instalada se desprendía tufo a cocina y simbolismo del fino a partes iguales. Por su parte, el crítico de guardia Waldemar Januszczak, un poco decepcionado, se despachaba así ante la prensa internacional: «Lo que debía haber sido grande, firme y erecto es un pequeño fiasco». Así leído, francamente, no sé qué clase de espectáculo esperaba ver este hombre en sagrado.
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