martes, 28 de junio de 2011

El ámbar memorioso



Lo que tienen de fascinante esos amuletos de ámbar en los que un insecto ha quedado atrapado por el tiempo, es que a través de esa resina dura y mineralizada contemplamos un vestigio de ánima, una imagen de la vida suspendida. Con la mirada fija en el amuleto, aunque parezca complicado, podemos intentar darle a nuestra sensación la vuelta. Es difícil que alguien se imagine envuelto en ámbar contemplando un mundo de color sepia y progresivamente envejecido. Sería como la agonía perpetua. Y sin embargo, ya a comienzos del XVIII Federico I de Prusia quiso acercarse a esa experiencia.

Si algún día aparecieran las vientisiete cajas en las que las autoridades nazis depositaron el mobiliario, la decoración y el revestimiento completo de la famosa Sala de Ámbar, que antes fue de Federico y que acabó en el palacio de la zarina Catalina, podríamos quizá hacernos idea de la sensación que tenía el visitante al verse rodeado de ámbar. Probablemente reyes y zares experimentaban a su paso por la estancia el cegador reflejo de su poderoso brillo. Los demás, pasado un rato allí a solas, nos identificaríamos probablemente más con el insecto.

La sala se ha vuelto a reconstruir. Seis toneladas de ámbar, una cuestión de prestigio para la nueva Rusia. Es difícil saber si la nueva mantiene las fascinantes propiedades de la sala original o han montado otra cámara de feria turística. Que no puedan ser comparadas alimenta el convencimiento de que las cajas no desaparecieron en los sótanos del bombardeado castillo de Königsberg. Muchos confían en que el tesoro saliera de allí y aún siga en algún lugar, escondido bajo tierra. Si así fuera, puede que un día alguien dé con él, casualmente, como el que escarba y se prenda del meloso brillo de la piedra. La mirará entonces fascinado mientras desde el interior de la cámara de ámbar le contempla la viva y aprisionada imagen de su último visitante. Como lo de sus genes es cosa ya sabida, a este superviviente de antaño le pedirá que le cuente qué sensaciones le dejaron atrapado en el ámbar:

Toda la decoración de la Sala de Ámbar te dejaba una cálida y acogedora sensación, tanto con luz natural como con artificial. A lo que más recordaba la sala era a una de mármol, pero sin la fría impresión del mármol. La sala era más preciosa aún que la más maravillosa entre las de madera. Cuando la luz del día brillaba a través de los amplios ventanales, sustituía a cientos de velas y creaba millares de reflejos en los espejos. Esta relación entre luz y ámbar le daba a la sala en el palacio Catherina su especial apariencia. Esa luz hacía que las paredes de ámbar multicolor brillaran más bellas que el oro y crearan en el visitante una profunda impresión final imposible de olvidar.
(http://www.amberroom.org).


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