
No inventé las palabras; de haberlo hecho, la mayoría de la gente hubiera preferido seguir muda.
Tras olvidarse de invenciones, no tardará en volver la mirada a sí mismo para vivir como algo propio la belleza y la variedad de lo que le rodea:
Me gusta mirar cuando no veo enfrente a nadie, sólo entonces creo que la naturaleza consigue reflejarme.
Por muy agradecido que resulte el paisaje de su conciencia, pronto aparecerán las inoportunas figuras y el ego volverá a su sitio:
Sólo soy humilde hasta donde puedo serlo, porque detrás de mí están todos los demás.
De vuelta a su oficio, evitará tropezar con las palabras sencillas y para ello se retratará a sí mismo como un intérprete oracular:
Incluso antes de empuñar la pluma me siento poseído por el hormigueo de las ideas que me llegan.
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